El Domingo de Pascua, un día de renovada esperanza y vida, la familia de Marta Ureña fue a misa para dar gracias y orar.

La familia oró por Alberto Ureña, esposo de Marta y padre de sus hijos, Ana, Nora y Oscar. Recordaron su amor y su alegría, los cuales han extrañado desde su muerte hace casi 15 años.

En sus oraciones dieron gracias a Dios, porque fue su fe la que los sostuvo en los días que siguieron a la repentina muerte de Alberto, misma que por un breve periodo dejó a su familia sin sustento. Estaban llenos de agradecimiento a los amigos que los ayudaron en el tiempo en que la incertidumbre hacía más profundo su dolor.

Y una vez más, como lo hacen con frecuencia, rezaron en silencio por el ángel desconocido que, tras la muerte de Alberto, les dio un hogar a Marta y a sus hijos.

Conocí a Marta en el verano del año 2000, un mes después de que Alberto muriera de un ataque al corazón a los 39 años.

A través de Habitat for Humanity y de sus voluntarios, los Ureña construían una casa en el vecindario del Cerro de la “A”. Alberto y Marta habían invertido 375 horas de “ayuda mutua” cuando él murió.

Sin embargo, cuando Alberto murió también lo hizo la esperanza de tener su propia casa nueva. Marta era indocumentada y no podía trabajar de forma legal. Habitat temía que ella no podría realizar los pagos mensuales.

En ese mes de julio escribí sobre el sueño esfumado de la familia Ureña en una columna que fue publicada en el Arizona Daily Star.

Entonces, el ángel de la familia Ureña apareció y pagó una hipoteca de 60 mil dólares.

Hasta el día de hoy, los Ureña desconocen el nombre de la donadora. Esa mujer de Tucsón pidió permanecer en el anonimato.

Pero la generosidad de la donadora brindó a los Ureña algo más que una casa. Les dio a Marta y a sus tres hijos una base optimista hacia la estabilidad. Les dio la confianza de que podían aprovechar la generosidad y las oportunidades.

La tienen.

El próximo mes, Ana Ureña, de 22 años, se graduará de la Universidad de Arizona. La alumna de Estudios Mexicoamericanos, quien obtuvo una beca completa para la universidad, desea entrar al Colegio de Enfermería o quizá convertirse en doctora.

A través de Ana, quien es ciudadana norteamericana, su mamá inició el proceso para obtener residencia legal. En el último día del año pasado se aprobó el permiso de trabajo de Marta, y espera recibir este año su tarjeta de residente legal.

El 31 de diciembre fue una noche de lágrimas y celebración para los Ureña.

“Todos estábamos llorando porque estábamos muy contentos”, dijo Nora, de 20 años, la más chica de los tres hijos.

Aunque la donante le dio una base a la familia Ureña, Marta ha trabajado duro para mantener la casa. En los años siguientes a la muerte de su esposo, limpiaba casas, hacía tamales para vender y cocinaba para ganar dinero. Pagó los impuestos a la propiedad y el seguro de la casa.

También mantuvo a sus hijos enfocados en su educación. Los tres graduaron de Cholla High School, a unas cuadras de su casa. Oscar y Nora han tomado clases en el Colegio Comunitario Pima. Su mamá quiere que continúen.

“Mis papás siempre nos dijeron que tenemos que hacer las cosas mejor que ellos”, dijo Ana, quien tenía 7 años cuando su papá murió. “La educación es la única forma de salir adelante”.

En el recorrido de esta familia, un pequeño círculo de apoyo ha sacado a flote a los Ureña. Los voluntarios de Habitat siguieron metiendo el hombro por ellos, incluso después de que la casa había sido bendecida por un sacerdote el 16 de septiembre del 2000.

Ha habido otros voluntarios de la iglesia católica de la Santísima Trinidad (Most Holy Trinity), a donde asisten los Ureña.

Los amigos de la iglesia llevaban a Marta a su trabajo cuando el transporte público no era una opción, y llevaban a los niños a sus clases de catecismo.

Ken Moreland, decano de la Santísima Trinidad, dijo que gracias a la inquebrantable fe de los Ureña y a su compromiso “ellos no ven obstáculos”.

“Siempre vieron todo lo que tenían como una bendición de Dios”, dijo Moreland, quien junto con su esposa, Linda, han estado de forma permanente al lado de los Ureña.

También Alberto está con ellos. El esposo y padre nunca está lejos. La foto de su boda con Marta cuelga en una pared de la sala. Y hay más fotos de él en la casa.

Las lágrimas brotan cuando Marta y sus hijos hablan de su espíritu y de su alegría.

“Estaría orgulloso de mí por ayudar a mi mamá con los gastos”, dijo Oscar, de 21 años de edad, quien atesora sus recuerdos de los “viajes de hombres” que hacían padre e hijo los fines de semana a Nogales, Sonora.

En estos días, como todos los días, los Ureña resucitarán pensamientos e imágenes de su esposo y padre y le asegurarán que son fuertes y que están saliendo adelante.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo al 573-4187 o en netopjr@tucson.com. En Twitter: @netopjr.