En los últimos cuatro años, la vida de Jim ha girado en torno al Cuerpo de Marines de los Estados Unidos.

Desde que estaba en la secundaria había querido estar en el Ejército. Le gustaban los uniformes, el estilo de vida. Añoraba ser uno de los pocos que pueden decir que son Marine.

No tener a su madre le dio el empujón final para enlistarse. Tal vez el hecho de probar su lealtad a su país ayudaría a traerla a casa, pensó. Por lo menos, su salario ayudaría a su familia.

Fue Jim el que más se vio afectado, comenta su madre, Gloria de la Rosa, cuando a ella le negaron la residencia en el 2009 en Ciudad Juárez, Chihuahua, a donde fue a lo que pensaba sería una cita para obtener su residencia permanente.

Pero en vez de la residencia, Gloria obtuvo un castigo de 10 años, durante los cuales no podría regresar a Estados Unidos, debido a que años atrás había cruzado de manera ilegal después de que se le venció su visa.

Ahora Gloria vive en Nogales, Sonora, esperando el día en que pueda volver a estar con su esposo Arsenio y sus cuatro hijos, Jim, Bill, Naomi y Bobby. Los cinco son ciudadanos norteamericanos.

Gloria platica que mientras empezaba su nueva vida en Nogales, Sonora, Jim, quien entonces tenía 17 años y cursaba su último año de preparatoria, no quería comer. Por un tiempo, ni siquiera quería salir de su habitación.

Al año siguiente, en el 2010, Jim se graduó de Pueblo Magnet. Poco tiempo después entró a los Marines.

Se sumergió dentro de la cultura militar y comenzó una carrera dando mantenimiento a los radios. Se tomó foto tras foto en su uniforme de camuflaje y de fiesta con sus compañeros, quienes se convirtieron en su segunda familia. Las publicaba con orgullo en las redes sociales.

Pero cuando llegó la hora de enlistarse de nuevo este año, Jim sabía que no podía hacerlo, no importaba cuánto lo deseara. Con Bill en la universidad y la salud de su padre en declive, era su turno de estar a cargo.

“Sabía que tenía que regresar a casa”, dice. “Pero al mismo tiempo pensaba, ‘esto no es justo’”.

“Podía haber continuado dos meses más, podía haber sido sargento. Para alguien de 22 años, llegar a ese rango tan rápido…”, Jim toma una pausa. “Pero sabía que esto era más importante”.

La transición no ha sido fácil, pero a Jim no le gusta mostrarlo.

Rara vez habla de sus sentimientos o de sus problemas. Si le preguntan, lo más probable es que conteste “como sea”.

¿Sobre las nuevas responsabilidades? También tenía muchas responsabilidades en los Marines.

¿Sobre su carrera militar frustrada? Se matriculó en el Colegio Comunitario Pima este semestre, así que está avanzando de otra forma.

Aun así, su recámara es un altar a lo que dejó atrás. Las paredes están tapizadas con posters del espacio, de superhéroes... y de Marines. En el centro de todo está una foto en grupo de Jim y sus compañeros vistiendo el uniforme. Sus medallas clavadas sobre el papel brilloso.

Desde que regresó en febrero, la rutina de Jim ha cambiado. Antes se levantaba a las 6 a.m. para hacer ejercicio con sus compañeros e ir a trabajar. Ahora se levanta por las noches para sacar a Arsenio de la cama y llevarlo al baño.

El médico dijo que Arsenio necesita ejercitar sus piernas para mejorar su movimiento, así es que Jim le ayuda con eso.

Una mañana, Jim cuenta hasta 20 mientras Arsenio dobla su pierna derecha.

“La otra”, dice mientras toma la pierna izquierda de su padre. “Diez más, diez más. ¿Ya estás cansado?”.

“No”, dice Arsenio.

“En un rato vamos a hacer más”, dice Jim con voz fuerte. Arsenio ya no escucha muy bien.

Cuando Jim era niño, su papá era su héroe.

Si él y Bill lloraban por la noche cuando eran bebés, Arsenio se levantaba para arrullarlos y cantarles.

Los llevaba a la escuela y a clases de karate. A ninguno de los dos les gustaban, pero seguían en ello para hacer feliz a su papá.

