Julieta B. Portillo

Ian Wingfield 2003

En el 2003, Julieta Bustamante Portillo compartía un libro con estudiantes del tercer grado de la escuela Richey. La escuela ya no existe, pero mi madre, a sus 80 años, sigue adelante con entusiasmo, amor y conciencia.

Mamá tuvo suerte el domingo pasado, el día en que celebramos a nuestras madres, sin importar si están con nosotros o no.

Julieta Bustamante Portillo cumplió 80 años el mes pasado y afortunadamente para ella, siendo la orgullosa mujer mexicoamericana que es, fue festejada el Día de las Madres, que se celebró en ambos lados de la frontera el 10 de mayo. Fueron dobles los abrazos y besos que recibió.

La mayoría de las mamás son especiales. La mía es muy especial.

Julie B., como la llamamos, nació en Tucsón, en el viejo Storks Nest, un centro de maternidad en el centro de la ciudad en North Court Avenue, en la esquina con West Council Street. El edificio sigue ahí, y es sede de una firma consultora de casas hidrogeológicas.

Mi mamá nunca ha dejado que mis hermanos -Carmen, Mario y Carlos- y yo nos olvidemos de dónde nació. De hecho, nos recuerda constantemente cómo era el Tucsón que ella conoció y al que amaba siendo niña antes de la Segunda Guerra Mundial y luego como adolescente en los años de la postguerra.

Decir que Julie B. ama a Tucsón es un eufemismo. Ella es una cámara de comercio unipersonal. Es la porrista extraoficial número 1 de Tucsón ondeando sus pompones rojos y azules, los colores de la Universidad de Arizona. Ella es Tucsón.

Sus límites, sin embargo, fueron más allá de las montañas y el desierto que rodean a su pueblo natal. Se extienden a México, donde mis abuelos, Carmen Macías y Miguel Bustamante, y mi padre, Ernesto V. Portillo, nacieron. Y sus raíces corren hasta Los Ángeles, donde se asentó la familia de mi abuela, como miles de otras familias mexicanas, después de haber huido de la turbulencia política y social de México que no cesó tras la Revolución de 1910.

Pero el Viejo Pueblo era y sigue siendo el centro del universo para Julie B. Nos llena de historias sobre su feliz infancia:

Los niños y los maestros de la primaria Safford, de la secundaria y de la bendita Tucson High. Las caricaturas y series de vaqueros con el Club de Mickey Mouse los sábados en la mañana en el Cine Fox. Ella estirando su cuello afuera del departamento en un segundo piso donde vivían mis abuelos para alcanzar a oír qué se estaba presentando en el escenario al lado de su casa, en el Templo de Música y Arte en South Scott Avenue. Ella caminando por el centro con su hermana mayor, Alva.

Mientras ella se deleita con sus recuerdos, el amor de mi madre por Tucsón no se basa simplemente en la nostalgia. Siempre se ha relacionado con su gente, con amigos o con extraños.

Mi mamá se liberó a sí misma en los sesentas yendo a trabajar. Uno de sus primeros empleos fue como auxiliar de maestra en la primaria Mission View en Sur Tucsón.

Eran los albores de la educación bilingüe y mamá estaba ahí, ayudando a los estudiantes y a sus padres, algunos de los cuales eran inmigrantes.

Salió de Mission View, con su compromiso intacto, para ser supervisora de la oficina en la Escuela Primaria Gardens, cerca de Sauth Campbell y 36th Street. Después trabajó en el área de recursos humanos del distrito.

La educación pública era algo supremo para ella. Todavía la puedo escuchar regañando a electores tucsonenses que echaban abajo bonos para las escuelas.

Después llegó al Arizona Daily Star, donde pasó más de 17 años como asistente administrativa del director editorial y de otros editores.

Es amante de las noticias, así es que se sentía en el cielo en la ajetreada y energizante sala de redacción. Todos en el Daily Star eran sus hijas e hijos, a todos los llamaba mija o mijo.

Con sus habilidades, contactaba a organizaciones sin fines de lucro con el periódico. Hacía todo lo que estaba en sus manos por ayudar a grupos artísticos, educativos y de desarrollo infantil.

Y cuando no podía ayudar para que el Star donara dinero, ella se aseguraba de contribuir a los grupos comunitarios lo que fuera posible para ella y mi padre. Decía que la filantropía es nuestro deber, sin importar la cantidad. Y si no podemos dar dinero, tenemos tiempo que podemos donar.

Ahora, Julie B., abuela de cuatro mujeres y dos varones, pasa gran parte de su tiempo en su nueva pasión: bordar. Sigue reuniéndose con sus amigas y permanece activa en el Club Duette, un grupo social de mujeres, muchas de ellas son las mismas con las que mamá creció en aquel tiempo en el que parecía que todo mundo se conocía.

Mi liberal y políticamente obstinada mamá continúa en su romance con el pueblo que les dio un comienzo a sus padres y a mi propio padre, quien hizo una larga carrera en la radio en español. Su inquebrantable apego sigue siendo contagioso e inspira mi amor por mi Tucsón.

Gracias, madre.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopj@tucson.com o al 573-487. En Twitter: @netopjr.