Los días más oscuros de Ernesto Navallez llegaron cuando fue aislado en un confinamiento por agredir a un guardia. Estuvo en esa celda solitaria, desnudo, por 27 días.
En cierto momento, un guardía se burló de él, agitando una carta de su novia en la que decía que lo dejaba. Quebró una ventana del coraje. Los guardias lo esposaron a los barrotes de metal de su cama. Ya había tenido suficiente.
Logró zafar su mano derecha de las esposas, y la utilizó para cortarse la muñeca izquierda. Quería matarse.
Todavía no cumplía 18 años.
La tarde del pasado jueves, dentro de un edificio de bloques y un techo bajo en el sur de la ciudad, el pastor Navallez recibió a su pequeña congregación para orar en la Iglesia Apostólica en Nombre de Jesucristo. Su esposa tocaba el órgano eléctrico y conducía a los fieles en los cantos de apertura en inglés y español.
"Adoramos al Dios del valle", dijo Navallez suavemente ante los gritos de "Amén" y las alabnzas de los casi 20 fieles . "Y adoramos al Dios de la montaña".
Vinieron más alabanzas, en inglés y en español. Como pastor por los últimos cinco años, Navallez ha hallado paz en su vida y su ministerio.
"Es un regocijo poder ayudar a la gente", dijo Navallez, quien acaba de cumplir 69 años.
Encontrar esa alegría y encontrar a Jesús toma tiempo. Criado en el lado sur de la ciudad, Navallez encontró los problemas fácilmente. Se metió a una pandilla -Los Bumpers- en la que también estaba un hermano mayor. Estos muchachos andaban bicicleta pero robaban carros.
No terminó la secuendaria. Primero lo mandaron a "Mothers Higgins", el centro de detención juvenil del condado, y luego a Fort Grant, la correccional juvenil del estado.
Por los siguientes 26 años, Navallez estaría entrando y saliendo de la cárcel del Condado Pima, de la del estado en Florence y de la prisión federal sentenciado por robo, asaltoo y tráfico de heroína. No usaba la heroína, pero cuando estuvo en una cárcel federal en el estado de Washington se topó con el LSD y consumieó el alucinógeno que fabricaban sus compañeros, dijo.
Esa era la única vida que él conocía. Pero en esos años también encontró un camino para construir una nueva vida. Mientras estuvo encerrado coqueteó con religiones orientales -el budismo y el movimeinto Hare Krishna. En viejas fotografías se le ve contemplativo. Su cabello estaba largo y trenzado.
Un día, en 1981, estando en la cárcel del Condado Pima, un grupo religioso llegó ofreciendo la salvación. El mismo grupo había estado yendo durante varios meses a la cárcel en West Silverlake Road, pero los internos no respondían.
"Habíamos decidido que sería nuestro último día", dijo Bithinia Ortiz, nieta de un pastor apostólico.
Ortiz vio a Navallez en la primera fila. Estaba callado y llevaba puest un sarape con su cabello hasta sus brazos. "Se veía intimidante", dijo. "Simplemente se sentó ahí".
Para sorpresa del grupo, Nevallez saltó a su llamado. Pasó adelante y lloró.
Fue su punto de inflexión. Lloró de arrepentimiento y en redención, dijo. Enfrentó su pasado y sus acciones.
"Dios me permitió salir", dijo Navallez.
No había sido liberado de la cárcel. Al contrario, volvió a la prisión federal por una orden de la corte, pero en lugar de escupir áacido empezó a soltar palabras de la Biblia, la cual había empezado a leer. Predicó a sus compañeros internos.
Navallez también se puso en contacto con Ortiz, pero ella no quería tener nada que ver con él. Sin embargo, dos años después, cuando él estaba en Florence, Ortiz lo volvió a ver cuando su grupo llevó el ministerio a los internos. El seguía interesado en ella pero ella seguía desinteresada en el humilde y arrependito Navallez.
"No me sentía atraída a él. Yo no estaba buscando novio", dijo ella.
Finalmente, en septiembre de 1990, Navallez fue liberado y fue a la iglesia para orar y para buscar a Ortiz. Se abrazaron, y ella sintió algo distinto entre ellos.
Ocho meses después se casaron.
"Fue Dios" quien los unió, dijo ella. "Eso estuvo bien".
El mismo añ en que se casaron, 1991, Navallez fue contratadp por una empresa ocal que crea paisajes artificiales para zoológicos, hoteles, museos y otros sitios. Viajaba por todo el paíy a tros países creando y construyendo.
En el servicio del jueves en la iglesia, Al Zaragoza tomó la palabra. Conoció a Navallez cuando se estrecharon las manos a través de la pesada cerca de la prisión de Florence. Ahora como pastor asociado de la iglesia Apostólica en South Westover Avenue y West Dakota Street, cerca del Parque Manzanita, Zaragoza dijo que él y la congregación han visto a Navallez crecer y madurar.
"Me siento honrado de llamarlo mi pastor", dijo Zaragoza.
Navallez dijo que su don es dar consejería. También intenta conectarse con ex presidiarios. Llevó a su congregación de 50 miembros a visitar la cárcel de Agua Prieta, Sonora, y les dio a los prisioneros artículos de higiene y ropa.
