Omar Ojeda permanece sereno mientras observa a Rafael Quintero saltar de una plataforma de concreto de 10 metros, dar un giro y medio, alcanzar la vertical y caer al agua.

En el instante en que Quintero pisa la superficie, Ojeda sabe que fue un gran clavado –uno que podría asegurarle al joven clavadista un puesto en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Pero no se va a emocionar aún. Él sabe que en los clavados, como en la vida, cualquier cosa puede pasar.

Ojeda, de 36 años de edad, es el entrenador principal del equipo de clavados de la Universidad de Arizona. También es 17 veces campeón nacional en México, cinco veces medallista de los Juegos Universitarios Mundiales y el clavadista varonil más condecorado en la historia de UA.

Desde que a los 11 años de edad empezó a competir internacionalmente, su sueño fue llegar a las Olimpiadas.

Aunque clasificó en el 2004 y estuvo cerca de hacerlo en el 2000 y el 2008, nunca llegó ahí. Sin embargo, sus talentos como clavadista y entrenador lo llevaron de nuevo a la Universidad de Arizona bajo una de las codiciadas visas para inmigrantes con habilidades extraordinarias, lo que le dio una nueva oportunidad de alcanzar su sueño. Esta vez como entrenador olímpico.

Pasión Verdadera

Ojeda tenía 8 años cuando sintió el llamado a los clavados.

El más chico de tres hermanos empezó a tomar clases de natación porque su mamá tenía miedo de que se ahogara en alguno de los viajes familiares que hacía de la Ciudad de México a Acapulco, donde nació.

Cada semana, después de su clase se iba a la práctica de nado sincronizado de su hermana, donde veía a los clavadistas entrenando.

“Ahí me di cuenta de que me encantaban los clavados”, dice.

Los clavados no son sólo un deporte difícil, son un arte, dice. Se requiere talento, práctica, dedicación. Conlleva sacrificio y fuerza mental.

Omar se metió inmediatamente al deporte. Era estimulante: la combinación perfecta entre peligro y diversión para un pequeño niño inquieto.

Y era bueno.

Entró a la primera competencia a los 10 años. A los 12 ganó cuarto lugar en los Juegos Centroamericanos.

Tenía un talento natural, lo que su ex entrenadora de la UA, Michele Mitchell, llama “el factor X”.

“Es ese gen competitivo gracias al cual competir no produce miedo sino emoción”, dice Mitchell, ahora directora de operaciones de clavados de la UA.

La fuerza mental bajo la presión de los clavados de alto riesgo es lo que hace diferentes a los mejores, dijo. Ojeda la tenía.

Disfrutaba ser el centro de atención, aunque pasaba la mayoría de los días entrenando.

A los 9 años practicaba cuatro horas diarias después de la escuela. Los clavados eran su vida y el equipo era su segunda familia.

Su pasión por el deporte significó un progreso rápido, pero también significó renunciar a las fiestas de cumpleaños. No salir con sus amigos. No asistir a las reuniones familiares.

Cuando su única hermana se casó, él no estuvo ahí.

“Esa era mi prioridad”, dijo.

Su dedicación rindió frutos. Cuando tenía 19 años ganó segundo lugar en las eliminatorias olímpicas mexicanas. Pensó que sería suficiente para ganar un lugar en el equipo de clavados de su país para las Olimpiadas del 2000, pero las políticas internas triunfaron sobre su puntuación.

Algunas veces, qué tan bien ejecutes un clavado es menos importante que el equipo en el que estás.

Legó una oferta para ser clavadista de la Universidad de Arizona.

Y la tomó.

PERSEVERANCIA Y POLÍTICA

Ojeda hablaba muy poco inglés cuando llegó a la UA en el 2000. Era la primera vez que vivía fuera de su casa, donde su ropa siempre estaba limpia, la cena servida y lo único de lo que él tenía que preocuparse era de los clavados.

Aquí todo resultó ser más difícil de lo esperado. Incluso era difícil acostumbrarse al sofocante verano.

Ojeda estaba estudiando más que nunca, pero no fue suficiente. En una de las clases, no se dio cuenta de que tenía que hacer exámenes por internet hasta que ya habían pasado varias semanas. Para entonces, ya había perdido la materia.

Terminó su primer semestre condicionado. En lugar de irse a su casa en las vacaciones de Navidad, tuvo que quedarse para tomar dos clases y ser operado de la rodilla por una lesión en los clavados.

“Todo el tiempo pensaba en irme”, dice, pero no podía. “Por mí y por mi familia. Porque ellos me habían dado mucho y yo tenía que compensarlos”.

El trampolín era el único lugar donde se sentía como en casa.

Cuando terminó el invierno, Ojeda había mejorado sus calificaciones. Su inglés mejoraba y se recuperaba de la rodilla.

Ese año terminó en segundo y en tercer lugar nacional.

En la Universidad de Arizona fue cinco veces seleccionado All-American de la NCAA y el clavadista del año de la Pac-10 en 2001 y 2002. Fue ingresado al Salón de la Fama de la UA en el 2008 y aún posee cuatro récords de la escuela.

