Este artículo hace parte de una serie de entrevistas realizadas por la reportera de Frontera del Arizona Daily Star, Danyelle Khmara. ¿Cómo es la vida de las personas que viven, trabajan o transitan por la frontera entre México y Estados Unidos? Presentamos la segunda entrega de esta serie, una conversación con la señora Alma Cruz, quien reside en Sásabe, Sonora, y apoya a los migrantes que son deportados de Estados Unidos. En la primera parte de la serie conocimos a Melissa Owen, activista ambiental en Sasabe, Arizona.

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Un viernes por la tarde, Alma Cruz atiende a media docena de hombres en la Casa de la Esperanza en Sásabe, Sonora.

Los hombres fueron deportados recientemente a la pequeña ciudad fronteriza mexicana. Algunos de los migrantes están esperando un viaje a la ciudad de Altar, que está organizando Cruz. Otros están esperando una comida caliente o una ducha.

El centro de ayuda, ubicado a pocas cuadras al sur de la frontera internacional, cuenta con el apoyo de donaciones de numerosos grupos de ayuda humanitaria en Tucsón y el sur de Arizona.

Casa de la Esperanza abrió en mayo del año pasado, en respuesta a la deportación de un gran número de migrantes de los Estados Unidos al pequeño pueblo. Desde entonces, esos números han disminuido, y el centro ahora atiende a entre 20 y 40 personas por día, incluidas personas que viven en la ciudad, los inmigrantes que fueron deportados y dejados allí y los inmigrantes que planean cruzar la frontera.

El centro ofrece comida, cambio de ropa, productos de higiene personal, ducha y educación sobre los peligros de cruzar la frontera y sobre los derechos de los migrantes. El centro tiene un gran mapa en la pared, hecho por un miembro del grupo humanitario Tucson Samaritans con datos de medicina forense del Condado Pima. Cada punto rojo en el mapa indica un lugar en el desierto donde se han encontrado restos humanos de migrantes que murieron en el intento, en la traicionera travesía del desierto.

Con una población de alrededor de 2,500 habitantes, Sásabe tiene pocos recursos para ayudar a los migrantes que quedan allí después de ser deportados. El primer lugar que encuentran los migrantes cuando son deportados a Sásabe es una pequeña oficina del Grupo Beta, administrada por el gobierno mexicano. Allí les brindan agua, atención médica básica e información.

Cruz trabaja en el Grupo Beta por las mañanas y en la Casa de la Esperanza por las tardes.

Una de las ciudades más cercanas que tiene más recursos para los migrantes es Altar, a unos 70 kilómetros al sur con una población de unos 9,500.

Uno de los hombres del centro cojea. Cruz le da un analgésico de venta libre, y envuelve un puñado pequeño en una servilleta para que tenga algo para más tarde.

Luego le dice a otro hombre que si le da hambre que se lo haga saber; queda un poco de sopa de la comida de ayer que puede calentar. El hombre pide usar el baño. “Adelante, pásale”, le dice ella.

La gente solía poder usar un teléfono en el centro, pero Cruz dice que ya no se ofrece el servicio porque el costo de las llamadas internacionales era demasiado alto.

Cruz se acerca el teléfono a la oreja y sus largas uñas brillan con incrustaciones de piedras, hechas por una mujer que vive en la ciudad. A través de un cubrebocas de algodón azul marino, le dice al hombre del teléfono que hay cinco personas que necesitan que las lleve a Altar.

Los viajes a Altar hacen parte de los muchos servicios adicionales que paga el centro. También ayudan con los gastos de viaje de los migrantes de otros países que quieren volver a casa.

El camión para ir a Altar llega unos 20 minutos después, y los hombres se amontonan en la parte trasera para hacer un viaje de una hora y media hacia el sur.

No hay nada en Sásabe, dice Cruz; ni siquiera hay un autobús. Ella no entiende por qué las personas son deportadas allí cuando no hay servicios ni adónde ir.

Con Cruz conversamos enseguida sobre los cambios que ha visto en su año en el centro, cómo es su trabajo con migrantes que acaban de ser deportados y cómo es vivir en el pequeño pueblo fronterizo de Sonora.

¿Cómo has visto cambiar las cosas en el último año?

En el último año, estaban deportando a mucha gente. Por eso abrieron este lugar. Al principio no venía mucha gente porque no conocían el centro. Pero con el tiempo, la gente empezó a enterarse y empezaron a llegar. Ahora la gente lo sabe, y vienen aquí a comer o a bañarse o a conseguir ropa o zapatos.

¿De dónde es la gente? ¿Y entran familias con niños o suelen ser solo hombres?

