“Nosotros no vinimos a Tucsón. María nos trajo”.
Así es como Myrelis Díaz Martínez se presentó ante un pequeño grupo de personas que estábamos en Las Milpitas de Cottonwood, un jardín comunitario en la ladera oeste del Río Santa Cruz, donde mi esposa Linda y yo tenemos un pedazo de tierra.
Díaz, quien trabaja para el Centro de Diversidad Biológica, había ido a platicar con nosotros, a darnos las gracias por trabajar en el jardín sostenible y a motivarnos para tratar al medioambiente con más delicadeza e inteligencia.
Después de la charla, se presentó a ella misma y a su esposo, José Bermúdez. Ambos llegaron a Tucsón hace unos 10 meses, tras salir de Puerto Rico, que fue devastado por dos huracanes el año pasado.
“Aún no puedo describirlo. Me da escalofríos”, dijo Díaz en una entrevista en la que también estuvo su esposo el miércoles 3 de octubre en el centro de la ciudad.
El cambio climático no es un mito. Está cambiando la forma en que vivimos, cómo cultivamos y producimos nuestros alimentos y está causando un mayor flujo de personas que abandonan áreas afectadas adversamente por sequías, inundaciones y otros fenómenos climáticos. La pareja boricua es testigo.
“Somos refugiados en nuestro propio país”, dijo Díaz.
Son nacidos en Caguas, una zona montañosa en el Este central de Puerto Rico, donde se conocieron cuando iban a la preparatoria. “Ella me gustaba”, dijo Bermúdez sobre Díaz.
Como cientos de miles de sus coterráneos de la isla, Bermúdez y Díaz dejaron su casa para venir a esta parte de Estados Unidos.
Él no pudo seguir con sus estudios en farmacéutica ni ella en estudios ambientales, ambos a nivel de postgrado en la Universidad de Puerto Rico. Díaz también perdió su trabajo en AmeriCorps.
“Nadie planea algo como lo que nos pasó en Puerto Rico”, dijo Díaz.
Ellos no querían irse de Puerto Rico. Es su hogar y ahí siguen sus familias, luchando, sobreviviendo. Pero para ellos sobrevivir, Díaz y Bermúdez se convirtieron en “refugiados” del cambio climático.
Cuando llegó el huracán, ellos estaban en su departamento en el tercer piso de un edificio en la colonia Río Piedras de San Juan, rodeados de otros estudiantes universitarios y de familias. Las alertas meteorológicas se fueron haciendo más presentes y fuertes conforme el huracán categoría 5 llegaba a la isla.
“Estábamos nerviosos. Recuerda que otro huracán, Irma, nos había golpeado dos semanas antes”, dijo Bermúdez. Ese huracán hizo un daño considerable a la isla.
María resultaría mucho más destructivo, terminando lo que Irma había empezado. Se estima que 3,000 personas murieron durante y después del violento paso del huracán por Puerto Rico.
Quedaron sin luz ni agua. Los hospitales no funcionaban. Era difícil encontrar comida. Los precios de los alimentos, la gasolina y el agua se dispararon. Cuando lograban encontrar agua, tenían que pagar más de 30 dólares por galón. Prácticamente no había gasolina para los carros. Había miembros de su familia aislados en otras partes de Puerto Rico. Díaz y Bermúdez vivían en la oscuridad.
“Era tierra de nadie”, dijo ella.
Aunque la isla estaba casi completamente desconectada, hubo una estación de radio que se mantuvo al aire, transmitiendo peticiones urgentes. “Era un mecanismo de defensa”, dijo Díaz, de 27 años, sobre la radiodifusora solitaria.
Después de que el impacto pasó, ayudaron a organizar una cooperativa que estableció un programa para alimentar a sus vecinos. También pudieron llenar el tanque de gasolina y hacer el incierto viaje hasta el otro lado de la isla para ver cómo estaba el papá de Bermúdez.
Después de varios meses de desesperación, buscaron un lugar a dónde irse. Tucsón apareció en la búsqueda de trabajo de Díaz. Envió su solicitud de empleo a AmeriCorps y se lo dieron. Pero ya estando aquí, ese trabajo se terminó muy pronto, y desde el mes de mayo Díaz es coordinadora de participación latina del Centro para la Diversidad Biológica, una organización nacional de defensa ambiental con sede en Tucsón.
Por coincidencia, Bermúdez había vivido en Tucsón durante cuatro años cuando estudió la licenciatura en la Universidad de Arizona, de donde graduó en 2016. Tenía amigos aquí que les ayudaron a hacer la transición. Actualmente, Bermúdez, de 24 años, trabaja en ciencias de la salud en la universidad y está considerando estudiar medicina, en lugar de terminar el doctorado en farmacología.
Aunque están creando su nuevo hogar en el desierto, no están seguros de si regresarán a Puerto Rico. Pero ya sea que vuelvan o no, lo que continuará es el cambio climático, hasta que haya una mayor conciencia pública para cambiar las políticas ambientales y reducir la emisión de gases de efecto invernadero, dijeron.
La creciente fuerza de los huracanes es resultado directo del aumento de las temperaturas globales, añadieron. Conforme pongamos más presión al medio ambiente, mayores serán las repercusiones, dijeron.
“No le deseo esto a nadie, lo que nos pasó a nosotros”, dijo Díaz. “María nos obligó a mudarnos. Somos ciudadanos norteamericanos desplazados”.