Se había jubilado como piloto de fumigación, así que los cuidaba mientras Gloria trabajaba.

Jim seguía a su padre, deteniendo la lámpara mientras Arsenio arreglaba un auto.

Arsenio es el tipo de hombre que, aun después de que sufrió un derrame, caminaba lentamente al edificio del Proyecto Yes y entregaba su donación mensual de 20 dólares al programa gratuito que ayudaba a sus hijos –el único que hacía eso entre 100 padres de familia.

Hoy Arsenio sólo ve televisión o dormita en el sillón, de vez en cuando diciéndole a uno de sus hijos que se ponga los zapatos o que prenda la luz para que no se lastime los ojos.

Jim, quien pasa más tiempo cuidándolo, pasa la mayo parte de su día en el teléfono. Ha subido de peso en los ocho meses desde que regresó; apenas se le reconoce en su fotografía de graduación del campamento de entrenamiento.

Vive la mayor parte de su vida dentro del pequeño hogar familiar, algo que Bob Cabigas, veterano del ejército y alguien con quien Jim trabajaba en el galgódromo cuando estaba en la prepa, está tratando de cambiar.

Cabigas es parte de Fronteras Compasivas, quienes llenan tanques de agua para migrantes que cruzan el desierto. Jim decidió unirse al esfuerzo.

“Pienso que está bien”, dice Cabigas. “Sólo tiene que dar el próximo paso. Se supone que se iba a poner a dieta. ¿Y cuándo? Mañana”.

“Estoy de vacaciones, Bob. Cuatro años de trabajar duro”, le dice Jim. “En un mes voy a regresar a lo normal”.

Entonces empezará a pensar en una carrera dentro de algún cuerpo policial, dice.

En el desierto, remplazando tanques de agua viejos y asegurándose de que el resto tenga agua limpia, algunos dirían que Jim está ayudando a gente que ha violado la ley. Pero él está en paz con eso.

“Soy patriota. Amo a este país y amo a los Marines también”, dice. “Pero me imagino a mí mismo sin agua, teniendo que caminar 80 millas”.

Su madre cruzó ese desierto alguna vez, pero Jim no piensa en eso, ni siquiera cuando él mismo anda en el desierto.

Describe a Gloria como una persona compasiva que le echaría la mano a cualquier persona que necesite ayuda. Ella es “como un ser humano perfecto”, dice.

Su relación se ha vuelto no mala, pero distante.

“No platicamos mucho sobre cosas de la vida”, dice Jim. “Simplemente no me gusta hablar de cosas así”.

No es el mismo niño que tocaba el violín y era campeón de ajedrez, comenta Gloria. Cuando trata de abrazarlo, se aleja.

Tampoco la visita seguido. Los fines de semana Jim lleva a sus hermanos y a Arsenio a Nogales, Sonora, y se regresa a Tucsón solo. Necesita un descanso de todo.

Jim elogia a su madre por esperar los 10 años.

“Causó problemas, grandes problemas”, dice. “Pero estoy orgulloso de ella por querer hacerlo de la manera legítima”.

A veces resiente el hecho de que él está en casa mientras que Bill anda en la universidad.

“Tú deberías de quedarte aquí”, le dijo a su hermano. “O cuando termines la escuela deberías conseguir un trabajo aquí”.

Pero se detiene.

“Él está haciendo todas estas cosas importantes e increíbles”, dice Jim. “Así que, ¿por qué debería de venir aquí cuando yo puedo con esto?”.

Se tienen unos a otros

Los niños en una familia donde hay una deportación, o donde uno de los padres está en el país de manera ilegal, no muestran el mismo desempeño que otros niños, según estudios.

En algunas formas esto ha sido comprobado por la familia de la Rosa. En ocasiones no han tenido suficiente para comer, como cuando el Seguro Social de su padre no cubría todos los gastos.

Gloria era el ingreso fuerte de la familia y los casi 400 dólares que ganaba a la semana desaparecieron cuando se mudó a México. Ahora gana aproximadamente 13 dólares al día como empleada de un local de comida en un centro comercial.

Lo que han tenido, y lo que ha hecho la diferencia, es la gran cantidad de apoyo que han recibido de grupos de iglesias, amigos de la familia, maestros y consejeros.

