Cortesía de M.E.S. Production

Matilda Lutz en Revenge. La película francesa está en el Loft Cinema.

No hay duda de que las historias de venganza son de las más sabrosas que hay en la literatura y el cine, es más, para su servidor no hay un tema superior a éste. Y es que pocas cosas son tan disfrutables como mostrar el desquite de un personaje que logra, al final de su odisea, encararse con un enemigo cruel que le hizo daño en el pasado (o a los suyos) para darle su merecido. ¿A poco no?

En mi lista de predilectas sobre este sabroso tema están, en literatura, las venganzas que planean y consuman maquiavélicamente el príncipe Hamlet (de Shakespeare), el famoso prófugo Edmundo Dantés (de El Conde de Montecristo, de Dumas) o la que traman todos los pasajeros en Murder in the Orient Express, de Agatha Christie.

En el cine hay muchos ejemplos, obviamente, pero valdría la pena recordar aquí esa oda occidental a las artes marciales llamada Kill Bill Vol 1 y 2 (Quentin Tarantino, 2003-2004), la estilizadísima joyita coreana Oldboy (Chan-wook Park, 2003) y el western más pegador que he visto: Tombstone (George P. Cosmatos, 1993), misma que consigue que el espectador viva una verdadera catarsis cuando el protagonista (en este caso Wyatt Earp, encarnado por Kurt Rusell) consuma su revancha.

Revenge (Coralie Fargeat, 2017) es una cinta francesa (hablada en francés e inglés) que tiene esta premisa como bandera principal (sólo hay que ver el título), aunque en calidad y profundidad tenga muy poco como para competir con las listadas antes.

Los amantes de las historias de venganza tendrán material suficiente como para gozar de lo que esta cinta independiente y de muy bajo presupuesto ofrece en cuanto a secuencias de acción, gore, erotismo, combates cuerpo a cuerpo y, sobre todo, de edición súper estilizada.

Eso sí, le advierto que en varios pasajes del filme va a notar (y hasta le va a desesperar) el descaro con el que la directora extendió innecesariamente algunas secuencias con tal de convertir en largometraje una premisa que bien pudo haberse contado en un mediometraje de 20 o 30 minutos.

La película nos presenta a la sexy Jen (Matilda Lutz) y Richard (Kevin Janssens), quienes disfrutan de unos días en soledad en una casa de ensueño en medio del desierto. En eso, inesperadamente, llegan Stan y Dimitri, los dos amigos de Richard (se supone llegarían un par de días después para cazar juntos), quienes de inmediato se sienten seducidos por los encantos que la hermosa Jen no se preocupa por ocultar.

Es en la ausencia de Richard que Stan, dejándose llevar por sus impulsos, abusa sexualmente de Jen quien, aterrada por el episodio traumático, espera ansiosa el regreso de su amante; pronto la ilusa jovencita se dará cuenta de que su amante no es el tipo de hombre que creía conocer.

Para la chica lo único que importa es irse de ahí y denunciar el crimen; para los tres hombres (todos felizmente casados) la sola posibilidad de que el suceso los ponga en descubierto ante sus respectivas esposas les aterra.

Es entonces que comienzan a encadenarse una serie de traiciones y complicidades que tendrán como víctima a la pobre muchacha, a quienes los otros personajes ven primero como un objeto sexual y, posteriormente, como un vil estorbo del que hay que deshacerse.

Sin embargo Jen no se dejará vencer tan fácilmente, y eso será algo que, con lujo de violencia, experimentarán en carne propia sus verdugos.

Vaya preparado para ver giros argumentales muy poco creíbles (como los recursos de supervivencia de la protagonista) y un par de secuencias de gore que le harán voltear la vista hacia otro lado.

Hasta la próxima.


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