Desde que llegó de México hace casi 60 años, Josefina Lizárraga ha cultivado plantas y árboles tropicales, tal como lo aprendió en su tierra natal, Nayarit. Su conocimiento de la flora le trajo mucha alegría y fama, pero es momento de un giro.

Josefina Lizárraga creció rodeada de plantas. Esa es su primera y más razonable explicación de por qué es tan dedicada a sus plantas, las cuales crecen de manera fácil y abundante bajo su cuidado.

Lizárraga es horticultora, hortelana y etnobotánica autodidacta —o como uno de sus admiradores lo explica, una jardinera extraordinaria.

Su especialidad es obtener frutas tropicales de su jardín en el oeste de la ciudad. Mangos, guayabas y aguacates, junto a una gran variedad de plantas no típicas del desierto, han crecido en pequeños espacios detrás de su casa y de su florería.

Pero ahora, en un contrariado revés, ha tenido que abandonar a sus queridas plantas y árboles, ya que ha desarrollado una seria alergia a los piquetes de las avispas que disfrutan de sus plantas tanto como ella.

Parada al lado de las plantas y pequeños árboles dentro de contenedores de todos tamaños que se encuentran afuera de su florería ubicada en la calle St. Mary’s, Lizárraga dijo que la escena la remontaba a “casa”.

Para Lizárraga, de 76 años de edad, su casa es Nayarit, un estado pequeño en la costa oeste de México, acomodado entre Sinaloa y Jalisco. La selva tropical cubre sus montañas.

Se crió en una parada del tren, sobre la línea del Pacífico que conectaba a Nogales, Sonora, con Guadalajara, una de las ciudades más grandes de México. Su madre operaba un restaurante donde comían los trabajadores del ferrocarril al lado de sus vecinos. Lizárraga absorbió sus historias sobre lugares lejanos y cuentos de las montañas y selva de Nayarit.

Lo que más valoraba, dijo, era el conocimiento que tenían su madre, su abuela y los ancianos de la región sobre la flora y la fauna que rodeaba a su pueblo. Lizárraga, siempre curiosa, quería aprender todos los nombres y las propiedades de las plantas.

“Tuve la oportunidad de conocer todos los jardines de mi pueblo”, dijo.

Se convirtió en su pasión, la cual llevó consigo cuando se mudó a Nogales, Sonora, y después a Tucsón a principio de los años sesentas.

Pero el desierto la sorprendió. El desierto de Sonora tenía sus propias plantas, pero para Lizárraga no era como en casa.

Tal como lo hizo cuando era niña, Lizárraga comenzó a explorar sus alrededores, buscando plantas nuevas y plantas que ya conocía. Sin darse por vencida y con un amor por el conocimiento, se dio a la tarea de adaptarse a un nuevo clima y medio ambiente.

“Aprendí lo difícil que Tucsón puede ser, pero aprendí cómo plantar a través de la experimentación”, dijo. “Tienes que observar. Tienes que estudiar a las plantas”.

En el proceso de su autoeducación, Lizárraga se volvió muy conocida y respetada por su conocimiento de las plantas. Además, Lizárraga se convirtió en una vigilante cultural de las tradiciones católicas e historias sobre la vida en la región. Escritores e investigadores han acudido a su puerta.

Entre las tradiciones por las que se le conoce están las flores de papel. En 1992, su trabajo fue parte de una exhibición nacional, Tradiciones en el Ciclo de la Vida, la cual incluyó una presentación en el Instituto Smithsoniano en Washington, D.C.

El folclorista y autor James Griffith citó a Lizárraga en su libro, “Hecho a Mano: Las Artes Tradicionales de la Comunidad Mexico-Americana de Tucsón”.

Ha llevado a cabo exhibiciones de flores de papel en el Museo Estatal de Arizona, los Jardines Botánicos de Tucsón, la Casa Córdova de la Sociedad Histórica de Arizona y en el festival anual Tucson Meet Yourself.

Lizárraga también es respetada dentro de la comunidad Tohono O’odham por su conocimiento sobre su forma de vida y sus costumbres. Por más de 40 años, ha sido una de las pocas personas que no son Tohono O’odham que decoran el altar de la Misión San Xavier del Bac para Navidad.

Hace ocho años escribí una columna sobre Lizárraga cuando estaba lista para vender su negocio, West Boutique Florist, 1470 W. Saint Mary’s Road. Sin embargo, no lo vendió.

En esta ocasión insiste en que va en serio y que cerrará su tienda y dejará a sus plantas. Amigos y clientes están visitando la tienda para escoger de entre sus valiosas plantas.

Está aceptando el hecho de que ella, al igual que sus plantas, es parte del ciclo de la vida. Es hora de hacer algo más, dijo. Pero conociendo a Lizárraga, ella seguirá haciendo lo que mejor hace.

“Voy a seguir haciendo preguntas”, señaló. Y seguirá contando historias.


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Ernesto Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.