Sin lugar a dudas, la película La Delgada Línea Amarilla (Celso García, 2015) fue uno de los trabajos más entretenidos y originales que se proyectaron en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Guadalajara en su edición 30; en seguida le explico por qué.
Y que conste que no lo digo sólo porque el joven director tapatío sorprendió al que aquí escribe desde que vio sus cortometrajes Su Radito (2002) y La Leche y el Agua (2006), trabajos que recogieron premios por todos lados y que le hicieron esperar con entusiasmo su primer largometraje; no, señores, la ópera prima de García es, para mí, una tarjeta de presentación de otro director mexicano que (esperemos) está por arrancar en grande.
Sobresaliente en el aspecto técnico (edición, sonido y fotografía impecables), en el de guión, con una historia bastante original (escrita por el mismo García) y, sobre todo, en el de actuación, con un reparto de primer nivel (Damián Alcázar, Joaquín Cosío, Silverio Palacios, Gustavo Sánchez Parra y Fernando Becerril), La delgada línea amarilla se alzó con preseas al Mejor Guión y dos de los premios más importantes que se entregan en la contienda: el Premio Especial del Jurado al Mejor Largometraje Iberoamericano de Ficción y el Premio del Público, el cual se obtiene con el voto directo de los espectadores.
El filme puede presumir de muchas cosas, pero la autenticidad es la que sobresale desde el principio, con un guión que surgió, según palabras del director/guionista, una tarde en que iba manejando por la carretera, en donde se topó con una cuadrilla de hombres pintando, todos en silencio, la raya continua que divide los carriles.
La historia da cuenta de Toño (encarnado por ese De Niro mexicano llamado Damián Alcázar), un solitario capataz de la construcción que tiene la encomienda de pintar de amarillo la línea divisoria de 200 kilómetros de una carretera solitaria (de ahí el título).
Para realizar la complicada tarea, el melancólico personaje contará con un equipo de ayudantes por demás interesante: un ex ladrón en busca de reivindicación (Sánchez Parra), un gordito dicharachero apodado Atayde (Palacios) y el nostálgico y reflexivo del grupo (Cosío), quienes tendrán que soportar las vicisitudes habituales del trabajo: sol inclemente, lluvias torrenciales, la siempre complicada convivencia humana y los conductores descuidados.
La cinta también se da tiempo de presentar algunas estampas mexicanas (coloridas o deprimentes), así como las historias de cada uno de los cinco hombres: sus sueños, angustias y luchas internas, incluso la espontánea unión al grupo de un simpático perro vagabundo que se encuentran en el camino.
Tal vez el único prietito en el arroz es, en mi opinión, un par de secuencias fuera de lugar que aparecen casi al final: la visita a cierta casa solitaria con su respectivo efecto oasis y su posterior desenlace que, sin duda, logra impresionar a la audiencia; no le digo más para no arruinarle la experiencia.
Lo cierto es que este trabajo de Celso García es una road movie hecha y derecha, cuyo guión consigue un buen equilibrio entre los momentos dramáticos y cómicos y con un tono particular que en ciertos momentos me recordó (ponga usted el grito en el cielo si gusta) a The Straight Story (David Lynch, 1999) o incluso Paris Texas (Wim Wenders, 1984). No se la pierda y hasta la próxima.
La película será exhibida en Tucsón el 23 de abril en el Cine Harkins Spectrum, por la Interestatal 19 y West Irvington.
Tucson Cine México, una colaboración entre el Hanson Film Institute y Cinema Tropical de Nueva York, presentarán la premiada película.
Además estara presente Celso García, el director en la función.
El evento es gratis para el público. Boletos disponibles en la taquilla antes de la presentación o por la red en www.thethinyellowline.brownpapertickets.com.
