Al principio de su libro, José Antonio Vargas escribe sobre un día que cambió su vida cuando iba en su bicicleta al departamento de vehículos motorizados.

“Tenía 16 años, la edad en la que se supone que los norteamericanos saca su licencia”, escribe en “Dear America”.

Como identificación llevó su credencial de la preparatoria y, puesto que era inmigrante filipino, su tarjeta de residencia. Pero después de revisar su “green card”, la persona que lo atendía le dijo de forma abrupta que era falsa. Vargas estaba seguro de que el empleado en la oficina del transporte estaba equivocado y regresó a su casa para preguntarle a su abuelo Lolo sobre su tarjeta.

“Sin responder la pregunta, se paró, me arrebató la tarjeta y dijo algo que cambió el curso de mi vida”, escribe Vargas.

Su abuelo le dijo en su nativo tagalog: “No la enseñes (la tarjeta) a la gente. Tú no deberías estar aquí”.

Querido lector, detengámonos aquí por un momento. Dejemos que lo que Lolo le dijo a su nieto nos penetre.

Él no debería estar aquí. No pertenece aquí. Es de fuera.

Fue doloroso para Lolo decirle a su nieto que su tarjeta era falsa y que José, quien llegó a California cuando tenía 12 años, no tenía documentos legales. Fue devastador para Vargas, quien ahora tiene 37 años.

Y para millones de americanos como Vargas, la revelación de su estatus legal ha sido devastadora. Les ha puesto limitaciones a su capacidad de trabajar, viajar, ser ciudadanos completamente integrados a un país al que consideran su casa. Y para muchos de ellos, este es el único país que conocen.

Ex reportero del periódico Washington Post, Vargas se volvió uno de los norteamericanos “indocumentados” más visibles del país en 2011, cuando publicó su ensayo “Mi vida como inmigrante indocumentado” en The New York Times Magazine.

Desde entonces, Vargas, periodista y realizador de documentales, ha atravesado el país hablando de la verdad sobre un sistema migratorio que destruye familias y sobre norteamericanos que viven aquí sin autorización legal. Y dado que él ha contado su propia historia, Vargas ha escuchado muchas otras historias de esfuerzo, determinación y fe.

“La experiencia más honesta y más gratificante es conocer sus historias, el peso que deben llevar”, dijo Vargas en una entrevista telefónica reciente mientras conducía desde Oakland a Menlo Park, California, donde creció con sus abuelos maternos y otros familiares. Vargas participará en tres páneles en el Festival de los Libros de Tucsón de este año, el 2 y 3 de marzo, en la Universidad de Arizona. El autor de “Querida América, notas de un ciudadano indocumentado”, escribe sobre su experiencia y la carga compartida de peso psicológico que los estadounidenses indocumentados llevan consigo mientras navegan por sus vidas.

Él escucha a otros indocumentados mientras narran sus secretos, sus miedos e incertidumbres. “La frontera es el lenguaje que tienen para hablar sobre sí mismos de manera apolítica”, dijo Vargas.

Desde su nacimiento, este país siempre ha dicho a otros que no pertenecen aquí. Este país ha definido continuamente, de diferentes maneras, quién puede estar en él y quién no. Quiénes son estadounidenses y quiénes no han sido las preguntas perpetuas. Aún así, dijo Vargas: “Este país no puede tener una discusión honesta sobre la inmigración”.

La mayoría de las discusiones, sin embargo, son unilaterales. Están dominadas por poderosas fuerzas políticas (el presidente Trump) y otras fuerzas xenófobas (Fox News Channel) que desde el primer momento demonizan a los estadounidenses indocumentados e insisten en que cualquier conversación sobre ellos debe comenzar con su expulsión. Además, las discusiones carecen en gran medida de la participación activa de los estadounidenses indocumentados.

“Tenemos que recordarle a la gente que estamos hablando del padre, el hijo y la hija de otra persona”, dijo Vargas, quien no ha visto a su madre ni a su hermana menor desde que abordó un avión en Manila con destino a Estados Unidos. Y aún no ha conocido a su hermano menor.

Son seres humanos reales. Los estadounidenses indocumentados no son caricaturas sin rostro ni nombre o criminales rapaces que están acechando a la vuelta de la esquina.

Así que hablemos de los padres y madres indocumentados que viven entre nosotros y que están criando a sus hijos estadounidenses; de los trabajadores indocumentados que sostienen nuestra economía y pagan impuestos y contribuyen al fondo de la Seguridad Social sabiendo que no podrán aprovecharlo; de los estudiantes universitarios indocumentados que se convertirán en maestros, médicos, abogados, activistas de derechos civiles, trabajadores sociales; de los ciudadanos indocumentados que temen por la próxima vez que estén en contacto con la policía local y se vean obligados a demostrar su estatus legal.

El libro de Vargas, aunque consta de sólo 232 páginas, recorre un largo camino para revelar las luchas de un estadounidense indocumentado que ha tenido que mentir para existir y vivir mientras es mirado por encima del hombro por los agentes de inmigración.

Y lo que el libro también revela es que vivir en este país como un estadounidense indocumentado significa que perteneces a aquí.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.

Traducido por Liliana López Ruelas.