Por Luis Carrasco

La Estrella De Tucsón

A Edna Osuna le gusta hacerse cargo.

En una reunión de orientación en su escuela de postgrado en la Universidad de Arizona, hábilmente maniobra para pasar sobre otra personalidad fuerte del grupo y sugiere otras formas de hacer el trabajo.

Leerán el caso de estudio y se reunirán mañana. Cada uno tomará una parte del material. Todos asienten y el grupo se dispersa.

Más tarde, ella se refiere al otro estudiante que intentó tomar control del grupo. Como alumna de finanzas en el Colegio de Administración Eller de la UA ella está acostumbrada a tratar a este tipo de “Maestros del Universo”, dice. No se dejará intimidar.

Si se sientes que ella tiene algo que demostrar es porque –tal como ella lo ve– así es.

Edna, de 27 años de edad, es una estudiante indocumentada. La trajeron a Tucsón cuando tenía 8 años y ha tenido que ayudar al sostenimiento familiar desde los 17. Ha luchado por cada oportunidad que ha aparecido en su camino.

Sus padres están de regreso en Sinaloa. A su papá lo deportaron y su mamá, a quien después le diagnosticaron Alzheimer prematuro, se fue para estar con él cuando empezó a tener problemas de memoria y ya no pudo trabajar.

De adolescente, Edna vio por sus hermanos, que entonces tenían 15 y 13 años. Ha trabajado en un fábrica, vendido productos Avon, limpiado oficinas y cuidado niños.

Pero aunque sus luchas la han hecho más fuerte, dice Edna, nunca le ha interesado utilizarlas para sacar provecho. Aun cuando batallaba para pagar su educación universitaria, nunca habló claramente de sus circunstancias con el personal de la escuela.

“Le Escuela Eller en realidad no sabe de esto. No quería ir con ellos con una historia para hacerlos llorar”, dice.

“Para mí, así es la vida. Estas cosas pasan. Yo no estoy aquí para que alguien sienta lástima por mí. Estoy aquí porque sé lo que quiero lograr. Sé que quiero una educación. Sé que quiero mejorar”.

OPORTUNIDAD

Para los estudiantes indocumentados como Edna, quien en mayo egresó como licenciada en Ciencias de la Administración de Empresas, graduar de la universidad significa desafiar las probabilidades.

Para los jóvenes inmigrantes como Edna Osuna, aun cuando son aceptados en el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia –DACA, por sus siglas en inglés, que los libra de la deportación y les da un permiso de trabajo por dos años–, la lucha es cuesta arriba, dijo Roberto Gonzales, profesor asistente de educación en la Escuela de Postgrado en Educación de Harvard.

“Estamos hablando de una población que es excluida de la ayuda financiera y que en la mayor parte del país no tiene acceso a los costos de educación para residentes. Eso por sí mismo significa que necesitan ayuda extra para llegar a la universidad, persistir y graduar”, dijo. “También hablamos de un sector que carga un gran estigma por ser indocumentado”.

En mayo, la Mesa de Regentes de Arizona votó de forma unánime para permitir que los beneficiarios de DACA que cumplan con los requisitos de residencia paguen la matrícula estatal en la universidad o colegio. La medida llegó demasiado tarde para ayudar a Edna con su licenciatura, para la que tuvo que juntar 48 mil dólares.

“Cuando dije que iría a la escuela Eller mucha gente se quedó en shock, mis consejeros, mis maestros, porque decían, ‘¿estás consciente de que tienes que pagar 16 mil dólares por semestre?’, y sí estaba consciente y tenía mi plan”, dijo Edna.

Su plan era algo más que ambicioso. Reuniría 64 mil dólares para la matrícula de dos años para alumnos de fuera del estado en Eller haciendo dos carreras a la vez, Finanzas y Economía de Negocios.

Solicitó todas las becas posibles y buscó apoyo de particulares entre los contactos que hizo en la Cámara de Comercio Hispana de Tucsón y el Consejo Interreligioso del Condado Pima. Escribió cartas a familias a las que les había cuidado a los niños y ellos a su vez contactaron a sus amistades para pedirles ayuda. Recibió ayuda de grupos como la Fundación Comunitaria de Arizona, Chicanos por la Causa y la Fundación México.

Reunió lo suficiente para su primer año y se inscribió en el otoño de 2013.

“Una cosa a la que no me comprometía era conformarme a tomar una sola clase por semestre porque no pudiera pagar más”, dijo. En el primer semestre se inscribió en 19 créditos, todo mientras trabajaba 35 horas a la semana.

Pero aun con su trabajo y la ayuda financiera, fue duro conseguir el dinero para pagar. Con el tiempo las cosas se complicaron y no pudo inscribirse en su tercer semestre porque debía 4 mil dólares.

