Por Greg Hansen

La Estrella de Tucsón

En noviembre de 1996, el entrenador de beisbol de la Universidad de Arizona, Jerry Stitt, vio a Ernie Durazo a los ojos y le dijo: “Nada me haría más feliz que verte graduar”.

Lo que sucedió después entró en juego a lo largo de dos largas y complicadas décadas.

Durazo, zurdo y con un estilo suave de bateo proveniente de la preparatoria Tucson High, firmó para jugar con la UA pero no reunió los requisitos académicos.

Mientras llevaba al Colegio Pima a las finales regionales, hizo buen contacto con los libros y logró su certificado como asociado en un año y medio, una marca endemoniada para cualquiera.

En la Universidad de Arizona fue un primera base seleccionado para el equipo de la conferencia (All-Pac-10), bateó para .395, empató el récord de la escuela de 28 juegos en línea pegando de hit y fue seleccionado en la doceava ronda por los Toronto Blue Jays.

¿La escuela?

“Salí de la UA cuando estaba bajo condición académica”, dice Durazo. “En mi último semestre, básicamente había dejado de ir a la escuela”.

Jugó en Nueva York con los Auburn Doubledays y en Georgia con los Macon Peaches. A los 25 años recibió “la peor llamada telefónica de mi vida”.

Los Blue Jays lo dejaron libre.

Durazo regresó a casa, se casó (con Patti), fue papá (de Joey), fue entrenador de equipos de beisbol en las preparatorias Salpointe Catholic y Tucson, y durante los últimos seis años ha sido el coach de bateo del Colegio Pima.

Hace más o menos un año, a sus 36, solicitó el reingreso a la UA. Por lo general, algo se tiene que ceder para que un esposo, papá de un niño de 5 años y con dos empleos regrese a la escuela, pero Durazo no cedió nada.

Trabajaba en el turno de noche, desde la medianoche a las 8 a.m., en La Frontera Arizona en Sur Tucsón, un centro de salud mental e intervención en casos de crisis.

Dos días a la semana, se iba directamente del trabajo al estacionamiento de la UA para esperar su primera clase.

“Reclinaba el asiento y dormía en el carro por dos horas antes de entrar a clases”, dice. “No iba a faltar”.

Después de comer, se iba al terreno de juego en el Colegio Pima para trabajar con los bateadores. Y todo esto incluyó 56 juegos y nueve viajes a Phoenix.

Así fue la vida de Durazo durante ocho meses: 30 horas a la semana como entrenador, 40 horas en La Frontera, cinco clases en el semestre de otoño, y todo eso balanceado con lo más importante: ser papá y esposo.

¿Y cuándo dormía? Tenía la noche libre los miércoles y jueves.

Stitt, quien ahora es director deportivo asociado del PCC, conocía perfectamente el ritmo de trabajo y la dedicación que Durazo puso para convertirse en el primero de su familia en graduar de la universidad.

“Pensé que llegaría el momento en el que Ernie se cansaría”, dice Stitt. “Pero nunca lo hizo”.

Un día, a principios de febrero, entre la correspondencia de Durazo venía un sobre del Colegio de Letras, Artes y Ciencias de la UA. Le informaban que había logrado entrar a la lista de decanos. Había obtenido tres As y una B.

Fue a casa de su papá con la feliz noticia. Las luces estaban apagadas y su papá, también llamado Ernie, estaba acostado.

Ernesto Durazo II, quien durante 25 años fue bombero en bases de la Fuerza Aérea del país, ha estado luchando contra el cáncer de riñón desde el 2010. Su esposa, Dora, la mamá de Ernie, murió de leucemia en 1994.

Ernie despertó a su papá.

“Papá”, le dijo, “quedé en el cuadro de honor”.

Mientras cuenta esta historia, hay lágrimas en los ojos de Durazo. Detiene la conversación y mira hacia abajo.

“Estoy haciendo esto por mi papá y por Patti y por Joey”, dice. “Tenía mucha motivación; quería terminar esto para que mi papá me viera graduarme”.

Su ex entrenador, Stitt, quien está sentado cerca, mueve su cabeza pero se mantiene en silencio y deja que el momento pase.

“Cuando el coach Stitt estaba en mi sala en la visita de reclutamiento me dijo que obtener un título sería más importante que cualquier otra cosa que yo pudiera lograr en el terreno de juego”, dice Durazo. “Ahora sé a lo que se refería”.

Hace poco, el regreso de Durazo a la escuela fue conocido por sus compañeros de clases y sus instructores, especialmente en su clase de gestión del deporte, impartida por Phoebe Chalk Wadsworth, directora deportivo asociado de la UA para talentos especiales.

Una cosa llevó a otra, y cuando la UA presente esta semana su primera Convocatoria de Estudiantes Deportistas de la historia, Durazo será uno de los oradores principales.

El primera base de la generación del 2001 hablará ante la generación del 2016, a la que también pertenece.

“Me voy a poner nervioso, porque no tengo experiencia hablando en público”, dice. “Pero tengo mucho que decirles sobre lo que viene después de la universidad”.

Patti Durazo, egresada de la preparatoria Canyon del Oro y quien era entrenadora deportiva en Arizona durante la etapa universitaria de su esposo, merece mucho del crédito en esta historia de éxito. Es consejera de tiempo completo en un centro de salud del comportamiento en Tucsón y se encarga de la agenda de su esposo, es su correctora y su sistema de soporte.

Una sola vez, a principios del invierno, la carga los superó.

“De hecho, me quebré y me solté llorando”, dice Durazo. “Nos subimos al carro y manejamos a Disneylandia, el lugar más feliz de la Tierra. Regresamos en Nochebuena, y yo estaba listo para volver”.

En medio de dos viajes seguidos a Phoenix a mediados de marzo, Durazo visitó a su papá en el Hospital de los Veteranos. Se apretujaron para tomarse una foto.

Su papá tenía puesta una gorra de beisbol que decía “Durazo Hitting Co” (Compañía de Bateo Durazo).

Su hijo se voló la barda.


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