Antonio Olivares estaba en sus veintes, viviendo en su pueblo del Río Sonora, cuando cruzó la frontera y viajó al Norte para trabajar en Walla Walla, Washington.

Cruzó legalmente.

Olivares fue uno de los aproximadamente dos millones de trabajadores mexicanos, conocidos como braceros, que fueron contratados para trabajar en los campos agrícolas de Estados Unidos bajo un programa binacional de trabajadores invitados que inició en 1942 para mantener la producción de alimentos del país durante la Segunda Guerra Mundial.

El programa acabó 22 años después, en 1964, lleno de controversia por la explotación de los trabajadores y los cambios en el panorama social norteamericano.

El fin de semana pasado se inauguró en el Museo de Arte de Desierto de Tucsón (Tucson Desert Art Museum) una exposición fotográfica que se enfoca en la experiencia de los braceros. El museo se ubica en el noreste de la ciudad, en 7000 E. Tanque Verde Road.

La exposición llamada Bittersweet Harvest es organizada por el Museo Nacional de Historia Norteamericana (National Museum of American History) y fue instalada para viajar por el Servicio de Exposiciones Itinerantes del Instituto Smithsoniano, con financiamiento del Centro Latino Smithsoniano.

Rhonda Smith, directora del museo, dijo que la exposición ha tomado un año. Además de la exhibición fotográfica, que estará hasta el 14 de febrero de 2016, habrá dos conferencias gratuitas. En la del 9 de enero, Olivares hablará de sus años como bracero y el 23 de enero estarán tres académicos enfocándose en las políticas del programa y sus ramificaciones.

“Esta exposición te llevará por su camino al desierto del suroeste y qué pasó aquí e incluso después de que fueron regresados a México”, dijo Smith.

Loa braceros trabajaron en más de la mitad de los estados, pero la gran mayoría lo hizo en Arizona, California, Nuevo México y Texas.

Fueron contratados por menos de dos años y obligados a regresar a México, pero podían ser recontratados. En los 22 años, el programa tuvo más de 4.5 millones de contratos.

Ahora de 87 años de edad y viviendo con su esposa, Amanda Olivares, cerca de la preparatoria Cholla en el oeste de Tucsón, Olivares dijo que su trabajo, primero en Washington y después en California, era difícil, agotador y muy mal pagado.

“La verdad era que sólo trabajaba”, dijo sentando en su sala. “Hubo momentos buenos, momentos malos… pero yo fui a trabajar”.

Después de varios años trabajando en los campos, Olivares regresó a Hermosillo, donde se casó con su esposa en 1960. Ahí empezaron a criar a su familia, finalmente de seis hijos.

Pero a Olivares, igual que a los demás braceros, le quedaron a deber dinero.

De acuerdo al contrato, 10 por ciento de su paga se separaba y se enviaba a México con la promesa de que los braceros podrían acceder a su dinero cuando su contrato terminara. Sin embargo, la mala comunicación y la mala administración del programa dejó a los trabajadores con la promesa rota.

Violeta Domínguez, quien participará en el panel de discusión del 9 de enero, ha trabajado por la recuperación de los salarios perdidos de los braceros desde finales de los años noventas. Dijo que después de una tremenda presión de los trabajadores, sus familias y gente que los apoya en ambos lados de la frontera, el gobierno mexicano les pagó a algunos braceros. Pero muchos más no han recuperado su dinero.

“Es responsabilidad del gobierno regresarles su dinero a los trabajadores”, dijo Domínguez, investigadora de la Escuela Norton de Ciencias de la Familia y los Consumidores de la Universidad de Arizona. Domínguez ha trabajado con 120 ex braceros y sus familias en Tucsón para recuperar el dinero.

“Hay miles de braceros que están en el limbo, que no están en una lista oficial de trabajadores, como Antonio”, dijo Domínguez. “Muchos están enfermos y no pueden buscar su dinero”. Y se están muriendo.

Domínguez dijo que la exposición fotográfica es necesaria para preservar el recuerdo de la experiencia de los braceros.

Exceptuando el no haber recibido su 10 por ciento, Olivares no guarda ningún resentimiento hacia el programa. Le permitió trabajar y después le hizo posible venir de forma permanente a donde él y su esposa criaron a sus tres hijos y tres hijas–de ellos, cinco viven en Estados Unidos–, darles estudios y poder compartir con ellos sus éxitos profesionales.

“Una vez que me emigré, fui libre”, dijo.


Become a #ThisIsTucson member! Your contribution helps our team bring you stories that keep you connected to the community. Become a member today.

Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.