Bob Elliott sigue siendo el chico más popular de la universidad.
Más de 35 años después de haber egresado de la Universidad de Arizona como uno de los más aclamados jugadores de basquetbol de los Wildcats, ayudando a elevar el nivel deportivo de la escuela y de haber pasado casi 30 años transmitiendo por radio los juegos televisados –muchos de ellos de la UA-, Elliott sigue siendo el gran hombre del campus.
Es una figura popular, como se evidenció hace un par de semanas con el gran número de seguidores que fueron a verlo al Festival del Libro de Tucsón, donde estuvo firmando su nuevo libro “Tucson: A Basketball Town” (Tucsón: Una ciudad de basquetbol), el cual co-escribió con Eric Money, su compañero de equipo en los setentas.
Pero esta columna no se trata del basquetbol de la UA ni de los logros deportivos de Elliott, aunque están integrados. Les dejo las opiniones deportivas a mis colegas Greg Hansen y Bruce Pascoe. En cambio, se trata de Tucsón, la cultura, la aceptación y de aprender a adaptarse.
Es sobre un joven afroamericano de Ann Arbor, Michigan, quien creció jugando básquet en Detroit y quien vino a una pequeña ciudad desértica en la que los tacos eran más populares que el deporte. Es la historia de cómo un pueblo blanco y castaño abrazó al joven de 17 años con ese gran afro.
“Este libro se hizo para contar una historia que creo que nunca se ha contado”, dijo Elliott, de 58 años de edad, quien empezó a jugar en el entonces recién construido McKale Center en 1973. Platicamos el viernes 21 de marzo en su despacho contable en la falda de la montaña, justo al tiempo en que los Wildcats empezaban su último empujoncito hacia el Final Four en el torneo nacional.
Cuando Elliott se unió a los Gatos, era el segundo año desde que la UA hizo la sonada contratación de Fred Snowden, de Detroit, el primer entrenador negro en una de las principales universidades de Estados Unidos.
Snowden inmediatamente reclutó a jugadores negros del área de Detroit y de Pennsylvania. Probablemente, Tucsón se sentía tan inseguro de sus nuevos chicos como ellos de Tucsón.
En el libro, Elliott reseña cómo algunos de sus compañeros de equipo se sentían incómodos por tener que hacer esa transición.
“Nunca antes había pertenecido tanto así a la minoría”, escribió citando a su compañero de la Costa Este, Len Gordy. “En Tucsón había más latinos, más nativoamericanos y más blancos. Eso fue lo primero que noté cuando llegué aquí. Lo odiaba. Llamaba a mi casa todos los días. Me quería ir. Muchos de nosotros nos queríamos ir. No éramos más que unos muchachos nostálgicos que se la pasaban platicando”.
Muchos de ellos se quedaron por ahí, y Elliott se quedó mucho tiempo más después de sus días de jugador. Aquí se casó con su novia de la prepa, tuvo cuatro hijos y fundó una empresa de contabilidad. Él y su esposa, Beverly, hicieron amistades duraderas.
¿Que si cómo se adaptó Elliott a Tucsón? A través de la comida.
“Nuestro chitlins (tripas de puerco) es su menudo”, dijo riéndose. Rememoró sus primeros encuentros con nuestra comida mexicana, la cual le pareció atractiva. Aprendió a amar los tacos, los burros, los chiles rellenos y las chimichangas. Y la comunidad latina de Tucsón también compartió valores que él aprendió.
“Primero te tienes que hacer cargo del asunto, pero te diviertes”, dijo.
Y fue divertido para Elliott y sus compañeros de equipo. McKale se convirtió en un lugar muy concurrido en las noches de juegos después de que la música de Motown llegó a la ciudad del mariachi.
Elliott y esos Wildcats eran famosos más allá de Tucsón. También eran un éxito en Nogales, Sonora, escribió Elliott.
