La llamada llegó alrededor de las 3:30 de la tarde. La voz al otro lado de la línea decía: “Víctor, creo que encontramos el carro de tu papá”.
Era una llamada que Víctor Cortez esperaba, pero que no quería escuchar.
“Se me doblaron las rodillas”, dijo Cortez.
Había esperado por casi 16 años.
Un día antes de la llamada, el martes 1 de marzo, la policía de Tohono O’odham reportó que habían encontrado los restos de un esqueleto humano dentro de un vehículo en el inaccesible cañón Kitt Peak. Un empleado de Kitt Peak había visto el carro y lo reportó a la policía de la tribu.
Era un Gran Marquis Mercury 1988 de cuatro puertas, color gris.
Santiago Cortez había desaparecido en junio del año 2000. La policía O’odham está esperando a que la oficina del forense del condado identifique los pocos restos humanos, pero Víctor Cortez y sus dos hermanos creen que han hallado a su padre.
“Ese era el carro de mi papá”, dijo Víctor.
La última vez que Nick Cortez vio a su padre, nada parecía diferente. Su papá estaba tan jovial como siempre.
Víctor vio por última vez a su papá como una semana antes el Día del Padre. Se tomaron un par de cervezas y cenaron. Planeaba verlo de nuevo el Día del Padre.
Ese día, Víctor fue al departamento de su papá en West St. Mary’s Road y South Grande Avenue. Las luces y el abanico estaban prendidos. Se oía música de la radio. Su papá no abrió la puerta.
“Eso fue muy peculiar para mí”, dijo Víctor. “Empecé a pensar que algo no estaba bien”.
Víctor llamó a Nick y a su hermana, Sylvia Reyes, quien vive en Mesa. Le avisaron al esposo de Reyes, que es policía. Realizaron varias llamadas más. En noviembre del año 2000 entrevisté a Reyes acerca de la desaparición de su papá y escribí una columna.
Su padre era muy vago, dijeron Nick, de 54 años, y Víctor, de 52. Irse por unos días sin decir nada no era algo inusual en él.
Pero conforme pasaban los días sin saber nada, la preocupación crecía.
El departamento no les daba ninguna pista. “Todo estaba ahí”, dijo Nick. “Era como si sólo hubiera salido un momento”.
Los hermanos dijeron que a su papá le encantaba cazar y pescar por el estado. Le gustaba mucho estar al aire libre y seguido llevaba a la familia a días de campo. Kitt Peak era un lugar al que iban seguido.
Santiago, quien hubiera cumplido 75 años el mes pasado, trabajaba para el Departamento del Transporte estatal, reparando caminos y esforzándose por llegar a ser supervisor. Le gustaba vestirse con camisa y botas vaqueras y usaba sombreros Stetson. “Le importaba mucho su apariencia”, dijo Nick. “Siempre”.
El señor Cortez también enfrentaba problemas personales. Bebía y padecía dolor crónico. Se había fracturado el cuello dos veces en accidentes laborales y tomaba medicamento para el dolor. Santiago y su esposa, Blanca, estaban divorciados.
Pero los hermanos Cortez no sienten que el alcohol o las medicinas hayan tenido algo que ver en la desaparición de su padre.
Conforme las semanas se volvían meses, la familia empezó a dividirse. La desaparición de su padre los separó. “Yo quería que todos hicieran más. Yo quería hacer más”, dijo Víctor. Pegaron posters por la ciudad. Interrogaron a sus amigos. La familia buscó pistas en los lugares preferidos de su padre para la pesca y el campo.
Nada.
Víctor amortiguaba su dolor con alcohol. Tuvo problemas en el trabajo. Se había convertido en una persona enojada –con sus hermanos, con la policía, consigo mismo. Con el mundo y con Dios, dijo.
Con el paso de los años, el enojo y la decepción entre la familia se fue disipando. Los hermanos restablecieron su relación. Nick y Víctor empezaron a jugar softbol los domingos por la mañana.
Aún no se sabía nada de Santiago. Su ausencia carcomía a la familia. Habían perdido sus risas. Pero no perdían la esperanza.
Ahora que creen haber encontrado el carro de Santiago y sus restos, la familia Cortez puede terminar la espera. Están llegando al final, que es lo que quieren.
“Nadie debería de tener que pasar por esto”, dijo Víctor.
Ahora sienten algo de alivio. El peso de la preocupación y la desesperación se ha disuelto.
“Ahora volteo al cielo y es más azul”, dijo Víctor.
Aún quedan algunas preguntas.
¿Por qué Santiago Cortez tuvo que manejar a Kitt Peak, a unos 40 minutos al sur de Tucsón? ¿Sufrió un ataque al corazón mientras manejaba? ¿Se le atravesó algún animal? ¿Alguna otra cosa lo distrajo?
Lo más probable es que nunca lo sepan.