Aporta una fuerza tranquila y una experiencia férrea de vida a su ministerios. Entre su congregación está un sobrino suyo que estuvo preso.
El domingo 5 de junio, Navallez bautizzó a Jesús Valenzuela, de veintitantos años y le dio la bienvenida a su congregación.
"Cuando me bautizaron sentí una fuerza real apoderarse de mí", dijo Navallez.
Dijo que su camino a aceptar a Jesús en su vida sigue progresando. Se esfuerza por ser lo que Dios quiere que sea.
Navallez cree que sino hubiera aceptado a Jesús seguiría en la cárcel, o estaría muerto.
Ernesto Navallez’s darkest days came when he was put into solitary confinement for assaulting a prison guard. He was in the cell, naked, for 27 days .
At some point, a guard mocked him, waving a letter from his girlfriend that said she was leaving him. He broke a window in anger. The guards handcuffed him to his metal bed. He had had enough.
He freed himself of a handcuff on his right hand, which he used to cut his left wrist. He wanted to die.
He was not yet 18 years old.
Thursday evening on the city’s southwest side, inside a slump-brick building with a low ceiling, senior pastor Navallez welcomed his small congregation to prayer at the Apostolic Church of the Name of Jesus Christ. His wife played the electric piano and led the congregants in the opening hymns, in English and Spanish.
“We worship the God of the valley,” Navallez said softly to the shouts of “Amen” and praise from the nearly 20 congregants. “And we worship the God of the mountain.”
More praise, in Spanish and English, came forth. As lead pastor for the past five years, Navallez has found peace in his life and ministry.
“It’s a joy to be able to help people,” said Navallez, who recently turned 69.
Finding joy and Jesus took time. Growing up on the city’s south side, Navallez found trouble easily. He ran with a gang — Los Bumpers — which included an older brother. The boys, who rode bikes, stole cars.
He didn’t finish junior high school. Instead he was sent first to “Mother Higgins,” the county’s old juvenile detention center, then to Fort Grant, the state’s juvenile corrections facility.
For the next 26 years, Navallez would be in and out of the Pima County jail, the state prison in Florence and federal prison, convicted of theft, burglary and dealing heroin. He didn’t use heroin, but while in federal prison in Washington state, he tripped out on LSD, indulging in the hallucinogenic drug cooked up by inmates, he said.
It was the only life he knew. But in those years he also sought a way toward a new life. While incarcerated he flirted with Eastern religions — Buddhism and the Hare Krishna movement. Old photographs show him in contemplative poses. His hair is braided and long.
One day, in 1981, he was in the Pima County jail when a church group came to offer salvation. The group had been coming for several months to the jail on West Silverlake Road, but the inmates were not responding.
“We decided it would be our last day,” said Bithinia Ortiz, the granddaughter of an Apostolic pastor.
Ortiz spotted Navallez in the front row. He was quiet and dressed in a sarape with hair down to his arms. “He looked intimidating,” she said. “He just sat there.”
To the group’s surprise, Navallez leaped to their call. He came forward and sobbed.
It was his turning point. He cried in repentance and redemption, he said. He took ownership of his past and actions.
“God let me out,” Navallez said.
He was not released from jail. He returned instead to federal prison on a warrant, but instead of dropping acid he dropped words from the Bible, which he began to read. He preached to fellow inmates.
Navallez also reached out to Ortiz, by phone, but she wanted nothing to do with him. Two years later, however, when he was in Florence, Ortiz saw him again when her group went to minister to the inmates. He remained interested in her, but she remained uninterested and rebuffed the humble, contrite Navallez.
“I was not attracted to him. I wasn’t looking for a boyfriend,” she said.
Finally, in September 1990, Navallez was released and went to church to pray and to find Ortiz. They embraced, and she felt something different about the two of them.
The following year, eight months later, they married.
“It was God” that brought them together, she said. “It was right.”
The same year they married, 1991, Navallez was hired by a local company that creates artificial landscapes for zoos, resorts, museums and other places. He has traveled across the country and to other countries creating and building.
At Thursday’s church service, Al Zaragoza spoke up. He first met Navallez when they shook hands through the heavy Florence prison fence. Now the associate pastor at the Apostolic church at South Westover Avenue and West Dakota Street, near Manzanita Park, Zaragoza said he and the congregation have seen Navallez grow and mature.
“I’m honored to call him my pastor,” Zaragoza said.
Navallez said his gift is counseling. He also tries to connect with former inmates. He leads his 50-member congregation to visit the prison in Agua Prieta, Sonora, and to give the prisoners toiletries and clothes.
He brings quiet strength and steely life experience to his ministry. His congregation includes a nephew who spent time in prison.
Sunday, June 5, Navallez will baptize 20-something Jesus Valenzuela and welcome him to the congregation.
“When I got baptized, I felt a real power had come over me,” Navallez said.
He said his path to accepting Jesus continues to progress. He is striving to be what God wants him to be.
Navallez believes that had he not accepted Jesus, he still would be in prison — or he would be dead.