Cuando graduó en el 2002, decidió volver a México para darse otra oportunidad de ir a las Olimpiadas.

Lo consiguió dos años después, quedando entre los mejores 18 clavadistas del Mundial clasificatorio. Pero, una vez más, dice, la política interna se entrometió y perdió su lugar.

Se alejó del trampolín por varios meses, y luego volvió para trabajar con la mira puesta en los Juegos Olímpicos del 2008. Su último intento.

El impacto continuo de chocar contra el agua, las altas velocidades y los movimientos repetitivos imprimen una gran presión en las articulaciones de los clavadistas. La mayoría se retira al final de sus 20’s. Ojeda tenía 28 y ya había sufrido lesiones en rodilla y hombro.

Lo hizo bien en la Copa Mundial del 2008, pero no lo suficiente. Por tercera vez no pudo formar parte del equipo olímpico mexicano, y ese fue el final de su carrera. Aun así, terminó entre los 10 mejores del mundo, su mayor logro.

“Me quedé hasta que supe que ya era el límite”, dice. “Hice todo lo que tenía que hacer. Nunca me rendí”.

La entrenadora del equipo mexicano le pidió quedarse como su asistente. Ser entrenador se le dio de forma natural. Sin saberlo, lo había estado haciendo desde que era clavadista.

Trabajó con el equipo mexicano por cuatro años, entrenando a muchos campeones nacionales e internacionales y creando un programa infantil para encontrar nuevos talentos.

Entonces, su alma máter lo llamó.

Él se había mantenido en contacto con su ex entrenadora de la UA, y cuando Mitchell fue ascendida a directora de operaciones, en el 2011, ella lo animó a solicitar el puesto de entrenador.

Él fue la primera opción de la UA. Un equipo de jóvenes promesas de los clavados lo estaría esperando, si él así lo decidía.

Ser entrenador en una universidad era su trabajo de ensueño. Volver a Arizona lo hacía aún mejor.

Lo toma en serio

Ojeda fue un gran clavadista. Ahora, quiere ser un entrenador excepcional. Pero el patrón se repite: junto a las buenas noticias vienen complicaciones.

La universidad tramitó la visa de trabajo de Ojeda, pero cuando llegó a Tucsón se presentó un problema con el papeleo y no pudo entrenar.

Hasta el día de hoy, cuando hay una buena noticia “nunca me emociono hasta que sucede”, dice, “porque siempre pasa algo”.

Un mes se convirtió en cinco, mientras sus abogados intentaban asegurar su estatus legal. Él ya había gastado sus ahorros, dejado su trabajo en México y rechazado una oferta en Colombia.

Al fin, después de meses de espera, Ojeda recibió una visa de “extranjero con habilidades extraordinarias”. Otorgada sólo a quienes logran probar que sus logros son realmente únicos, la visa se concede a menos del 1 por ciento de los inmigrantes legales. En 2013, sólo unas 3 mil 500 personas entre casi un millón ingresaron al país con ese tipo de visa.

Entonces pudo empezar a entrenar campeones en la UA.

Siendo un gran apasionado de los clavados, Ojeda es demasiado reservado cuando está como entrenador. Al principio, esa falta de emoción fue un gran ajuste para los clavadistas.

“Yo lo describiría como, quizá, muy firme”, dice Samantha Pickens, quien empezó a entrenar con Ojeda cuando estaba en su segundo año de la universidad y que iría a las eliminatorias olímpicas en este mes de junio.

Cuando no está entrenando, Ojeda es muy amable y le encanta reírse, dice.

Las prácticas son muy calladas. Los clavadistas conocen la rutina: Ejecutar el clavado. Escuchar. Repetir.

Ojeda, quien hace poco recibió su tarjeta de residente permanente gracias a sus habilidades extraordinarias, se para a un lado de la alberca y toma notas de cada movimiento. Les dice qué es lo que deben corregir. Y nada más. Él sabe qué es lo que necesitan sus clavadistas para alcanzar su máximo potencial, y para eso están ahí.

Si lo que quieren es divertirse, vayan al parque, les dice. Mientras estén en la práctica, tienen que trabajar.

Y ese trabajo da resultados.

Este año, tres de sus atletas tienen posibilidades de clasificar para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, en Brasil.

En febrero, Ojeda y Quintero fueron a la Copa Mundial en Río de Janeiro, donde los 18 mejores clavadistas clasifican para las Olimpiadas.

Ojeda se sentía confiado en que Quintero podía pasar. No estaba nervioso. Pero tampoco quiso adelantar el festejo.

“Yo sabía qué podía estar entre los mejores 18 sin problema”, dice. “Pero uno nunca sabe. Muchas cosas pueden pasar”.

Pero ese fue el día de Quintero. Ejecutó seis sólidos clavados en las preliminares de la Copa Mundial. Cuando publicaron las calificaciones finales, él estaba en la octava posición, calificado para representar a su natal Puerto Rico en las Olimpiadas de este verano en Brasil.

Ojeda estará junto a él, como su entrenador.


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Kendal Blust es estudiante de periodismo de la Universidad de Arizona y aprendiz del Arizona Daily Star. Contáctala en starapprentice@tucson.com.