Tiene más de dos siglos de vida, quizá más, quizá un poco menos. Nadie sabe con certeza cuándo llegó a la Misión San Xavier del Bac.

De lo que Matilde Rubio y Tim Lewis sí estaban seguros es que la estatua de la Inmaculada Concepción necesitaba mucha y minuciosa atención.

La estatua de la Virgen María, en su forma de la Inmaculada Concepción, ocupa un nicho por encima del retablo mayor de la Misión de más de 200 años de antigüedad en la reserva Tohono O’odham.

Cuando la bajaron el 4 de enero, Lewis y Rubio, quienes han estado restaurando varias estatuas y pinturas del interior desde el 2002, se pusieron a trabajar.

El domingo 1 de mayo, la “nueva” Inmaculada Concepción fue expuesta en al gran altar a lo largo del día. La tarde del lunes, después de que las puertas de la iglesia cerraron, la estatua fue reinstalada en su nicho, el cual es una vista obligada entre la gran decoración barroca del interior.

“Nadie se había ocupado de ella nunca”, dijo Rubio, curador y conservador de origen español. “Debe ser tan vieja como la Misión”.

Se cree que la estatua de 1.57 metros fue hecha en Querétaro, México, donde en la época Colonial se concentraba la orden Franciscana, cuyos misioneros construyeron San Xavier en 1797. Este matrimonio de conservadores de arte saben, por los registros en documentos, que la estatua ya estaba colocada arriba del gran altar en la década de los 1940’s.

Cuando Rubio y Lewis se llevaron la empolvada estatua a su casa, que es también un estudio de trabajo en la reserva, se dieron cuenta de qué tan deteriorada estaba la figura. Había partes quebradas o que faltaban. Las grietas subían y bajaban por el cuerpo de madera que estaba embadurnado de deshecho de avispas, nidos de ratones y cuya pintura parecía hojuelas de maíz, como los corn flakes.

Una de las cosas “más chistosas” era un hoyo de ratones en la parte de atrás. De la parte de adentro sacaron semillas, pedazos de ropa y cuerda, excremento, confeti y algo que parecía la mandíbula de un ratón.

Un prueba de rayos-X de la estatua mostraba dónde se conectaban las piezas con clavijas y clavos. La estatua es hueca pero aún así muy pesada, y creen que era llevada en las celebraciones religiosas de los primeros fieles.

Curiosamente, a cada lado del cuello de la estatua se ven dos pequeños clavos.

“Como Frankenstein”, bromeó Lewis.

Lo que no es broma, en los ojos de Rubio y Lewis, es que en ciertas partes de la estatua se aplicó pintura cruda, quizá a principios de los años 1900s.

Quitar las partes repintadas fue lo más difícil para ellos.

“Estaba enojada”, dijo Rubio.

Eso casi arruinaba la estatua, cuyo rostro tenía toques de puntura roja. Quien haya sido que pintó partes de la estatua no sabía lo que hacía, agregaron.

Pero Lewis y Rubio sí sabían. Ella se capacitó como curadora y conservadora en España, y Lewis –quien pertenece a la tribu de la Nación Tohono O’odham y creció en San Xavier– adquirió sus habilidades primero como aprendiz en la Misión en la década de los noventas con conservadores europeos y después en Europa, donde se conocieron él y Rubio. Se casaron en 1995 y han trabajado juntos en proyectos de restauración en Europa, en la Misión y en la Catedral San Agustín.

Su trabajo en la Misión es auspiciado por el Patronato San Xavier, el grupo sin fines de lucro que supervisa el mantenimiento, restauración y preservación de la Misión San Xavier del Bac, que el año pasado se incluyó en la lista de Monumentos Mundiales bajo Observación para el 2016, en la que se enlistan sitios frágiles que forman parte del patrimonio cultural y que requieren atención internacional.

Lewis y Rubio removieron la pintura para dejar al descubierto lo más posible los colores originales, el azul oscuro de la túnica con llamativas hojas plateadas y doradas, rojas y grises, y las largas trenzas color café. De vez en cuando aplicaron en la mancha varios niveles de solvente para limpiarla.

Reconstruyeron con cera microcristalina la nariz rota de uno de los tres querubines cuyos rostros salen de los pies cubiertos de la Inmaculada Concepción. Le remplazaron con una perla un arete que le faltaba en el lado izquierdo, casi idéntico al arete de cristal veneciano de la derecha.

Lo que no hicieron –intencionalmente- fue pintar sobre los colores originales o removerlos.

La refrescada apariencia de la estatua muestra un rostro resplandeciente, delgados labios rojos, largas cejas cafés y un ligero hoyuelo en la barbilla. En la parte de atrás de la estatua, el patrón de pequeñas hendiduras, que los conservadores llaman orilla perforada, es ligeramente distinto al de la parte de enfrente. Lewis especuló que los artistas probaron con diferentes patrones y seleccionaron el mejor para la parte frontal.

Ahora que terminaron la Inmaculada Concepción, Lewis y Rubio regresan a España para pasar allá una parte del verano y volverán a Tucsón para considerar otros proyectos. Hay mucho que hacer.

Rubio dijo que la Misión San Xavier es una iglesia viva. Y como tal, requiere atención continua y constante, dijo Lewis.

Una estatua y pintura a la vez.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al (520) 954-0139. En Twitter: @netopjr.