Y, por supuesto, se tienen ellos mismos: Se han acostumbrado a limpiarse las lágrimas el uno al otro, han estado ahí para apoyarse.

Cuando Gloria se mudó a Nogales para estar con Arsenio, ella tenía 22 años. Le gustaba la idea de estar con un hombre mayor en quien podía confiar. Nunca pensó qué significaría esa diferencia de edad en el futuro.

Debido a que sus hijos tienen tantas responsabilidades en Tucsón, cuando están con ella Gloria quiere que puedan ser niños nuevamente.

Naomi a veces se duerme a las 8 p.m. el viernes y no despierta hasta en la mañana. Gloria piensa que es porque está tan cansada y en Nogales por fin se puede relajar.

Gloria les prepara sus platillos favoritos, como mole o enchiladas. Compra tortillas de harina para Bill y de maíz para Arsenio. Les lava la ropa, limpia la mesa después de que comen y lava los platos.

Baña a su esposo y lo lleva con su peluquero favorito.

Naomi, quien en Tucsón es un torbellino limpiando la casa, pasa su tiempo peleándose amistosamente con Bobby.

“¡Má, que me deje en paz!”, se queja de su hermanito.

“¿Así se comportan cuando están allá? ¡Pónganse los zapatos!”, los regaña Gloria.

“¿Qué no tienes tarea que hacer?”, le pregunta a Bobby. “Tienes que tener algo que hacer. Lee un libro”. Cualquier cosa para mantenerlo alejado de su hermana, quien está tratando de hacer tarea de geometría.

Por fin se acuesta en el sillón a lado de su mamá y ella le rasca la cabeza y le hace cosquillitas en el brazo. En cuanto se detiene, le toma la mano y le hace señas de que quiere más.

Aunque disfrutan del tiempo con su madre, están acostumbrados a cuidarse solos.

Cuando Bobby necesita un permiso por escrito para tocar el clarinete acude a Naomi, no va con Gloria ni con Arsenio, ni siquiera cuando están sentados cerca.

Después Arsenio firma, pero Bobby nunca le explica para qué es esa nota.

“Les diré cuando me den el instrumento”, dice en inglés, el idioma que usan más entre los hermanos para comunicarse.

Una vez que regresan a Tucsón, los hermanos retoman sus papeles.

Mientras esperan a la persona que llevará a Bill al aeropuerto y de regreso a la universidad, Arsenio le habla a su hijo menor.

“Bobby, la medicina”, dice con voz temblorosa. “Bobby, la aspirina”.

“¿Cuál aspirina?,” pregunta Bobby.

“¿Te acuerdas de las pastillas que le diste ayer y se enojó porque no eran esas?”, dice Bill.

“¿Por qué iba a darle la medicina equivocada?”, pregunta Bobby, molesto.

“Eso hiciste ayer”.

“Porque no sé cuál se toma en la mañana y le di de esas y se enojó”, explica Bobby.

Naomi sigue haciendo su tarea, ni siquiera voltea.

“Pa, ya me voy”, dice Bill mientras abrocha el botón del bolsillo de la camisa de su padre. “Cuídate para poder verte en diciembre”.

“Sí,” contesta Arsenio, con voz débil.

“Hazle caso a Jimmy para que no se desespere, OK?”, le pide Bill a su papá.

“Sí, sí, sí”, responde.

“Ten cuidado cuando camines”, dice Bill antes de besar la cabeza de su padre.

Se acerca a Naomi y le da una palmada en la cabeza. Bobby se pone de pie y abraza a Bill por la cintura.

“Te dejo dormir”, le dice Bill con una sonrisa a Jim cuando abre la puerta de su recámara. Después sale de la casa con su maletas.

Este mes se cumplen seis años de que la familia ha estado dividida.

Faltan cuatro más.


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El reportaje completo y las fotos pueden verse en https://media.azpm.org/master/doc/dividedbylaw/espanol.html.

Contacta a Perla Trevizo en ptrevizo@tucson.com o al (520) 573-4213. Fernanda Echavarri es ex reportera del Arizona Public Media, ahora reportera de Latino USA en Nueva York.