En ese tiempo, los juegos de la UA se transmitían por KZAZ, al viejo Canal 11. La transmisora estaba en Nogales, Arizona, así es que en ambos Nogales la transmisión era nítida y surgieron muchos nuevos fans de los Gatos, escribió Elliott.
Escribió que en un viaje de compras que hicieron a Nogales, Sonora, “niños y adultos se acercaban de todas partes, afuera de las tiendas, en todos lados. Una locura, como su hubiera sido una estrella de rock, excepto porque no podía entender lo que decían”.
Sus fans mexicanos le decían “pajarito” y “pájaro grande”.
Sabían que su apodo en el basquetbol era Big Bird.
Elliott sigue enamorado de su ciudad desértica y los seguidores de toda la vida de la UA siguen echándole porras.
ENGLISH VERSION
Bob Elliott is still the BMOC.
More than 35 years after leaving the University of Arizona as one of the Wildcats’ most acclaimed basketball players, helping elevate the school’s stature in the sport and having spent nearly 30 years broadcasting televised games — many of them UA — Elliott remains the big man on campus.
He’s a popular figure, as evidenced by the large number of fans who turned out to see him at last week’s Tucson Festival of Books, where he autographed his new book “Tucson: A Basketball Town,” which he co-wrote with Eric Money, his teammate from the 1970s.
But this column is not about UA basketball or Elliott’s athletic achievements, although they are integral. I’ll leave the sports commentary to my colleagues Greg Hansen and Bruce Pascoe. Instead, this is about Tucson, culture, acceptance and learning to adapt.
It’s about a young, African-American kid from Ann Arbor, Mich., who grew up playing basketball in Detroit, and who came to a small desert city where tacos were more popular than the sport. It’s a story about how a white and brown town embraced the 17-year-old with the big ‘fro.
“This book was done to tell a story that I believe has never been told,” said Elliott, 58, who started playing at the newly built McKale Center in 1973. We talked in his accounting office in the foothills Friday, just about the time the Wildcats began their latest push toward the Final Four.
When Elliott joined the ‘Cats, it was the second year after the UA made the bold hire of Fred Snowden from Detroit, the first African-American coach for a major university.
Snowden immediately recruited black players from the Detroit area and Pennsylvania. Tucson was probably as unsure of the new Kiddie Corps as it was of Tucson.
In the book, Elliott recounts how some of his teammates were uneasy making the transition.
“I had never been that much of a minority before,” he quotes his East Coast teammate, Len Gordy. “In Tucson there were more Latinos, more Native Americans and more whites. That was the first thing I noticed when I came here. I hated it. I was calling home every day. I wanted to leave. A lot of us did. We were just homesick kids doing a lot of talking.”
Most of them stuck around, with Elliott staying long after his playing days. Here he married his high school girlfriend, raised four children and founded an accounting firm. He and his wife, Beverly, made lasting friendships.
So how did Elliott make his adjustment to Tucson? He made it through food.
“Our chitlins is your menudo,” he said laughing. He recounted his early encounters with our Mexican food, which he found appealing. He learned to love tacos, burros, chile rellenos and chimichangas. Tucson’s Latino community also shared values he learned.
“You take care of business first, but you have fun,” he said.
Fun it was for Elliott and his teammates. McKale became a crowded venue on game nights after Motown came to mariachi town.
Elliott and those Wildcats were popular beyond Tucson. They were a hit in Nogales, Sonora, too, Elliott wrote.
In those days, the UA games were broadcast on KZAZ, the old Channel 11. The transmitter was in Nogales, Ariz., so in both border towns the transmissions were clean and many new Gatos fans were born, Elliott wrote.
On a shopping trip to Nogales, Sonora, Elliott wrote, “The kids and adults were coming from all directions, out of stores, everywhere. It was crazy like I was a rock star, except could not understand what they were saying.”
His Spanish-speaking fans were calling “pajarito” — Spanish for little bird — and “pajaro grande.”
They knew his basketball nickname was Big Bird.
Elliott is still in love with his desert town and longtime UA fans are still his cheerleaders.