Fotos por A.E. Araiza / La Estrella de Tucsón

Con un ojo alerta, Barbie Urías vigila a un hombre indeseable que amenazó con lanzarles piedras a ella y a los usuarios del Comedor Público Casa María, donde Urías trabaja todas las mañanas preparando el café y ayudando a controlar a la gente. Hace años Urías inició un camino en el servicio social.

Barbie limpia una de las mesas donde personas sin hogar reciben alimentos todos los días. Bárbara vivió muchos años en la pobreza, criando sola a sus hijos. Graduarse del Colegio Pima a sus 51 años no fue fácil.

Barbie Urías, a la izquierda, bromea con Jesús Ramos y Julio Rivera en Casa Maria Soup Kitchen. Urías tiene siete hijos, 19 nietos y uno más por nacer, y ahora también un nuevo certificado como asociada en estudios legales por el PCC.

Por Tim Steller

La Estrella De Tucsón

El Comedor Público Casa María (Casa Maria Soup Kitchen) tempranito en la mañana: hombres formados para el café y conversando en las mesas de picnic.

Bárbara Urías es una presencia familiar ahí, un lugar donde ella se ha desempeñado cómodamente.

“¡Hey, Barbie! Qué tal un capuchino homeless por aquí?”, gritó Julio Rivera en tono juguetón una mañana reciente. “Tú haces el más rico de la ciudad”.

Urías llega al comedor, ubicado en el 325 E. 25th St., entre las 6 y 6:30 a.m. todos los días y trabaja un par de horas haciendo el café y ayudando a organizar a la gente, muchos de ellos se han levantado de una dura noche más durmiendo en albergues o en la calle. Ellos se hacen sus propios capuchinos -echan crema en polvo al café que se sirven de una cafetera cromada.

Esta es la parte fácil para Urías, quien a sus 51 años tiene siete hijos y 19 nietos, con el vigésimo en camino. Lo que es más difícil es su actividad posterior del día: ir a clases y hacer tarea en pro de una mejor educación.

La semana pasada, Urías recibió su certificado como asociada en estudios legales del Colegio Comunitario Pima. Para una mujer que dice que “nunca vi mis pies cuando estaba en mis veintes”, porque casi siempre estaba embarazada, este no fue un logro fácil.

Urías creció en Tucsón. Hija de padre mexicano y de madre indígena de la tribu de Gila River Pima, se mudaban con frecuencia hasta que se instaló en Sunnyside High School.

“Cuando salí de la preparatoria quería ir a la universidad, pero no sabía qué estudiar”, dice. Después de que empezó a tener hijos, la idea de una educación superior se fue alejando. Simplemente sobrevivía, era otra mamá soltera pobre abriéndose camino en Tucsón.

“Crié a mis hijos en camiones. No me alcanzaba para tener carro”, dice. “Era una buena herramienta para enseñar a mis hijos a ser sociables, enseñarles a comportarse como seres humanos decentes en la sociedad”.

Urías hace las lecturas en la Catedral San Agustín, y hace unos 20 años fue enviada a reclutar a Brian Flagg para participar en un grupo de oración. Cualquiera que conozca a Flagg, el activista que por mucho tiempo ha operado el comedor público, puede adivinar cómo terminó eso.

“En lugar de que yo reclutara a Brian para el grupo de oración”, dice, “Brian me reclutó a mí”.

Ella se unió a una rama de sus esfuerzos como Trabajador Católico a favor de los pobres, incluyendo un grupo de usarios de transporte público (Bus Riders Union), y aprendió mucho sobre la gente. Ella ya sabía cuánto esfuerzo y astucia se necesitan para salir adelante como una persona pobre, pero también aprendió que la gente más rica no es necesariamente el enemigo, tampoco.

“Aprendí a juzgar a la gente por su corazón, no por su bolsillo”, dice.

Hace dos años consiguió ese empleo pagado trabajando siete mañanas a la semana en el comedor público. Habiendo sido despedida de Citibank, ella podía utilizar el programa federal de Asistencia de Ajuste Comercial para que le pagaran su curso de reentrenamiento.

Con los años, también se había unido a la directiva de Ayuda Legal del Sur de Arizona. A través de esas pruebas de experiencia y actitud que mostraron que podía ser una buena investigadora privada o asistente legal, encontró el centro de la siguiente etapa de su vida.

Llegar a eso, sin embargo, ha sido duro.

“Era vergonzoso, sentía que había tirado la educación por la borda”, dice Urías. “Tenía que aprender de nuevo a ser estudiante”.

“Había perdido todas mis habilidades. Había olvidado la gramática, la edición. Había olvidado todas mis matemáticas”.

Pero gradualmente reaprendió la disciplina del estudio. Reconoció la necesidad de poner un alto a las intrusiones de la vida familiar y el activismo por los pobres para simplemente leer y aprender. Ahora está pensando en “retirarse” a un trabajo como asistente legal en la reserva de Gila River o cerca de ahí. Pero cualquier cosa que haga, quiere seguir aprendiendo.

“Ahora”, dice, “ya no quiero parar”.


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Tim Steller es columnista del Arizona Daily Star. Contáctalo en tsteller@tucson.com o al 807-7789. En Twitter: @senyorreporter.