En las semanas previas a la 91 entrega de los premios Oscar, llovieron comentarios en redes sociales sobre la “suerte” de Yalitza Aparicio y lo “casualmente oportuno” que le resultó a Hollywood su encumbramiento para lavarse la cara ante las acusaciones de racismo. Como si el éxito de esta mexicana indígena de 25 años no tuviera nada que ver con sus propias decisiones y con el liderazgo que la encaminó.
Si insistimos en hablar de suerte, pues sí, esta mujer -que nos ha sorprendido a todos incluso más como Yalitza que como Cleo- tuvo mucha suerte: la de toparse con un verdadero líder que descubriera e impulsara su talento, sin el cual no hubiera podido actuar tan bien ni sortear con tanta gallardía la avalancha de críticas, acoso y fama que se le vino encima.
Al principio, Yalitza no tenía ni idea de en qué se estaba metiendo. Ha dicho que tampoco sabía quién era Alfonso Cuarón ni Marina de Tavira -a quien, por cierto, le quedamos a deber en reconocimiento, con la novedad de Yalitza- o hasta dónde podía llegar Roma. Ahora imaginemos las cámaras, las indicaciones, los sets, la presión, la cantidad de artistas trabajando en la producción. Pensemos en la exigencia de un Cuarón que algunas crónicas han narrado como amoroso pero perfeccionista, incansable.
Todo esto debe ser intimidante, por decir lo menos. Hacer un excelente papel no pudo ser cuestión de suerte.
Pensemos también en qué tuvo que decidir Yalitza antes de empezar a filmar para que su “suerte” se convirtiera en éxito. En primer lugar, tuvo que hacer la audición. Contó que inicialmente la haría su hermana y que ella la empujó a hacerla (¡bravo por la hermana, también!), lo que significa que Yalitza no “tiró a loca” a su hermana en sus aspiraciones sino que la apoyó, y después aceptó el reto de hacer la audición cuando no lo tenía planeado.
Creyó y se atrevió. Y esa puede ser la diferencia entre tener o no eso que nos empeñamos en llamar suerte.
No quiero decir que Yalitza no haya sido afortunada. Tuvo la fortuna de encontrarse con un director que no se conformó con hacer una película medianamente exitosa sino que hizo la mejor película de su carrera, en una trayectoria en la que se ha ido superando a sí mismo. Ahí es donde, para mí, reside la mayor “suerte” de Yalitza: se topó con un líder.
La buena noticia para todos nosotros -que nunca estaremos en la meca del cine (o, who knows?)- es que no hace falta ser Alfonso Cuarón para ser líderes. Todos hemos estado en esa posición alguna vez, aunque muchos nos rehusemos a jugar ese rol. Somos líderes cuando alguna circunstancia nos pone un paso enfrente de otras personas; cuando nuestros amigos y hermanos nos admiran porque llegamos antes que ellos a determinada posición; somos líderes cuando criamos hijos; somos líderes cuando tomamos una responsabilidad; somos líderes cuando encabezamos un equipo de trabajo.
Y renunciar al liderazgo que nos toca, ya sea por comodidad, miedo o falta de visión, tiene un efecto negativo en los demás, a veces devastador.
Pero aquí viene otra buena noticia: no hay liderazgo más importante que el de uno mismo.
Si Yalitza no se hubiera encontrado con un líder o si el líder no tuviera intereses genuinos, su éxito personal y profesional seguiría -y sigue- siendo responsabilidad de ella misma, en cualquier rumbo que su vida tome.
Ahora que la euforia por la ceremonia de los Oscar pasó, queda claro por las entrevistas que Yalitza comprendió que se convirtió en líder de su comunidad, de su país -incluso con la cantidad de comentarios racistas de otros mexicanos- y de muchas mujeres de todo el mundo, especialmente de las latinas. Lo que sigue será ponerse un paso al frente de ella misma para visualizarse, tomar las riendas de su “suerte” y decidir.
Y ahí es donde todos somos Yalitza y todos somos nuestro propio Cuarón.



