Si algo hay sagrado en la idiosincrasia mexicana es el amor a la madre. Y si existe algo incorruptible en nuestra cultura, eso es el esfuerzo de una mamá por sus hijos.

El prototipo de una buena madre ya dista mucho de la mujer abnegada, pero es indudable que algo hay de estoico en cada una de ellas.

Las historias de Isabel, Brenda y Stella ilustran por qué las celebramos con tanto fervor cada mes de mayo.

Isabel Juárez

En 1998, Isabel Juárez ganó segundo lugar en un concurso de ortografía en español en la Douglas High School y fue entrevistada por el Douglas Dispatch. Ahí dijo que su objetivo era graduarse como técnica en radiología del Pima Medical Institute de Tucsón.

Y lo logró. Aunque el último tramo de la carrera no fue fácil. Tenía 20 años cuando se casó y dio a luz.

Pero su meta era tan clara, que a las tres semanas del nacimiento de Ivanna regresó a sus prácticas profesionales: cuatro días de trabajo en clínica y uno de clases. Y si quería graduarse con su grupo en el siguente enero, tenía que reponer el tiempo de su incapacidad. Así es que por cuatro meses trabajó 10 horas diarias.

Isabel y su esposo volvieron a la frontera entre Douglas y Agua Prieta y ella consiguió empleo en el hospital. Él, en cambio, dejó de trabajar. Habían transcurrido tres años de matrimonio y la relación no soportó esa y otras debilidades.

Ahí surgió Isabel, la nueva mamá soltera.

La misma que un año después lo volvió a intentar, movida en parte por la ilusión de construir un hogar para ella y su hija.

Aceptó la propuesta de su nueva pareja y viajaron los tres a San Antonio, Texas.

"Inestabilidad", responde ella cuando preguntamos por qué las cosas no funcionaron. Seis meses y tres ciudades texanas después, Isabel subió al carro a la niña, sus pertenencias y una prueba de embarazo que no se realizó.

No lo hizo porque sabía el resultado, como también sabía que su futuro y el de sus dos hijos no estaba ahí.

Volvió a Tucsón. Aquí nació Joshua, hoy de casi cinco años.

Ella tiene la certeza de que los niños son angelitos. Y el suyo es uno muy travieso, al que ni consejeros, psiquiatras o fundaciones han podido diagnostigar o ayudar a conducir su energía.

Pero Isabel sonríe. Muy a menudo sonríe y suelta la carcajada. ¿Su secreto?, el autocontrol: "Cuando me di cuenta de que Joshua era un niño muy inquieto decidí que yo controlaría mi carácter. Si me enojo es porque yo quiero enojarme. Yo cambié mi forma de ser a los 26 años".

Resurgió otra vez.

Aún no cumple 30 y su energía se percibe todavía más joven. La necesita para su trabajo en St. Mary's Imaging Center, para estudiar por una nueva certificación, para el ballet de Ivanna, el futbol de Joshua, el catecismo y la misa, las ferias infantiles de cada sábado, las tareas diarias, la casa, la cena...

No teme reclamos futuros de sus hijos por estarlos criando sola; sabe que ha dado lo mejor de sí. Y cuando los ve jugar y reir, en ese instante antes de que -como todos los niños- empiecen a pelear, es cuando, confiesa: "Me doy cuenta de lo que vale todo lo que he hecho".

Brenda Estrada

Sí es la palabra favorita de Brenda Estrada.

La dijo cuando se le presentó la oportunidad de servir en la Cruz Roja de su ciudad, Puerto Peñasco; la repitió para colaborar con el DIF (Desarrollo Integral de la Familia).

Respondió sí a la invitación para ser voluntaria de LULAC (League of United Latin American Citizens) en Tucsón y también cuando ella misma se preguntó si podría aportar cinco horas de cada semana para dar clases de baile folclórico en la escuela de su hijo, Tolson Elementary School.

La vida es cuestión de actitud, de ver las cosas positivamente y buscar las oportunidades donde estés, afirma Brenda, una sonorense que se mudó a Tucsón para casarse con Richard.

