El teléfono en mi escritorio sonó la semana pasada y una voz tentativa dijo, “Hola, Sr. Portillo, habla Natalia Moncayo. ¿Se acuerda de mi?”

“Dios mío, sí”, le dije, y se me hizo un nudo en la garganta.

En el 2005 escribí dos notas sobre Natalia, quien entonces tenia 9 años. Un tumor cerebral inoperable la había dejado sin poder caminar, y le era difícil hablar y ver. No podía ir a la primaria Drexel y pasaba la mayoría del tiempo recostada en el suelo del departamento de sus padres en el lado sur.

Complicando su condición médica, Natalia no podía obtener el cuidado necesario porque sus padres eran inmigrantes indocumentados. Habían huido a la violencia en Colombia cinco años atrás. Encontraron refugio en Tucsón, donde nació Rebeca, la hermana de Natalia. La familia luchaba por Natalia.

Escribí una segunda nota cuando algunos tucsonenses de gran corazón donaron una cama, una silla de ruedas y otros apoyos para Natalia y su familia. Fue un pequeño destello dentro de la obscuridad por la que pasaban.

Me había preguntado, a través de los años, qué había pasado con Natalia y su familia. La vida es brutalmente dura para las familias que no pueden trabajar legalmente y obtener el sustento necesario, peor aún para los Moncayo, quienes desesperadamente buscaban y oraban, por una respuesta al tumor de Natalia.

Luego me llamó. Su voz me llenó de tan feliz emoción. Quería entrevistarme para una clase del colegio.

El miércoles por la noche visite a los Moncayo en su casa en el sureste de Tucsón, cerca del Parque Tecnológico de la Universidad de Arizona. Una Natalia sonriente, ahora de 19 años, me recibió a la puerta. Rebeca, de 12 años, cursa el octavo grado en la Academia Vail. Su madre, Daisy, y su padre, Jhon, estaban ahí, al igual que Camila Hurtado, una prima de Natalia de Colombia que está estudiando en Tucsón.

Tienen tantas cosas por qué estar agradecidos. No hay necesidad de preguntar. Inmediatamente reconocen sus bendiciones.

“Muchas cosas buenas han venido de esto”, dijo Natalia sobre todo lo que ha sobrepasado su familia.

Natalia y sus padres ahora ya son ciudadanos estadounidenses. Su padre tiene empleo, con beneficios, con el Condado de Pima. Compraron su casa con trabajo y ahorros.

Pero más que nada, Natalia, o Natty como la llama su familia, ha triunfado sobre las predicciones de los médicos. No debería de estar viva.

“Se supone que no debería de ser posible, pero lo es”, dijo Natalia, quien se graduó de la preparatoria Sunnyside y actualmente cursa su segundo semestre en el Colegio Comunitario Pima. Espera acudir a la Universidad de Arizona y eventualmente estudiar derecho.

“Es un milagro de Dios”, señaló Jhon Moncayo.

La apreciación se extiende a Rebeca, quien claramente entiende que la vida no se debe tomar en balde y que ella y su familia son muy afortunados.

“Me ha ayudado a ser mas paciente y considerada”, explicó sobre las travesías de su familia. Rebeca encuentra inspiración en su hermana.

“Ha tenido un gran impacto en mi vida”, dijo la joven, quien quiere estudiar medicina.

Natalia aún tiene el tumor, el cual continúa afectando su habla y su movimiento. Natalia desea que su vida fuera diferente. Tiene pocos amigos y entablar nuevas relaciones es difícil.

Pero en los últimos ocho años no ha tenido que ver al médico.

“La Biblia dice que si amas al Señor tu vida estará bien”, dijo Natalia. “He aplicado eso a mi vida.”

El optimismo y la esperanza de los Moncayo radica en su fe religiosa, apoyada por Nueva Creación, su pequeña congregación en el sur de Tucsón. Su fe los sostiene. Cada paso en el camino, con el futuro de Natalia incierto, siempre pusieron sus vidas en las manos de Dios.

Cómo la vez que Jhon tuvo que regresar a Colombia, como condición de su solicitud de residencia ya que había entrado al país sin documentos. La familia está desesperada, sin saber si iba a regresar ni cuándo.

Daisy dijo que oraron y oraron.

Pero su solicitud de residencia tuvo prioridad debido a la condición médica de Natalia. Jhon pasó seis meses fuera de casa en vez de los años que temía la familia.

A la familia no se les escapa la ironía de la situación. Mientras que su condición médica es lo que les trajo dolor y preocupación, fue lo que les ayudó a convertirse en ciudadanos.

“Cada día es una bendición”, dijo Natalia.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.