Consiguió lo que debía y no estaba dispuesta a renunciar a su plan de graduar en dos años.

“Fui con mis consejeros y les dije que quería terminarlo todo en un semestre. Me salí de Economía, ya no iba por dos carreras, sólo Finanzas. Ese era el compromiso, tenía que ser flexible”, dijo Osuna.

Graduó con un promedio de 3.5. En igualdad de circunstancias, Edna está segura de que hubiera obtenido el 4.0.

“No me apena decir que fue 3.5, dadas las circunstancias”, dijo.

EL IMPULSO

Tener una red de apoyo generalmente es importante para ser exitoso en la universidad, pero para los estudiantes indocumentados es vital, dicen los expertos. No sólo para encontrar oportunidades de financiamiento para pagar las inscripciones sino para tener el estímulo necesario para enfrentar lo desconocido.

“Las universidades tienen todos estos servicios para estudiantes de bajos ingresos, para jóvenes que son la primera generación de universitarios de su familia. Los programas federales TRIO se establecieron para ayudar a nivelar el terreno, pero desafortunadamente para muchos indocumentados, no pueden participar en muchos de ellos”, dijo Gonzales, el profesor asistente de Harvard.

Osuna dijo que ser una universitaria de primera generación y su inusual experiencia de vida hicieron que entrar a Eller fuera un impacto para ella.

“Si no sabes cómo asimilar rápidamente ese ambiente, te pierdes, no haces amigos, es una de esas cosas… con las que aún estoy batallando”.

Laura Ullrich, directora asociada de programas de licenciatura en la Escuela de Administración Eller, era consejera de negocios cuando conoció a Osuna. Darse cuenta de que era indocumentada no fue un impedimento para ofrecerle ayuda, dijo.

“Recuerdo que cuando eso surgió yo pensé, ‘no sé exactamente qué significa eso, pero está bien, puesto que eso no cambia cuánto quiero trabajar con ella. Era una estudiante de calidad que hacía todo lo que debía hacer y quería verla logrando todas sus ambiciones académicas”, dijo Ullrich.

Aunque Edna Osuna sólo tiene cosas positivas qué decir sobre sus consejeros y maestros, considera que la universidad en sí podría hacer un mejor trabajo siendo más incluyente.

Pero con sólo unos 100 estudiantes indocumentados registrados en las universidades públicas de Arizona, hay claros desafíos para los administradores.

“Tienes que ir a lugares como California y Texas, donde muchos alumnos indocumentados han pasado por esos sistemas de universidades públicas y con los años esto ha forzado a los administradores a realmente observar sus prácticas”, dijo Gonzales.

“Pero aunque las cifras crecientes han ayudado a propiciar mayores esfuerzos por parte del personal, en lugares como Arizona los estudiantes están en desventaja, porque no tienen ese tipo de infraestructura”.

Apoyo

Muchos estudiantes indocumentados son su propia versión de Edna Osuna, pero no todos tienen la versión que ella tiene de un final feliz.

Cuando ves su vida, te das cuenta del esfuerzo monumental que conlleva el ser indocumentado y graduar de la universidad, sin tomar en cuenta su trabajo en postgrado, dijo Florencio Zaragoza, presidente de la Fundación México, la cual otorga becas a estudiantes inscritos en DACA.

“Tienes que encontrar financiamiento privado, tener las calificaciones necesarias para acceder a esas becas. No sólo tienes que luchar, sino además ser un estudiante sobresaliente… muchos de ellos claudican”, dijo.

Unos 65 mil jóvenes indocumentados que han vivido en Estados Unidos por cinco años o más gradúan de la preparatoria cada año, de acuerdo a un estudio del Centro de Políticas Migratorias, un grupo de expertos con sede en D.C.

Sólo entre el 5 y el 10 por ciento de ellos va a la universidad.

Esos son los números que Edna quiere ayudar a cambiar. Está empezando a ser voluntaria en la Fundación para ayudar a otros estudiantes.

“No puedo decirles, ‘ah, esta persona te dará mil dólares’. Tampoco puedo sacar dinero de mi bolsillo, pero sí les puedo enseñar las estrategias para conseguirlo. Con quién ir, cómo acercarse a ellos, cómo navegar por el sistema de la UA. Si no tienes apoyo puedes hacerlo mal, puedes ser aplastado”, dijo.

Aunque considera que es importante hablar alto y estar políticamente activo, el hecho de que ella terminó su licenciatura y que está estudiando su maestría es la declaración más poderosa.

“Pienso que los resultados te dan la mejor base. Mi graduación me dio mucha credibilidad. Eso ayuda a sentar las bases. Hace más difícil para la gente el decir no”, dice.

“Espero dejar algún tipo de legado en Eller para el próximo estudiante”.


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