Cuando Rudy Desjardin tenía 16 años, solicitó un trabajo. Pero dijo una pequeña mentirita. Le dijo a su futuro patrón que tenía 18.

Eso fue hace 70 años. Desjardin empezó trabajando en un programa de cuatro años de aprendices de carpinteros en el viejo Southwestern Sash & Door Co., ubicado en East Stevens Avenue. Estaba junto a los rieles del ferrocarril, enseguida del viejo O’Malley Lumber Co., donde ahora se ubican dos bares muy conocidos, O’Malleys y Maloney’s.

Su papá, Solomon Desjardin, era carpintero y el joven Desjardin pensó que él seguiría ese camino. Al final, resultó ser lo mejor.

“Me gustaba trabajar con la madera”, dijo.

Y eso fue lo que hizo este tucsonense durante siete décadas: trabajar como carpintero y haciendo gabinetes. De Southwestern Sash se fue a Arizona Sash & Door en West St. Mary’s Road. Después, Desjardin abrió su propio negocio, Rudy’s Tops and Custom Cabinets, en South Country Club Road, cerca de East Irvington Road.

El viernes 29 de julio, Desjardin, de 86 años de edad, dejó de trabajar. Cerró el que fue su taller de gabinetes a la medida durante 42 años, poniendo fin a una carrera artesanal que les permitió a él y a su esposa, Lupe Aguilar Desjardin, criar a seis hijos.

“Trabajé duro. Era bueno para eso”, dijo mientras varios empleados ayudaban a desocupar los estantes de herramientas, maquinaria, pizarras u hojas de madera y de moldeo de varios tamaños tamaños y formas. Constructores y carpinteros compraban lo que les pudiera servir.

Hace unos días, vendió una fresadora de 130 años de antigüedad que aún funcionaba. La compró hace algunos años en una tienda de objetos rescatados.

Darla Tawney, hija de Desjardin, ayudó a su papá a manejar el taller en los años recientes. Se sentía melancólica por el cierre, pero le consolaba saber que las personas que fueron a buscar herramientas y maquinaria ahí –muchos de ellos hombres que conocían a su papá desde hace muchos años– les darían buen uso.

“Es bueno saber que las herramientas seguirán en uso”, dijo.

Es raro encontrar a alguien que haya trabajado tantos años como Desjardin, mucho menos haciendo el mismo trabajo.

Desjardin es un reflejo de una era, una cultura de trabajo y un ambiente distinto, contrario al actual, en el que la gente se mueve de un trabajo a otro y muchas veces cambia de carrera.

Desjardin dijo que disfrutó su vida trabajando con la madera y creando bellos objetos. Dejaba a la gente –y a sí mismo– satisfecho con lo que hacía.

Pero igual que otros aspectos de la vida moderna, los talleres de gabinetes a la medida de antes están desapareciendo, sucumbiendo ante la economía de escala, la competencia de los grandes almacenes y de los productos prefabricados.

Los gabinetes por pedido toman tiempo, trabajo y dinero.

Desjardin sintió la presión. En años recientes luchó por mantener abierto el taller y mantener a sus pocos empleados.

“Lo estoy dejando por la economía”, dijo el bilingüe Desjardin.

Desarrolló su ética de trabajo siendo muy joven. Creció en el vecindario de Iron Horse, cerca del Hotel Coronado en East Ninth Street y North Fourth Avenue, al otro lado de la calle de Southwestern Sash.

Uno de sus primeros trabajos fue trapear el piso de la vieja estación de radio KVOA, donde Don Jacinto Orozco transmitía sus programas pioneros en español. Desjardin también trabajó en la antigua tienda de ropa Myerson’s White House en Congress Street, y en la vieja Seven-Up Bottling Company en North Oracle Road, a un par de cuadras de West Grant Road.

Después de salir de Safford Junior High School, no fue a Tucson High School. Se fue directito a trabajar.

“Necesitaba ganarme la vida”, dijo.

Pudo haber cerrado su negocio hace años debido a problemas de salud. En 1987 fue sometido a una cirugía de bypass cuádruple y pasó varias semanas en el hospital.

“Apenas la libré”, dijo.

Y “apenas la libró” de nuevo hace cuatro años, cuando le amputaron ambas piernas debajo de las rodillas debido a la diabetes. Pasó por el quirófano 12 veces, en las que los cirujanos removieron sus dedos de los pies, luego un pie y finalmente las piernas.

“Tuve doctores flojos”, se quejó. Cuando empezó a quejarse de dolor en sus pies, el médico le recetó medicina para el dolor, ignorando los síntomas más amplios.

Después de que le amputaron las extremidades, Desjardin no dejó de trabajar en el taller. Pero sus habilidades cambiaron. Empezó a pasar la mayor parte del tiempo en la oficina, tomando órdenes, emitiendo recibos y administrando el negocio.

Pero la libró.

“Hasta el momento, yo no me preocupo”, dijo. “Uno no puede hacer nada al respecto”.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo al netopjr@tucson.com o en 573-4187.