Con su madre en México y el resto de la familia en Tucsón, Naomi tuvo que crecer rápido.

Con sus pequeñas manos agarraba la escoba y el trapeador para ayudar a mantener la casa limpia –no de la misma manera que lo hacía su mamá, pero haciendo lo mejor posible.

En el 2009, la mamá de Naomi, Gloria Arellano de la Rosa, de 46 años, fue a Ciudad Juárez, México, a lo que pensaba sería una cita para obtener su residencia permanente.

Pero en vez de la residencia, obtuvo un castigo de 10 años, durante los cuales no podría regresar a Estados Unidos. Esto porque años atrás había cruzado de manera ilegal después de que se le venció su visa.

Ahora Gloria vive en Nogales, Sonora, esperando el día en que pueda volver a estar con su esposo Arsenio y sus cuatro hijos, Jim, Bill, Naomi y Bobby. Los cinco son ciudadanos norteamericanos.

Así es que Naomi aprendió a prepararle el café a su papá como le gusta: una cucharadita de café instantáneo y cuatro cucharadas de azúcar morena en tres partes de agua y una de leche servido con una cucharita en la taza blanca despostillada.

Ha sido la cocinera de la familia y ama de casa desde que tenía 9 años. Ahora, a los 15, empieza sus días a las 6:15 a.m., cuando la alarma en su teléfono la despierta con música pop.

Se cepilla su cabello largo y negro y se lo acomoda en un chongo, se aplica rimel y se alista para la escuela —un proceso como de dos horas, terminando con un poco de perfume que huele a flores.

En general no desayuna en casa, prefiere almorzar algo en la escuela.

Cuando llega a casa hay que limpiar. Decidir qué hacer de comer y lavar los platos antes de hacer su tarea.

“¿Cómo haces tus sardinas?, le pregunta a Bill un sábado cuando estaba en casa durante el verano.

“No me acuerdo”, le dice él mientras prepara pollo para la comida.

Usando una combinación de inglés y español, Naomi le cuenta a su hermano cómo trató de hacer el platillo como él lo hace, pero no le salió. Le iba a hablar para preguntarle, dice, pero no lo hizo.

Gloria trata de mandarles comidas preparadas con familiares para que su única hija no tenga que estar cocinando siempre. Pero a Naomi no le molesta.

La música le sirve de compañía mientras lava el baño o tiende la cama de su papá. Lleva su iPhone a donde quiera que va, tarareando lo que escucha.

Hace todo esto al mismo tiempo que mantiene buenas calificaciones y toma clases avanzadas. La única excepción es una C en arte, la cual Bill quería que arreglara para no bajar su promedio y arriesgar sus posibilidades de ser aceptada en Bowdoin –la universidad que él ha elegido para ella, ya que ha podido construir una red de apoyo ahí–, aunque apenas cursa su segundo año de prepa.

Bill le sugirió que hablara con su maestro y ofreciera visitar un museo y escribir un informe de 10 páginas para subir su calificación. Ella nunca lo hizo.

Su hermano es su modelo a seguir y usualmente sigue sus consejos.

“Me gusta tener alguien ahí para mí”, dice, aun cuando se pone pesado.

Naomi quiere ir a la universidad y ayudar a la comunidad, tal vez ser maestra o consejera.

Su primera experiencia en el mundo de Bill fue este verano, cuando participó como miembro del jurado en la Corte Juvenil del Condado de Pima, un programa en el cual su hermano ha estado involucrado desde la primaria.

“Dios mío, fue muy divertido – ¡En serio!”, le platica a Bill cuando pasa por ella el primer día.

Había estado nerviosa, y tenía miedo de estar sobre vestida con su blusa morada y pantalones negros. Pero rápidamente hizo amigas, platicando entre casos con un grupo de jovencitas sobre sus programas de televisión favoritos. El de ella es “Pretty Little Liars”, un programa de misterio para adolescentes. Le encantan las películas de suspenso y de terror.