Suelen ser hombres. Vienen diferentes tipos de personas, pero es raro ver niños pequeños. A veces aparecen mujeres solas. Hay niños que han pasado por aquí, pero no muy a menudo. Son de todas partes: Guatemala, Nayarit, Oaxaca, El Salvador.

¿La gente suele presentarse aquí justo después de ser deportada?

Sí, a veces. Y a veces van a Altar o se quedan aquí en el pueblo por un día y van a un hostal o a un hotel, y pueden pasar a darse un baño o a comer algo.

Le contamos a la gente sobre los peligros de cruzar. Pueden ver el mapa que tenemos aquí donde todo el rojo representa muertes; les explico.

De todos modos, la gente va a continuar, van a seguir intentando e intentando. Y estamos aquí para darles una mano cuando lo necesitan porque muchos de ellos son de lugares lejanos o de otro país, y son vulnerables y necesitan ayuda.

¿Te hablan de lo que han pasado?

Sí, cómo han sufrido. A veces ni siquiera han comido durante muchos días. Hay muchas cosas por las que sufren para intentar entrar en Estados Unidos.

¿Pero qué se yo? Solo estamos aquí para servirles.

Muchos quieren volver a su país. Les ayudamos a llegar a Altar, y en Altar hay gente que les puede ayudar a coordinar cómo volver. Si las personas quieren regresar a su país, Guatemala, Honduras o El Salvador, pueden ayudarlos con el viaje.

¿Y muchas personas que vienen aquí intentan cruzar la frontera nuevamente?

Hay algunos que sí, y otros que no quieren, que solo quieren volver. O ya lo han intentado varias veces o simplemente no quieren hacerlo. Han sufrido mucho y solo quieren irse a su casa.

¿En qué condiciones se encuentran las personas cuando llegan al centro? ¿Han llegado heridos?

A veces se lastiman un poco en las piernas o se caen. Pero aquí les ayudamos a curar. Podemos ponerles un ungüento o darles un analgésico, o pueden darse una ducha o ponerse calcetines o ropa interior limpia, también les ofrecemos comida caliente. Pero simplemente se quedan un rato aquí; no pueden pasar la noche. Este no es un albergue; es solo una breve parada.

¿Fue difícil hacer este trabajo durante la pandemia?

Bueno, tenemos cubrebocas para que la gente pueda ponerse uno. Y todos tomamos precauciones por nosotros mismos.

¿Está vacunada?

Sí. Recibí la segunda dosis, pero todavía no he recibido la tercera. No he podido encontrar una aquí en el pueblo. Había médicos y enfermeras que venían aquí a hacerlas. Creo que van a tener más pronto, y recibiré la tercera dosis.

¿Cómo empezaste a trabajar aquí?

Bueno, trabajé en Grupo Beta. Y como siempre están llegando migrantes porque los deportaron, empezó a venir la gente que abrió este lugar, los samaritanos, y pusieron una mesa afuera con ropa y algo de comida. Y entonces empezaron a buscar un lugar para atender a la gente, y Grupo Beta me recomendó.

Ahora hay otras personas trabajando aquí. Hay una mujer que está aquí por la mañana y yo trabajo por la tarde. Y los sábados y domingos otra persona trabaja aquí.

La puerta está abierta hasta las 8 los viernes y domingos, y ella se queda hasta las 8. En caso de que las personas sean deportadas aquí y tengan frío o hambre, ella puede atenderlas.

¿Te gusta tu trabajo?

Sí, es muy agradable servir a la gente.

¿De dónde eres?

Soy de aquí. He vivido aquí toda mi vida. Me gusta; es muy suave.

¿Y cómo has visto cambiar la frontera aquí a lo largo de tu vida?

Antes no deportaban a nadie aquí. Comenzamos a ver que deportaran a la gente aquí hace unos dos años.

¿Eso ha cambiado el pueblo en algo?

En realidad no. Tal vez los hotelitos de por aquí han recibido un poco de dinero de la gente que se queda, pero el pueblo no ha sufrido ningún cambio por ellos.

¿Y piensas vivir aquí el resto de tu vida?

No, no creo que me quede siempre aquí, pero aquí tengo mi casa. Tengo tres nietos viviendo conmigo, junto con mi hija. Son niños pequeños, de 7, 5 y 2 años.

Antes, tenía una visa para Estados Unidos, pero ya se venció. No he cruzado desde 2010, desde que se venció mi visa.

No conozco mucho de por allá, solo un poco de Tucsón. Pero tengo un hijo que vive en Tucsón y es ciudadano estadounidense, así que tal vez en el futuro pueda ir allí, o simplemente me quede aquí.


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Contacta a la reportera Danyelle Khmara en dkhmara@tucson.com, al teléfono 520-573-4223 o en Twitter: @DanyelleKhmara