Juntos han construido una linda familia, y uno de sus hilos conductores es el servicio social. Por eso, para Brenda fue fácil adaptarse a la vida en un nuevo país y aceptar la invitación de su suegra, Ana Valenzuela, directora de LULAC estatal, de sumarse a esa institución.

La sonorense ha compartido sus conocimientos contables y, sobre todo, sus ganas de ayudar, con inmigrantes, jóvenes y mujeres.

Sus dos hijos, Richard, de 6 años, y Sofía, de 6 meses, nacieron en ese ambiente, "son Lulacos", dice Brenda, quien en abril fue nombrada por LULAC como "la Mujer del Futuro".

Los niños los acompañan a los eventos y ven a su mamá trabajar en casa. Están creciendo con el ejemplo del voluntariado.

Eso y asegurarles su educación es lo que más le importa a Brenda. Cuenta que cada año invierten su devolución de impuestos en bonos para sus hijos, así ellos contarán con un ahorro para estudiar la universidad.

Y, de vuelta al ejemplo, ella misma planea regresar a la escuela y hacer una segunda carrera, esta vez en enfermería. "Mi sueño siempre ha sido meterme a la medicina. Y nunca es tarde para estudiar", afirma Brenda, de 36 años, motivida por el ejemplo de su suegra, quien actualmente cursa una maestría.

Brenda ahora es cuidadora profesional (caregiver) de niños y ancianos. Ese es su empleo. Su trabajo es mucho más.

Stella Pope Duarte

"De las cosas que uno trae por dentro, que la angustian, uno mismo tiene la solución", asegura la escritora Stella Pope Duarte.

Lo sabe por experiencia. Su vida cambió una tarde que aparentaba ser común y corriente, pero que la llevó a dejar a un marido alcohólico y violento.

Fue en primera instancia la revelación de un sueño que durante 12 años se había repetido. Pero significó algo más: empezar a escucharse a sí misma. De esa decisión, en gran medida, se ha derivado su realización personal.

En el sueño, narra Stella, había "una mujer que todo el tiempo andaba detrás de mi ex marido y él se iba con ella. Yo le decía, ¡qué tonto eres, esa mujer no te quiere!, ¿por qué te vas con ella?".

A diario se preguntaba qué significaba eso. Un día, mientras lavaba los trastes después de haber dado de comer a sus cuatro hijos, lo comprendió.

"Cuando entendí que yo era esa mujer, me tuve que detener de la cocina. Y dije, 'Oh my God! ¿Nunca lo he amado?'".

Tuvo que ser ella misma quien descubriera el velo, luego de 17 años de matrimonio en los que no únicamente el sueño fue recurrente, también la adicción y el maltrato de su esposo.

Vicente y Mónica, sus hijos mayores, ya eran adolescentes. Deborah y John Mark estaban chicos, el más pequeño de sólo 2 años.

Los meses siguientes "fueron una tormenta". Los niños estaban en colegios privados y, aunque ella tenía trabajos de medio tiempo como educadora, fue difícil sustentar a toda la familia.

Stella además estudiaba una maestría en Educación.

Cinco años después de aquella revelación empezó a escribir. Hoy es una exitosa autora de talla internacional.

Creció en Phoenix bajo la cultura del esfuerzo, pero la cultura de la educación la adoptó ella misma. Su papá era carpintero y su mamá en algún tiempo empleada de lavandería y ama de casa con ocho hijos.

Fue la primera de su familia en estudiar una carrera. Después también una de sus hermanas mayores lo hizo.

De sus cuatro hijos, dos ya tienen título universitario y dos están en vías de conseguirlo.

La autora de "Que Bailen los Espíritus" y de "If I Die In Juárez", entre otras obras, disfruta a sus siete nietos, promueve sus libros, está escribiendo tres más y participa en cuanta actividad comunitaria se le presenta a favor de los inmigrantes o las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar.

Y en todo lo que hace, dice y escribe, hay un mensaje común: "Dios ya ha puesto los pensamientos en nosotros, uno sólo debe escuchar sus pensamientos y preguntarse ¿qué quiero para mi vida?".


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