Después, le cuenta a Bill sobre el caso de un tipo que traía marihuana cuando fue detenido, y el caso de un muchacho que dijo haber aventado una piedra en defensa propia. En otro caso, una chica se metió en problemas por echar perfume en el salón de clases.

“¿Estabas a cargo del jurado?”, le pregunta Bill.

“No”.

“¿Por qué no?”.

“Una chica que estaba junto a mí. Yo iba a ser, pero luego yo pensé, hmm…”.

Deja de hablar y Bill le cuenta cómo él había sido abogado en la corte juvenil y cómo tomaba el autobús de su casa en el lado sur de Tucsón hasta el Centro de Tránsito Ronstadt vestido de traje.

Ella quiere hacerlo de nuevo, dice, cuando no esté en Nogales con su mamá.

Naomi no la visita tan seguido como su hermanito Bobby, quien pasa los veranos allá, porque tiene que limpiar y cocinar para su papá. Además, no se siente muy cómoda ahí.

“Mucha gente se te queda viendo y te falta al respeto”, platica. “Como, digamos que hay un tipo de 40 años pasando y una niña y él le dice, ‘Wow, estás muy sabrosa’”.

Nunca consideró seriamente vivir en Nogales con su madre, dice, debido a su escuela. Naomi ve a su mamá como una guerrera por sacrificar tanto por ellos, pero su relación no es la misma.

Sin mamá en casa, Naomi ha encontrado refugio en su hermano menor y en Lety Rodríguez, una amiga de la familia.

“Lety es tan chistosa –está loca también, pero loca bien”, dice Naomi. “Siempre está con que, ‘No andes sacando las pompis’. Su hija Selena es como mi mejor amiga. Es como otra Bobby, alguien en quien puedo confiar”.

Rodríguez estuvo ahí cuando Naomi salió de primaria. Ha estado ahí cuando Bobby o hasta Gloria le han hablado para decir que Naomi no se sentía bien.

“Imaginarme que mi hija tiene dolor de cabeza, que le duele un dientito”, dice Lety, “y no estar yo ahí para taparla o que se acuesten con su pancita vacía, eso duele”.

Naomi sigue siendo una adolescente que pelea con sus hermanos, pero está consciente de que juega varios papeles.

“La vida de estudiante es que siempre me vaya bien en la escuela, que no te afecte el drama”, dice. “Luego, la vida de mamá es como, esto necesita estar limpio, ¿qué tal si hay visita?”.

La vida de mamá también es Bobby.

Cuando su mamá se fue a vivir a México, Bobby apenas iba a cumplir cuatro años.

“Todas las noches lloraba hasta quedarme dormida”, dice. Pero luego veía a su hermanito durmiendo junto a ella y se daba cuenta de que aún era un bebé.

“Lo abrazaba y yo estaba llorando”, platica. “Pero luego yo me decía, ‘No, no, soy fuerte’, y me limpiaba las lágrimas y me dormía”.

Una noche después de que Gloria se había ido a México, Naomi se despertó para ir al baño y vio una silueta en el pasillo. Era Bobby con sus ojos llenos de lágrimas.

Los hermanos se pusieron en acción. Bill llevó a Bobby a la cama y le leyó cuentos como “La Llorona”, que su mamá les contaba. Jim hizo un show de títeres con cobijas y un oso de peluche. Naomi le calentó un poco de leche con sabor a fresa.

Su madre estaba en otro país. La salud de su –padre cada vez era peor. Pero se tenían el uno al otro –y eso es algo que no podía dejar que Bobby olvidara.

Durante las noches, cuando extrañaban más a su mamá, abrazaba a su hermanito y le hacía una promesa: “Estoy aquí para ti”.


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La historia continuará en las próximas dos ediciones semanales.

Contacta a Perla Trevizo en ptrevizo@tucson.com o al (520) 573-4213.

Fernanda Echavarri es ex reportera del Arizona Public Media, ahora reportera de Latino USA en Nueva York.