Por Perla Trevizo

La Estrella de Tucsón

NACIÓN TOHONO O’ODHAM.— Las barreras de acero forman una línea en la mayor parte de los 120 kms. de los límites al sur de la Nación Tohono O’odham. Pero, ¿un muro?

“Sobre mi cadáver”, dice Verlon José, vicepresidente de la nación.

“Somos animales que emigramos una y otra vez, y cuando empiezas a afectar a un animal, todo el sistema ecológico cambiará”, dice el jefe de la tribu, Edward Manuel. “Las plantas que crecen aquí dependen de algunos de los animales, los animales dependen unos de otros y nosotros tenemos que confiar en todos ellos para poder sobrevivir en nuestro estilo de vida”.

Además, “las barreras artificiales nunca van a detener el tráfico humano, la gente encontrará una forma de traspasarlas”.

Lo que él espera es que el gobierno logre una reforma migratoria integral.

Con el paso de los años, la reserva ha quedado atrapada en medio del tráfico ilegal y de la aplicación de la ley.

La reserva, de casi el tamaño del estado de Connecticut, tiene una escasa población de unos 30 mil miembros de la tribu y una vasta vegetación que incluye altos saguaros, mezquites y creosota.

Antes del cerco se utilizaban decenas de camiones pesados para crear diariamente una barrera vehicular en camino al norte.

Entonces sucedió el 9/11, seguido por la Ley de la Valla de Seguridad del 2006, que ayudó a instalar mayores barreras en casi toda la frontera. El cerco de tres cabos e alambre de púas fue sustituido por postes metálicos a la altura de la cintura.

“Nosotros somos más viejos que los límites internacionales con México y no tuvimos ningún papel en la creación de la frontera”, testificó el ex presidente de la nación Ned Norris Jr. ante el Congreso en 2008. “Pero ahora nuestra tierra está cortada a la mitad, con comunidades O’odham, sitios sagrados, rutas de peregrinación y familias divididas”.

El tráfico, los carteles y los cientos de agentes y la tecnología han cambiado el estilo de vida de los O’odham.

Algunos miembros dejaron de cruzar la frontera para evitar el fastidio. Los viajes a ceremonias en México son más tardados. Los miembros de la tribu no pueden salir a cazar sin toparse con un agente de la Patrulla Fronteriza.

Las detenciones han disminuido, pero el corredor del oeste sigue siendo transitado, especialmente con cargas de drogas. Se desconoce cuántas personas en realidad cruzan.

Ahora está en marcha un plan para 15 torres de vigilancia entre los distritos fronterizos Chukut Kuk y Gu-Vo.

‘ZONA DE GUERRA’

El endurecimiento de la seguridad fronteriza en las ciudades en los años ochentas y noventas provocó un mayor tráfico a través de la reserva.

Las casas fueron atracadas, dice José. Recuerda un incidente en el que una persona mayor fue atada, golpeada y robada.

“Aquí afuera parecía zona de guerra, con vehículos abandonados”, dice. “Donde fuera que hubieran sido atrapados, los abandonaban y huían”.

El concejo tribal pidió ayuda a Washington. Primero llegaron más agentes, después la valla.

“No hicimos este trato de la noche a la mañana”, dice José, sino que ellos estuvieron de acuerdo en una barrera vehicular que permitiera la vida silvestre.

A través de la Venta de la Mesilla (o Gadsden Purchase) en 1853, el territorio O’odham fue dividido casi a la mitad entre los dos países. Pero esa división nunca fue tan visible como cuando instalaron la valla.

Ofelia Rivas, una activista mayor que vive en el distrito Gu-Vo, recuerda el estruendoso sonido de cuando los trabajadores insertaban los postes de acero en el concreto como a 1 km de su casa.

“Yo le decía a la gente que era la Madre Tierra llorando porque estaban cavando hoyos, poniendo ahí ese metal”.

En el 2006, Rivas le dijo al Arizona Daily Star que una valla triplicaría la distancia hacia un sitio sagrado al otro lado de la frontera a través del puerto de entrada más cercano en Lukeville. Y así ha sido, dice.

Los disminuidos pueblos mexicanos se aislaron aún más.

Los miembros de la tribu utilizan tres entradas que quedan a lo largo de la frontera. Algunos han dejado de usar una de ellas para evitar los cárteles del otro lado, y otra fue cerrada en un viaje reciente, aunque los líderes dicen que el agente de la Patrulla Fronteriza la abre cuando se necesita. Las más comúnmente utilizada es la entrada San Miguel, al sur de Sells, pero en marzo, una familia de ganaderos mexicanos dijo que eran dueños de esas tierra e instalaron un portón del otro lado. No está bajo llave, pero los miembros de la tribu están preocupados.

Para Francisco Valenzuela, quien cruza varias veces a la semana para traer agua o alimentos, la valla no ha ocasionado mayores problemas.

“Esto es lo que pasó después del 9/11”, dice después de estacionar su camioneta por la entrada San Miguel para mostrar su identificación al agente fronterizo. “Es un trastorno cuando te detienen aquí por 30 o 45 minutos mientras buscan tu nombre. Si hay viento, no pueden acceder al sistema y se quedan sentado en su vehículo con aire acondicionado mientras uno está sentado aquí”.

Pero él se las arregla.

Algunos O’odham han traído a sus familiares viejos al lado estadounidense para evitar los inconvenientes, y algunos han dejado de visitarlos.

“Solíamos levantarnos temprano y manejar ahí, porque sabíamos que mucha gente y nuestros abuelos son de ahí”, dice Francine Pearl José, prima de Verlon.

