Cuando el camión se dirigía al Norte y la garita internacional de Naco desaparecía en la distancia, la cantante originaria de Tucsón Linda Ronstadt se reclinaba cómodamente en el asiento mientras sus sentimientos y los recuerdos recién creados en los cuatro días anteriores anidaban en ella.
Había pasado el fin de semana con un grupo de familiares y amigos, todos músicos o melómanos, en Banámichi, Sonora, un pequeño pueblo del Río Sonora, a tres horas de la frontera entre México y Estados Unidos. Su abuelo, Federico José María Ronstadt, nació cerca de ahí, en Las Delicias, y emigró a Tucsón a principios de los 1880.
Ronstadt ya había visitado esa tierra –un acordeón de bordes de montañas irregulares en cuyas laderas se alzan saguaros y cactus, mientras que los centinelas silenciosos y el exuberante suelo del valle están cubiertos de habas, ajos, álamos y palos verdes. La historia y la cultura de los indígenas ópatas y pimas, los misioneros jesuitas y los colonizadores vascos y las familias ganaderas mexicanas atraviesan su alma como el agua que recorre el valle.
A través de los años, Ronstadt ha entablado amistades y relaciones con personas que ella considera sus parientes.
“Bueno, es hermoso aquí y la gente es lindísima”, dijo con voz suave por encima del murmullo del camión con rumbo a Tucsón la tarde del lunes 18 de febrero. “Y es simplemente el pueblo ideal. La gente es súper cordial. Recuerdan a mi papá y a mi abuelo. He conocido a gente que no conoció personalmente a mi abuelo, pero recuerdan su nombre y las causas que él defendía. Eso es significativo”.
Visitar Banámichi es algo especial para Ronstadt, quien fue por primera vez a esa área con su papá, Gilbert Ronstadt, antes de que él muriera en 1995. Su conexión con la tierra y la gente es muy fuerte.
Pero ahora, a sus 72 años, ella ya no se presenta en público. Enfrenta la cada vez más debilitante enfermedad del Parkinson, que le fue diagnosticada en 2013. Ronstadt, considerada una de las mejores voces del pop y quien ingresó al Salón de la Fama del Rock & Roll en 2014, no puede viajar fácilmente.
El viaje al Río de Sonora, organizado por sus amigos de toda la vida Bill y Athena Steen de Canelo, podría haber sido el último para Ronstadt. Pero también, dado su profundo aprecio por la gente y la cultura del Río Sonora, podría ser que regrese.
UN LEGADO QUE PERDURA
Ronstadt volvió a Banámichi con una misión. La acompañaba un grupo de 17 bailarines folclóricos que oscilaban entre los 8 y 20 años, y cuatro músicos y cantantes adultos de la Academia de Artes Culturales Los Cenzontles de San Pablo, California, al norte de Berkeley. Ronstadt ha sido clave en el apoyo al grupo por casi 30 años. En el viaje también iba su primo Bobby Ronstadt y su sobrino Petie Dalton Ronstadt, ambos músicos e intérpretes de Tucsón, y su amigo de toda la vida e ícono del pop-rock Jackson Browne, de Los Ángeles.
También acompañó a Ronstadt un equipo de filmación. El documentalista y actor James Keach (“The Long Riders”, “Walk the Line”, “Razor’s Edge”) está haciendo dos documentales, uno sobre Ronstadt y el otro sobre Los Cenzontles. Se espera que el documental sobre Ronstadt se presente en teatro y en un canal por cable.
El viaje estuvo lleno de canciones improvisadas y de danza en las plazas de Banámichi y el vecino pueblo de Arizpe, donde está enterrado Juan Bautista de Anza, el explorador vasco de California y Nuevo México del siglo 18.
En el camión, los estudiantes de Los Cenzontles cantaban y tocaban sus instrumentos. En el pequeño pueblo de Cucurpe, Bobby y Petie Ronstadt se sentaron en una puerta y cantaron en inglés y en español durante la hora de comida; y en la segunda tarde, Browne, guitarra en mano, se unió a las vocalistas de Los Cenzontles Fabiola Trujillo y Lucina Rodríguez para cantar hasta entrada la noche en el comedor del confortable y colorido hotel La Posada del Río, al frente de la plaza de Banámichi.
“La música del campo se canta mejor en el campo”, dijo Eugene Rodríguez, fundador y director de Los Cenzontles.
En Banámichi y Arizpe, el Grupo Danza Xunutzi del Río Sonora se presentó con el grupo de California. Ronstadt también ha apoyado a Xunutzi, bajo la dirección del maestro Nicolás Lizárraga, a través de los años.
Los componentes de música y baile del viaje reflejaron el viejo amor de Ronstadt hacia la música y la cultura mexicana inculcado en ella por su padre, conocido como “Gibby”. Ella ha dado apoyo a la música mexicana como intérprete, colaborando con el Mariachi Cobre, originario de Tucsón, y como parte del elenco de la Conferencia Internacional del Mariachi de Tucsón, que se realiza cada año, así como de otros festivales de mariachis en México y Estados Unidos.
