Los casos de Javier Duarte y Guillermo Padrés, ex gobernadores de los estados de Veracruz y del vecino Sonora, respectivamente, representan a la perfección no sólo la corrupción aún imperante en el sistema político mexicano sino el hecho todavía negado por muchos de que ésta no entiende de colores, partidos o siglas.
Esa simple verdad, tan obvia, es todavía objeto de debate no sólo en el exterior -por ejemplo, en Estados Unidos (en donde no es raro encontrar quién piense que el PAN es toda honestidad a la hora de gobernar)-, sino también en México.
Claro, como siempre, hay razones de tipo ideológico en tales posturas, como las hay también en aquellos que profesan ideas de izquierda cuando no admiten la corrupción del PRD o ahora de MORENA, el último juguete del “Peje”, Andrés Manuel López Obrador.
También con frecuencia se cree lo que se quiere creer cuando se trata de evadir responsabilidades propias. Nada más difícil de aceptar que el que la corrupción no está en determinados partidos, que la corrupción es de un régimen de gobierno con ya bastante apertura, porque, gústele o no a quien sea, tiene un fuerte componente cultural, el cual, mientras no sea reconocido por los políticos, pero sobre todo por la sociedad mexicana, seguirá ahí corroyéndolo todo.
Duarte, típico producto priísta, se encuentra desaparecido después de “pedir licencia” a su cargo a mediados del pasado mes de octubre, aproximadamente 45 días antes de terminar su periodo. El cerco se estrechó, la presión se volvió insoportable tanto para el gobierno federal como para el mismo Duarte.
El daño patrimonial al estado de Veracruz se calcula al menos en 850 millones de dólares, y ahora el gobierno mexicano ofrece aproximadamente 700 mil dólares (unos 15 millones de pesos) por información que ayude a localizar y detener a Duarte, sobre quien pesa una orden de aprehensión por delincuencia organizada y lavado de dinero.
El PRI lo expulsó ya de sus filas, sea lo que sea que esto pueda valer en el asunto. Aparte de la corrupción en la administración del estado, se le ha vinculado en los medios inclusive con asesinatos. Habrá que ver respecto a eso una vez que se le detenga, si es que eso ocurre.
El caso de Padrés es similar, pero, claro, al mismo tiempo único. Si bien Duarte es un joven dinosaurio priísta, incluso en sus maneras, al siempre superficial Guillermo Padrés se le pudiera apodar en alguna mala película como el “suavecito”, tanto por su estilo personal pausado, tranquilo, meloso, como porque el término evoca figuras gansteriles de su calaña.
Llegó a la gubernatura de Sonora, un estado al que el PAN jamás había gobernado, únicamente por la desgracia ocurrida semanas antes de la elección del verano del 2009. El infame caso de la guardería ABC rompió el férreo control electoral del PRI y, particularmente, en esa apoca, del gobernador Eduardo Bours Castelo, quien buscaba a toda costa heredar la administración a Alfonso Elías Serrano, un político bastante torpe, nada más y nada menos que primo de Guillermo Padrés Elías.
La gente sencillamente buscó la forma más inmediata de protestar otorgándole el poder a un ex legislador sin muchas gracias o talentos personales y, ciertamente, con cero logros políticos en ese entonces.
El “Memo”, como le apodan sus allegados, es simple y sencillamente un ladrón poco sofisticado que dejó al estado de Sonora temblando en sus finanzas. De particular notoriedad el daño en el sector de salud y en educación, además de en el ISSSTESON (Instituto de Seguridad Social al Servicio de los Trabajadores del Estado). Padrés, quien se sintió bastante protegido en los años en que el panista Felipe Calderón era presidente, se encuentra ya encarcelado en el centro del país. Su hijo también está detenido por su complicidad en el caso.
En este espacio hemos venido siguiendo desde el inicio de su administración a Guillermo Padrés, quien desde entonces dio muestras de su fatuidad. ¿Cómo olvidar aquella tonta campaña para poner a “Sonora de Moda” que manejaba en una de sus primeras visitas a Arizona?
Desde entonces advertíamos de la falta de sustancia, así como de sus cortas miras como político. La justicia no debe olvidar al resto de su familia en este caso, particularmente a su cuñado Javier Dagnino, operador de la corrupción al interior de la administración.
Por cierto, cuantos recuerdos se nos vienen a la cabeza cuando vemos en los medios al abogado de Padrés, Antonio Lozano Gracia, aquel panista que resultó más priísta que el gobierno que lo hizo Procurador de la República en el sexenio de Ernesto Zedillo.
El inventor de “la Paca” y del fiscal Chapa Bezanilla, de negros recuerdos en una época aciaga para México, ahora se encarga de defender a uno de sus compinches, ¡Perdón! , de sus compañeros de partido.
Duarte y Padrés, Padrés y Duarte, símbolos de la “alternancia” mexicana. Sin duda.