“Ahora si vas tienes que tener tu identificación, mostrar prueba de todo”, dice. “Yo mejor ya no voy, porque no quiero batallar con todo eso”.

ES NUESTRO HOGAR

Cuando estábamos chicos, en la reserva “montábamos a caballo, poníamos cercos, trabajábamos duro”, dice Verlon José. Escalaban las montañas, pero eso ya no lo pueden hacer los niños.

En una visita reciente, un grupo de líderes O’odham encontraron una mochila de camuflaje, con un par de botas con suela de alfombra y una chamarra de cuero café. “No sabes a qué te puedes enfrentar”, dice.

Aun así, la reserva es su hogar, dice Rivas, del distrito Gu-Vo.

“Se te ve la Patrulla Fronteriza, te dicen ‘no deberías estar aquí, es peligroso’. Pero esta es la tierra donde crecí”, dice.

Cerca de su casa hay una colina donde la Patrulla Fronteriza estaciona una camioneta con una cámara. La agencia quiere poner una cámara fija más arriba. Dependiendo de la ubicación, las torres alcanzarían visión hasta a 24 km.

“No sé cómo decirlo en inglés”, dice Rivas. “Es devastador. Interfiere con toda nuestra tierra, con los animales, las plantas, con nuestros sitios sagrados”.

El líder de su distrito se opone a las torres, que son parte de un plan más amplio de tecnología en Arizona. En una cara a Aduanas y Protección Fronteriza, el jefe distrital de Gu-Vo, Rodrick Manuel Sr., escribió que la presencia de la Patrulla Fronteriza ha dañado la flora y la fauna y que la dependencia no ha proporcionado suficiente información sobre el impacto.

“Es nuestra responsabilidad proteger nuestras tierras y montañas, puesto que ellas nos han protegido a nosotros desde el inicio de los tiempos”, escribió Manuel.

Pero el jefe de la tribu les ha dicho que trabajen con la Patrulla Fronteriza para hallar alternativas.

El vecino distrito Chukut Kuk ya aprobó el proyecto.

Kendall José, vicepresidente del distrito e hijo de Verlon, se refirió a un incidente reciente en el que la policía del tribu y la Patrulla Fronteriza buscaban a un grupo de hombres armados.

“Pienso que si hubieran tenido la ayuda de la cámara, eso les había ayudado en ese momento, un ojo más buscándolos”, dice. De los tres sospechosos, los agentes atraparon sólo a uno.

ABUNDAN LOS AGENTES

Cuando Manuel se reincorporó al concejo de la tribu en el 2009, una de las grandes quejas que escuchó fue que los agentes estaban cortando las vallas de ranchos y metiendo los vehículos por todas partes.

“Ahora hay un área en el oeste donde se les complica encontrar animales de caza porque la Patrulla Fronteriza que está en todas las distintas áreas asustan a los grandes animales de caza”, dice.

Los miembros de la tribu ya no pueden cazar sin que se active un sensor, dice Richard Saunders, director de seguridad pública de la tribu y ex agente policiaco. De repente, un helicóptero los sobrevuela o llegan los oficiales.

Muchos cuentan historias de miembros de la tribu cosechando saguaros y siendo confrontados por agentes que les exigen que se identifiquen y que expliquen qué están haciendo. O de haber sido orillados porque su camioneta fue reportada como sospechosa. O de haber sido detenidos en alguno de los tres puntos de revisión que rodean a la reserva.

“Estamos bajo vigilancia constante”, dice Rivas. También hay dos centros de seguridad en la reserva donde trabaja la Patrulla Fronteriza.

Pero, o es la Patrulla Fronteriza o es el tráfico ilegal.

“La comunidad es impactada a diario, con gente tocando las puertas, pidiendo comida y agua”, dice Saunders. “Hace tan sólo unas semanas recuperamos un cadáver aquí”, dice.

Hace poco, Francine Pearl José vino a casa alrededor de las 6 p.m. y encontró a un hombre con ropa de camuflaje durmiendo bajo la ramada. Su nieto de 5 años de edad creyó que era un integrante del Army, pero el hermano mayor del niño pronto aclaró que era de los cárteles.

Tuvo que llamar dos veces a la Patrulla Fronteriza antes de que fueran a recogerlo a las 11 p.m.

Los grupos delictivos se están volviendo más violentos y metiéndose más al norte.

“La principal amenaza para la comunidad es verse involucrada, ya sea albergando o transportando el contrabando”, dice Saunders.

En una reserva azotada por la pobreza, la tentación es fuerte.

Pero el problema es demasiado grande para que la tribu o la Patrulla Fronteriza lo resuelvan por sí solos. “No estoy 100 por ciento a favor de la Patrulla Fronteriza, pero sí apoyo 100 por ciento el trabajo en conjunto”, dice Verlon José.

Los líderes distritales se reúnen regularmente con los agentes para hablar de los problemas, y las cosas están mejorando, dice Elaine Delahanty, presidenta del distrito Chukuk Kut. Los líderes de la tribu les avisan a la Patrulla Fronteriza de sus planes de reuniones o cuando van a introducirse en áreas remotas. Los agentes se han ido involucrando más con la comunidad.

Pero para algunos, es un camino largo hacia la armonía entre los dos grupos.

Rivas lleva puesta una pulsera verde con la palabra “autonomía” grabada en ella. “Es un recordatorio de que somos autónomos”, dice.

“Estamos conectados con nuestra tierra de origen, ya sea en México o en Estados Unidos. Ahí es donde tenemos nuestros entierros sagrados, nuestras ceremonias, nuestras comunidades. Ninguna frontera va a borrar eso”.


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