Ronstadt, quien ha interpretado rock, country y estándares americanos, lanzó “Canciones de mi Padre”, el disco que la catapultó entre la audiencia mexicana, hace más de 30 años. Era una colección de canciones mexicanas clásicas cuya selección se hizo inspirada en la infancia de Ronstadt, su padre amante de la música y un amigo muy especial, el músico e intérprete Eduardo “Lalo” Guerrero, nacido en Tucsón. Habiendo vendido más de 10 millones de copias, “Canciones de mi Padre” es considerado el disco en lengua distinta al inglés más vendido en la historia de Estados Unidos y le sirvió a Ronstadt como plataforma para promover y preservar la música mexicana en todo el mundo.
En Arizpe, los fans la rodearon y se tomaron fotos con ella tan pronto como se dieron cuenta de que estaba en la plaza en una tarde fría y ventosa. “Todos tenemos su música”, dijo Alejandro Manteca Elías, de Phoenix, quien estudió en Salpointe Catholic High School en Tucsón con algunos primos de Ronstadt y quien por esos días había ido con dos hermanos a visitar a la familia en Arizpe. “Crecimos con ella”.
Pero es el legado de Ronstadt el que tiene un impacto imborrable en los estudiantes que posiblemente se encontraban en el viaje de su vida.
Verenice Velázquez es una estudiante de 20 años de la Universidad de California en San Diego, quien canta, baila y toca varios instrumentos con Los Cenzontles. Pasar tiempo con Ronstadt y compartir música mexicana en México, país donde nacieron sus padres, fue algo más que especial, dijo.
“Significa mucho para mí. Es realmente increíble el poder conocer estas tradiciones y mostrarlas en California y es incluso más maravilloso traerlas de regreso a México, de donde son”, dijo a la orilla del Río Sonora durante la comida del último día del viaje.
“Es un sueño estar en este viaje con una artista tan reconocida a la que mis padres conocen tan bien y escuchan su música”.
Conexión Mágica
La magia de Banámichi, donde años de tradición permanecen tan fuertes como los chiltepines y el bacanora destilado del agave sonorense, atraen a Ronstandt y seguirán haciendo aflorar sus emociones.
“Lo que recuerdo es ver una casa en la esquina”, dijo sobre sus recuerdos de una visita al pueblo con su padre. “Vimos la iglesia. Dijo que sus abuelos estaban enterrados ahí en esa iglesia”. Ronstadt no pudo recordar nombres ni detalles y se rió levemente de sí misma. “Como sea, lo primero que hice fue voltear a la iglesia y después vi la casa a la derecha en la esquina y pensé si esa sería nuestra casa”.
Sus emociones no han cambiado con los años y varias visitas, dijo.
“Todavía mantengo el mismo sentido de orgullo. De ahí es de donde soy. Esto es lo que represento”, dijo. “Hay algo realmente especial y mágico sobre el valle del Río Sonora. Tiene una mezcla distinta de culturas. Es tangible”.
La conexión de Ronstadt con el Río Sonora es similar a la de innumerables familias de Tucsón y el sur de Arizona. Las placas de Arizona en los carros son comunes, y no es raro ver una camioneta que acarrea ganado o suministros decorada con herraduras y una calcomanía con la “A” de la Universidad de Arizona. Las familias van y vienen del valle del Río Sonora al desierto y las montañas de Arizona.
Ronstadt lo explicó de esta forma: “Hay una especie de nostalgia por nuestro pueblo que todos llevamos en los genes. Quizá yo heredé algunos de mi bisabuelo Friedrich August cuando vino a México de Alemania o de mi bisabuela (Margarita Redondo Ronstadt), quien era de México. … Pero quizá ella sintió esa nostalgia al dejar su confortable hacienda”.
Bill Steen, cuya abuela también nació en Banámichi y quien creció en Tucsón con la familia Ronstadt, se sentía satisfecho de que el viaje se haya podido realizar. La diferencia entre este viaje y los anteriores en los que ha acompañado a Ronstadt, dijo, es que “la potencial locura que amenazaba con terminar en un caos completo se convirtió en perfecta armonía”.
Para Ronstadt, sus visitas al Río Sonora están, de hecho, llenas de armonía. Abundan los recuerdos. Y de este viaje reciente y quizá final, dijo que se quedará con su imagen favorita de cuando los bailarines de ambos grupos se unieron en una celebración improvisada y alegre de la canción “La Bamba”, bajo el frío viento de Arizpe.
“Tenemos mucho que aprender unos de otros”, dijo.
Pero, ¿será este su último viaje? ¿Regresará?
“Si puedo agarrar un raite”, dijo entre carcajadas.
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