Joel Ryan/Invision/AP

El director Ron Howard (izq.) con los actores Felicity Jones y Tom Hanks en un evento con la prensa durante la promoción en Londres de Inferno, basada en el libro de Dan Brown, el 12 de octubre de 2016.

Aunque muchos (sobre todo críticos y escritores que venden poco) opinan que nada ejemplifica mejor al best seller light con remedos de erudición que los libros de Dan Brown, lo cierto es que nadie supera al norteamericano en el producto que vende: un tour de primera mano a sitios turísticos famosísimos del mundo que envuelven una trama llena de hechos históricos supuestamente reales, misterio, suspenso y enigmas.

Angels and Demons, por ejemplo, nos hizo conocedores enteradísimos de los secretos mejor guardados del Vaticano, de la obra que el renacentista Rafael Sanzio diseminó por Roma con agenda Illuminati, los rituales de elección del Papa y la importancia del camarlengo; todo lo anterior como elemento decorativo de una historia de suspenso en donde la famosa “partícula de Dios”, conocida también como Bosón de Higgs, era el peligro que asechaba al mundo.

The Da Vinci Code nos hizo sentir expertos en todo lo referente al célebre Leonardo (el más representativo de los renacentistas), su obra, el popular museo Louvre, los evangelios apócrifos, las teorías conspirativas sobre la descendencia de Jesús y hasta de las sectas maquiavélicas que custodian tal revelación.

El par de libros listados arriba forman parte de una lucrativa tetralogía (las dos restantes son The Last Symbol e Inferno) que tiene como personaje central a Robert Langdon, un profesor de simbología e iconografía religiosa con sede en Harvard, cuya sobresaliente memoria y facultades para descifrar enigmas lo han ayudado a resolver conspiraciones de tinte universal.

La adaptación cinematográfica de ambas (en cine se invirtió el orden de aparición) tuvo un relativo éxito y contó con Ron Howard en la dirección y Tom Hanks en el protagónico encarnando a Langdon. Por lo anterior, era sólo cuestión de tiempo la llegada de la tercera entrega.

Inferno (Ron Howard, 2016), la más reciente aventura del académico erudito, tiene como escenario principal algunos de los sitios más atractivos de la ciudad de Florencia, aunque también aparece Estambul y un par de edificios representativos.

Créame que las locaciones por sí solas valen el boleto de entrada.

En este capítulo, el meollo del asunto es el elaborado plan con el que un millonario desquiciado (Ben Foster) quiere solucionar el problema de la sobrepoblación, el cual consiste en diseminar un virus mortal que extermine un tercio de la Humanidad.

Fiel a su estilo, Brown vuelve a derrochar ingenio y originalidad: la aventura comienza con un Langdon (Hanks) despertando en un hospital y con un golpe en la cabeza que le ha causado una amnesia temporal, razón por la cual ignora qué hace en Italia y lo que le ocurrió; como ha de suponerse, la amnesia se irá difuminando, cediéndole uno que otro recuerdo que le irán aclarando, poco a poco, algunos misterios.

Los elementos de su fórmula “literaria” no podían faltar, vea usted: la joven atractiva que lo ayuda en el caso es ahora una doctora llamada Sienna Brooks (Felicity Jones), el villano/millonario desquiciado es un tal Bertrand Zobrist (Foster) y el papel del personaje extravagante que quiere eliminar a Langdon esta vez recae en una mujer de nombre Vayenta (Ana Ularu); ¡Ah!, es cierto, algunos de ellos dan un giro distinto.

Si en The Da Vinci Code fue el mencionado Leonardo y su obra lo que le otorgó algo de credibilidad y clase a la trama y Angels and Demons contó con Rafael Sanzio, Inferno no se podía quedar atrás.

El elegido por Brown para esta ocasión fue Dante Alighieri (prerrenacentista) y su Infierno (primera parte de la Divina Comedia), elementos a los que el escritor otorgó tal responsabilidad, sumándose al equipo el mismísimo Boticcelli (un renacentista más) y el famoso cuadro que pintó al respecto.

Por último, no cabe duda de que los libros de Brown, aunque no siempre sean lecturas disfrutables, estén atiborradas de lugares comunes, carezcan de calidad literaria y ostenten una profundidad artificial, tienen el potencial de convertirse en buenos thrillers de suspenso; por lo menos así me han parecido a mí los tres.

Hasta la próxima.


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