La última vez que Joel Moreno vio a su viejo amigo José Manuel Quero, ambos estuvieron platicando en la mañana, tal como lo hacían cada día en los últimos 20 años. Al terminar la plática, Quero le pidió 10 dólares prestados a Moreno; él se los prestó, como lo hacía siempre que Quero le pedía.

Entonces Quero se fue caminando a hacer su rutina diaria. Andar por la South 12th Avenue 12 y West Irvington Road, pararse en la esquina, saludar a los conductores, recorrer ambas calles, llegar a saludar a sus amigos de las tiendas y oficinas de la zona, hablar con personas desconocidas que caminaban por ahí o con conocidos que se detenían a platicar.

Hizo de esa intersección el centro de su vida y resultó también el lugar donde perdió la vida.

Alrededor de las 10 p.m. del 4 de febrero, Quero cruzaba la calle por la línea peatonal cuando un taxi lo atropelló. Murió más tarde en el hospital. Tenía 63 años.

Al parecer, todo aquel que vivía o trabajaba alrededor de ese cruce conocía a Quero, o “El Chaka”, como lo llamaban sus amigos.

“Era una leyenda del Sur”, dijo Bobby Chambers, barbero en Henry’s Barber Parlor, en South 12th Avenue. Quero, quien hablaba con voz ronca y le encantaba tirar golpes al aire haciendo boxeo de sombra, solía entrar a la barbería a hacer su “entrenamiento” con Chambers, Paul Nogales, otro peluquero, y Henry C. Paredes, dueño del negocio.

El Chaka era amigo de todo mundo. Si te pedía un dólar prestado, seguro te lo pagaba. Si se lo pedían a él, lo prestaba sin esperar recuperarlo. Comía en pequeños restaurantes y taquerías cercanas, donde le fiaban.

Manny, como también era conocido, “se acordaba de todo”, dijo Rene A, Moreno, sobrino de Joel Moreno.

Quero pagaba cada dólar que debía cuando le llegaba el cheque del Seguro Social, dijo Joel Moreno, quien manejaba el dinero de El Chaka y lo conocía desde 1991. Al principio Quero se quedaba en un tráiler, después en una casita que hay atrás del negocio de Moreno, All Star Window Tinting, en South 12th Avenue.

Todos lo reconocían por su sonrisa, sus carcajadas, su lealtad y su afecto por los niños, a los que siempre les daba un dólar, si traía.

Pero, Quero, militar veterano que inmigró de la Ciudad de México y vivió en California antes de venir a Tucsón, peleó con sus demonios. Sus amigos dijeron que era alcohólico y tenía problemas mentales.

“Estaba un poquito fuera de sí”, dijo Nogales, el barbero, “pero era buena onda”.

La policía de Tucsón dijo que el conductor del taxi, quien tenía la luz verde cuando entró a la intersección, mostraba señas y síntomas de indisposición y se le realizó una investigación para saber si conducía bajo la influencia del alcohol. Los investigadores no habían dado más informes hasta el martes 14 de febrero.

Tres días después de su muerte, estuve en la esquina de El Chaka. Le habían creado un altar con velas y fotos. Una colcha azul estaba en la acera, y en ella la gente escribía sus condolencias con un marcador negro. Latas vacías de cerveza completaban la imagen.

Su hijo, Édgar Quero, estaba ahí. Y no estaba solo. En unos cuantos minutos en los que estuvimos hablando llegaron varias personas, saludaban y mostraban su sentir.

Uno de ellos fue David “El Real” Ochoa, de los compas más jóvenes de Quero. También pararon Luis Ramírez y Rosana Luque. Martín Suárez, quien trabaja en Pepe’s and Sons Tire Shop en South 12th Avenue, también visitó el altar improvisado. Todos tenían buenas palabras y pensamientos sobre El Chaka.

Y así fue toda la semana.

Daniela Verduzco, quien trabaja en TitleMax Title Loans, en la esquina suroeste de esa intersección, lo veía todos los días, pero no sabía lo popular que era hasta que montaron el altar.

Esta muestra de afecto y tristeza habla del sentido humanitario de El Chaka. Era muy querido.

“Fue un gran hombre. Quería a todo el mundo”, dijo El Real. “Tenía problemas, pero era un buen hombre. Ayudaba a todos”.

Por lo visto, ayudaba a todos menos a él mismo.

“Intenté que lo dejara, pero no pude”, dijo Édgar Quero, quien regresó a Tucsón hace poco para ver a su papá.

Chaka fue asaltado varias veces en la calle y algunos pandilleros le robaron el poco dinero que llevaba. Los policías también lo conocían. No hace mucho, El Chaka estaba en la calle con un rifle de municiones, lo que hizo que los policías llegaran.

A pesar de los problemas de El Chaka, Édgar aceptaba a su padre.

“No importaba lo que dijera la gente”, dijo. “Yo lo amaba por como él era. Lo respetaba por ser mi padre”.

Hubo un tiempo en el que la gente no hablaba de la bebida de El Chaka sino de sus habilidades. Era talentoso en la carrocería y pintura de autos con colores e imágenes lujosas. Las ranflas bajitas, o low-riders, eran su especialidad.

Trabajó en varios talleres de carrocería por las avenidas 12 y 6 en Tucsón. Su talento era conocido en todos lados, y los dueños de carros y de talleres lo buscaban, dijo Joel Moreno.

“Era el mejor”, dijo.

Sin embargo, la vida de El Chaka fue difícil. Existía la preocupación de que se presentara un incidente.

“Siempre tenía eso en mi mente”, dijo Édgar. “Le decía que tuviera cuidado”.

También Joel Moreno se lo decía. Pero nunca pensó que la vida de El Chaka se iba a terminar en su propia esquina. “Cuando recibí la llamada a la 1 de la mañana, no lo creía”.

Muchos otros amigos de El Chaka tampoco lo podían creer, dijo Marisa Moreno.

“Ya no será lo mismo pasar por esta esquina”.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.