Sentado frente a mi escritorio y mirando por encima de mi hombro derecho puedo ver una tarjeta postal que me envió un lector después de que escribí una columna sobre la falta de representación en Hollywood, titulada “¿Dónde están los latinos en las películas?”. La postal dice (con puras mayúsculas, aunque yo se las voy a evitar a ustedes): “Luis, deja de joder y haz algo bueno. ¡Nadie quiere a un quejumbroso!”.
Aunque está firmada por “Mamá”, estoy seguro de que no fue escrita por mi madre. Básicamente, porque ella ya se dio por vencida en el intento de cambiarme.
Ese lector anónimo quizá esté feliz de saber que él o ella ya no tendrá que preocuparse de que yo exprese mis quejas en las páginas del Arizona Daily Star, pues esta es mi última columna antes de mudarme a Houston. Aunque algo me dice que esos que se toman el tiempo para compartir sus pensamientos muestran un espíritu afín en eso de joder.
De cierto modo, y en su forma más básica, para escribir una opinión se debe empezar con una queja. Una insatisfacción que te lleva a cuestionar algo. Como, ¿por qué las minorías están desproporcionadamente en la mira de la policía? ¿Por qué la nación más rica del mundo permite que alguien muera por no poder comprar medicinas? ¿Por qué castigamos a los inmigrantes, pero nos hacemos de la vista gorda en cuanto a esos que se benefician de su explotación?
Mi objetivo como columnista de opinión, ya sea escribiendo en nombre del Consejo Editorial o en el mío propio, es plantear esas preguntas e intentar dar algunas respuestas. Señalar un mejor camino para hacer las cosas o dar una luz cuando la oscuridad intenta convertirse en una política dañina. Ser una voz lista para hablar ante el mal proceder, la crueldad y las mentiras.
Quiero agradecer al Arizona Daily Star, periódico al que pertenece La Estrella de Tucsón, por permitirme intentar ser esa voz, y un agradecimiento especial a ustedes, queridos lectores, que quizá no siempre están de acuerdo, pero siempre están dispuestos a escuchar.
Ha sido un privilegio trabajar en la sección de Opinión pero, más importante, ha sido un verdadero placer interactuar con los lectores a través de Cartas al Editor, correos electrónicos y en persona. Como lo he dicho antes, la importancia de estas páginas no es sólo que podemos hablar, sino que podemos escuchar lo que otros están diciendo.
Y esto es ahora más importante que nunca, cuando muchos de quienes nos representan en cargos públicos tienen prisa por encarnar nuestros peores instintos, nuestro deseo de ver que lo que pensamos se impone sobre quienes piensan distinto. Mi pensamiento sobre que el presidente y sus facilitadores son un peligro para Estados Unidos sólo crece cada día, pero escuché lo que la nueva diputada Alexandria Ocasio-Cortez dijo hace poco en el festival South by Southwest, en Austin, y me preocupa.
“La moderación no es una postura. Es sólo una actitud ante la vida de, ‘y qué’”, dijo. “Nos hemos vuelto muy cínicos, que vemos el ‘y qué’ o el ‘equis’; vemos el cinismo como una actitud de superioridad intelectual, y vemos la ambición como un cliché de la juventud, cuando pensamos en lo más grande que hemos logrado como sociedad han sido ambiciosos actos de visión”.
Estoy de acuerdo en lo de los ambiciosos actos de visión y ese incremento en los “pequeños pasos” parece inadecuado para atacar los problemas que enfrenta nuestra nación, pero el deseo de compromiso no viene de la apatía ni del cinismo. Me considero a mí mismo moderado, y sí tengo una postura ante las cosas. Simplemente no creo que la filosofía de “o es mi visión o no es ninguna” sea válida para gobernar en una democracia.
Eso sólo funciona cuando ves que “el otro lado” no merece más que desprecio, cuando tu oponente es un supremacista blanco, un negador radical del cambio climático, un violento activista Antifa, un manifestante que protesta gritando “baby killer” (asesino de bebés). Aunque esas personas están ahí, son minoría. La mayoría de nosotros estamos dispuestos a escuchar y a comprender de dónde vienen quienes tienen un punto de vista opuesto al nuestro.
Eso no significa que traicionemos nuestros principios ni que abandonemos nuestros desacuerdos, significa que otorgamos a otros el mismo beneficio de la duda que casi siempre nos extendemos a nosotros mismos. Escuchando, podemos descubrir que, aunque no consigamos todo lo que queremos, nos podemos poner en camino a lograrlo.
Todo esto es para decir que cambiar las cosas depende de nosotros. Si usted es un lector regular de nuestros periódicos, especialmente si lee las columnas, usted se interesa por otras opiniones; si usted contribuye enviando sus comentarios, usted quiere que los demás sepan lo que piensa. Tenemos que presionar contra la espiral de tribalismo recordándonos a nosotros mismos y a los demás, cada día, que hay formas de trabajar juntos. Que las personas con las que no estamos de acuerdo pueden tener su punto, que para lograr algo tenemos que respetar a la persona que está frente a nosotros.
Para los electores de Trump, esto significa renunciar al presidente y apoyar a alguien con principios conservadores que no demerite ni demonice a sus oponentes. Para los demócratas, esto significa respaldar a alguien que tenga un propósito superior pero que pudiera ser pragmático.
Así que, para mi “mamá” anónima y para usted, querido lector, tengo que decir que, aunque ya no esté aquí, no dejaré de quejarme, ni de escuchar. Nadie debería hacerlo.



