Ver a una mujer indígena oaxaqueña parada afuera de su zapatería en una fría mañana de invierno con un bebé sujetado a su espalda y otro envuelto en una cobija, fue demasiado para Juan Francisco y Gilda Loureiro.
Tenían que hacer algo.
Eso fue hace 31 años, y casi un millón de personas se han alojado en el Albergue para I nmigrantes San Juan Bosco que la pareja fundó en Nogales, Sonora. Allí les ofrecen comida, duchas y camas hasta por tres noches a los inmigrantes que deseen quedarse.
Abrir y mantener abierto el albergue ha sido tanto un desafío como una labor de amor para la familia Loureiro.
El costo mensual es de unos 8 mil dólares. En los últimos años la pareja ha recibido fondos mediante programas gubernamentales, pero la mayor parte proviene de donaciones y de sus ahorros.
Todo se debe a esa noche de 1982, cuando la mujer les contó, mientras tiritaba, que habían muchos como ella en una plaza local.
"Encontramos a más de 160 personas que habían estado ahí por dos días o más, expuestos a temperaturas extremadamente bajas, y sin comida", dijo Juan Francisco, de 68 años. Las paredes de su oficina comprenden más de 30 premios que rodean una foto de Juan Bosco, el padre católico a quien el albergue debe su nombre.
En vez de depender de la bondad de los desconocidos cuando acababa de abrir el albergue, Juan Francisco se aseguró de hacerse amigo de los desconocidos.
Averiguaba cuáles restaurantes posiblemente podían ayudar a darles de comer a los inmigrantes. Luego frecuentaba el lugar y se convertía en amigo del gerente y eventualmente del dueño, a quien finalmente le pedía donaciones de comida.
"Teníamos que darle comida a mucha gente", dijo con risa.
Hizo lo mismo con las maquiladoras, las compañías de autobuses, cualquier otro negocio que le abriera las puertas.
Para ahorrar dinero, en lugar de comprar camas construyó 40 literas de metal, gracias a un oficio que aprendió cuando estaba en la preparatoria. Aún conserva como recuerdo el casco y las herramientas que utilizó hace 30 años.
A medida que fue creciendo la familia Loureiro, también fue creciendo su involucramiento.
Su hijo mayor, quien ahora tiene 40 años, decidió cuando estaba en primaria que quería ser abogado para representar a los inmigrantes. Y ahora es el abogado del albergue. Una sobrina que prácticamente creció en el albergue decidió convertirse en psicóloga para ayudar a los inmigrantes. Ahora también es voluntaria allí.
Así como el albergue ha cambiado a la familia, también ha impactado la vida de los inmigrantes que simplemente pensaron que sólo pasarían la noche.
Varios han decidido quedarse y ser voluntarios, porque creen en lo que la familia está haciendo.
María Antonia Díaz y su hija Adriana se han quedado en el albergue por tres meses. Las dos vivieron en Phoenix por 20 años, pero decidieron regresar a México porque no podían encontrar trabajo. Apenas llegaron al albergue, comenzaron a limpiar, cocinar y a ayudar a acomodar a los recién llegados.
"Sólo Dios sabe qué hubiera sido de nosotras si no fuera por este lugar", dijo Díaz.
Ayudar en el albergue también les ha enseñado mucho sobre sí mismas, dijo Adriana Díaz, de 21 años.
"Ellos no hacen esto porque quieren quedar bien, lo hacen porque ven el sufrimiento humano", dijo Adriana, de los Loureiro.
"Estar aquí y ayudar a los demás te hace pensar en qué puedes hacer tú", agregó.
El reverendo Sean Carroll, quien celebró la misa del jueves 31 de enero ofrecida por el aniversario del albergue, dijo que en este sitio se ayuda a proteger a un segmento vulnerable de la población.
"El albergue juega un papel muy importante en hacer frente a las necesidades básicas de la población inmigrante", dijo Carroll, quien también es director ejecutivo del Kino Border Initiative (Iniciativa Kino para la Frontera), una organización binacional en Nogales, Arizona, y Nogales, Sonora, que ayuda a los inmigrantes y promueve la "inmigración humana, justa y viable".
A los inmigrantes del albergue constantemente les recuerdan los peligros de cruzar la frontera.
Tienen pósters que muestran cosas como un esqueleto tratando de alcanzar un galón de agua o un hombre armado como los traficantes de drogas y de humanos que los inmigrantes podrían encontrarse.
Los visitantes frecuentemente comparten sus historias de robos, ataques o pérdidas de seres queridos en su viaje.
Esas historias, comentó Juan Francisco, lo han marcado para siempre. Pero al final de cuentas, son lo que lo ayudan a mantenerse en marcha.
Contacta a Perla Trevizo en ptrevizo@azstarnet.com o 573-4213.