Martin Mendoza (new)

Igual que las navidades, las pascuas, y otros eventos de naturaleza cíclica-anual, pareciera que la época de graduaciones llega más rápido cada primavera. En un año en que hay graduados demasiado cercanos a uno, la fecha arriba con mayor contundencia.

Así como por ejemplo la época de fin de año, o la celebración de la independencia, mueven aunque sea un poco a la reflexión, lo mismo me sucede en esos últimos días de Mayo cuando se vuelven comunes las fotografías, videos, y crónicas de graduantes en múltiples centros de estudio desfilando ante autoridades escolares e invitados.

Son muchos los aspectos sobre los que uno se puede poner a pensar al respecto de que un grupo de jóvenes reciba su diploma con la pompa y circunstancia que la ocasión amerita. Especialmente cuando la graduación es de preparatoria o high school.

Lo digo, porque de alguna manera, antes de esa etapa educativa la esperanza siempre sigue viva para la mayoría de los niños y de alguna forma también para sus familias. Así mismo, graduarse de la universidad es prácticamente siempre un logro mayor innegable, tanto individual como familiar. Como que en esos casos no hay tanto que pensarle.

Por otro lado, al graduarnos de la preparatoria, de entrada nuestra edad es caracterizada por la incertidumbre, matizada generalmente por las inseguridades que trae el que todo mundo nos este diciendo que “de aquí en adelante esto, o de aquí en adelante lo otro…”. Obviamente el que se dé el salto o no de inmediato a la universidad viene resultando en una especie de cruel medidor de todo tipo de éxitos –o fracasos-, desde el académico del muchacho mismo, hasta el financiero de su familia. “Ir o no ir” es el dilema inicial que pronto se convierte en “terminar o no terminar” para no pocos de los que lograron ingresar al colegio.

En Estados Unidos, nación poseedora sin duda alguna del sistema de educación superior de mayor calidad en el mundo, en términos académicos, de investigación, de innovación etc. este momento es para demasiados jóvenes uno de frustración, desesperanza y despiadado encuentro con la realidad. El que este país no esté enfocado, así, como nación, en la enormidad de la brecha entre los que tienen los recursos económicos y los que no los tienen para asistir a la universidad, me resulta cada vez más irónico, más increíble.

Pero ojo, el problema va mucho mas allá de los costos exorbitantes, ridículos, de las colegiaturas, no es tan sencillo como algunos representantes de la demagoga izquierda americana lo pintan. De entrada, el éxito académico mismo desde la preparatoria, y por ende las posibilidades de asistir a la universidad, ya se va en gran medida viendo afectado por el nivel socio-económico del estudiante.

Por otro lado, este asunto toca y afecta, o al menos afectara algún día, a todos, es decir a la sociedad estadounidense completa, ya que no se necesita demasiado análisis para comprender que el tema es ya uno de seguridad nacional incluso. Eso es lo que los del otro extremo, la derecha “conservadora” (así entre comillas), no entienden, ni quieren entender.

No es el mejor momento para tener 18, provenir de una familia de escasos recursos económicos, e ir saliendo de la prepa en Estados Unidos. Todo ello no es ninguna novedad.

Sin embargo, y a pesar de los pesares, tampoco nadie dijo que la vida es justa. Tenemos que seguir jugando el juego, mientras llegan cambios que lo hagan aunque sea un poco más equitativo.

La escuela toda, en cada etapa, no únicamente la universidad, esta supuesta no solo a proporcionarnos un medio de vida o aunque sea de subsistencia, sino a transformarnos en mejores individuos, a proporcionarnos herramientas que nos permitan observar y comprender mejor la realidad, a apreciar lo digno de apreciarse, e incluso a identificar y denunciar lo que no funciona, o la injusticia.

En suma, a ayudarnos a contribuir responsablemente en la continua transformación de este mundo, la cual no se detendrá por el hecho de que nosotros participemos o no. Esta es la parte en la que no solo tenemos que señalar lo injusto de un sistema o de una estructura que ciertamente no está cumpliendo cabalmente con su supuesta misión, sino también tomar responsabilidad personal, como estudiantes, y también hay que decirlo y subrayarlo, como padres y/o guardianes.

La escuela contribuye a que seamos verdaderos miembros de la sociedad, activos en mayor o menor medida, pero responsables de tal actividad, así esta se limite solo a la palabra. Por supuesto, la escuela necesita la colaboración de la familia.

Al final ese solo hecho es motivo de regocijo en cualquier graduación y para cualquier graduante.


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Contacta Martin F. Mendoza en mfmtuc@yahoo.com