En el exuberante patio de un viejo edificio de adobe en South Stone Avenue se encuentran dos artefactos que conectan a la ciudad actual de Tucsón con el tiempo en que el Viejo Pueblo estaba en medio de cambios profundos.

El primero es un panel de terracota de bajo relieve con un par de manos aplaudiendo entre dos racimos de laurel en un círculo. Por fuera del anillo están las palabras Alianza Hispano Americana.

El segundo es un bloque grabado con fechas y nombres relacionados con la Alianza, estableciendo su fecha de fundación y los nombres de sus principales fundadores: C. Y. Velasco, J.C. Merino, C.C. Jacome, M. Aguirre, D. Gil, J.O. Sainz, C.C. Goodwin, D. S. Valencia y T. Otero.

La piedra angular, igual que el panel de bajo relieve, era parte del edificio de la Alianza, construido en 1916 en West Congress Street, donde ahora está el edificio administrativo del Condao Pima. Las dos piezas están en el patio de una residencia privada y oficina profesional, que era la casa de Carlos Y. Velasco, quien constituía la fuerza motriz de la Alianza.

La Alianza prácticamente no significa nada ahora, pero en su tiempo, la Alianza surgida en Tucsón era la organización más grande de ayuda mutua entre mexicoamericanos, con miles de miembros en el suroeste y en México. Proveía seguros a bajo costo, prestaciones por funeral e información a las comunidades mexicoamericanas, las cuales enfrentaban nuevos retos y obstáculos.

La Alianza se estableció el 14 de enero de 1894 por líderes mexicoamericanos de Tucsón y empresarios liderados por el sonorense Velasco, quien en 1878 inició el periódico en español “El Fronterizo”. Igual que el periódico, la Alianza luchaba por los derechos civiles y la justicia para la comunidad mexicoamericana.

Pero el alcance de la Alianza era aún más amplio y se convirtió en un precursor de las organizaciones de derechos civiles de los mexicoamericanos que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, de acuerdo con el historiador local Thomas E. Sheridan, autor de “Los Tucsonenses: La Comunidad Mexicana en Tucsón, 1854-1941”.

“En su mejor momento, a finales de los treintas, la Alianza tenía más de 17 mil miembros agrupados en capítulos locales a lo largo del oeste de Estados Unidos y el norte de México”, escribió. Aunque sus nombres no están grabados en el bloque, otros fundadores son Pedro Pellon, Mariano Samaniego, Samuel Brown, Miguel Riesgo e Ignacio Calvillo.

Hace un par de semanas me prestaron un par de grandes tomos verdes. Contienen boletines originales de la Alianza desde la década de los cincuentas a principios de los setentas, cuando la Alianza se había debilitado debido a los cambios sociales y a malversaciones financieras.

Los boletines celebraban la unidad y cultura mexicoamericana. Promovían la participación política y el compromiso cívico. Impulsaban la alfabetización y las actividades sociales. Les recordaban a los lectores sobre la historia mexicana.

Contenían fotos de los jóvenes tucsonenses que pertenecían a grupos sociales como el Club Mavis de mujeres y el Club Monte Carlo de hombres.

Las publicaciones mensuales promovían a jóvenes mexicoamericanos en el gobierno y los negocios, muchos de quienes después se convertirían en la nueva clase media chicana. Principalmente, los boletines abogaban por la Alianza.

La Alianza era similar a otras organizaciones étnicas de ayuda mutua que florecieron en otras partes del país, especialmente en la Costa Este, donde las ciudades se estaban inflando con grandes cantidades de inmigrantes europeos trazando nuevas vidas.

Pero en el suroeste la frontera los superó. Los residentes de lo que alguna vez fue México ahora eran parte de Estados Unidos. Tucsón formó parte de Estados Unidos en 1854 después de la Venta de la Mesilla. Las otrora dominantes comunidades mexicoamericanas sucumbieron ante el poder económico y político de los recién llegados del Este. Sin embargo, más allá de perder dominio, los mexicoamericanos eran el objetivo de grupos que promovían la pureza angloamericana protestante.

La Alianza se mantuvo en contra del odio.

Para finales de los años cincuentas, otros grupos de derechos civiles de mexicoamericanos, con mayor alcance y energía fresca, eclipsaron a la Alianza. Y en noviembre de 1963, el presidente de la Alianza, J. Carlos McCormick, renunció bajo acusaciones de malversación de fondos. La organización cojeaba y terminó por fracasar 10 años después.

Hace mucho que la Alianza desapareció, pero su legado es más que un par de recuerdos en un patio.

ENGLISH VERSION

In the lush courtyard of an old adobe building on South Stone Avenue sit two artifacts that connect today’s Tucson to when the Old Pueblo was in the midst of deep changes.

The first is a terra cotta, bas-relief panel with a pair of clasped hands between two laurel branches set within a circle. On the outer ring are the words Alianza Hispano Americana.

The second is an engraved block with dates and names related to the Alianza, stating its founding date and the names of some of its principal founders: C. Y. Velasco, J.C. Merino, C.C. Jacome, M. Aguirre, D. Gil, J.O. Sainz, C.C. Goodwin, D. S. Valencia and T. Otero.

The cornerstone, like the bas-relief panel, was part of the Alianza’s building, erected in 1916 on West Congress Street, where the Pima County administrative building now stands. The two mementos are in the patio of a private residence and professional office, which was the territorial home of Carlos Y. Velasco, the moving force behind the Alianza.

The Alianza means virtually nothing today but in its time, the Tucson-born Alianza was the largest Mexican-American mutual-aid organization with thousands of members in the Southwest and Mexico. It provided low-cost insurance and burial benefits, and information to Mexican-American communities, which were confronting new challenges and obstacles.

The Alianza was established on Jan. 14, 1894 by Tucson’s Mexican-American leaders and businessmen led by Sonoran-born Velasco, who in 1878 started the Spanish-language newspaper “El Fronterizo.” Like the newspaper, the Alianza championed civil rights and justice for the Mexican-American community.

But the Alianza’s reach was wider and it became a precursor to Mexican-American civil rights organizations that emerged after World War II, according to local historian Thomas E. Sheridan, author of “Los Tucsonenses: The Mexican Community in Tucson, 1854-1941.

“At its height in the late 1930s, the Alianza numbered more than 17,000 members scattered in local chapters across the western United States and northern Mexico,” he wrote. Although their names are not etched on the block, other key founders included Pedro Pellon, Mariano Samaniego, Samuel Brown, Miguel Riesgo and Ignacio Calvillo.

A couple of weeks ago two large green tomes were loaned to me. They contain original Alianza newsletters from the 1950s to the early 1970s, when the Alianza had withered away due to societal changes and financial malfeasance.

The newsletters celebrated Mexican-American unity and culture. They promoted political participation and civic engagement. They encouraged literacy and social activities. The newsletters reminded readers of Mexican history.

They carry photos of the young Tucsonans who belonged to social groups like the women’s Club Mavis and the men’s Club Monte Carlo.

The monthly publications promoted young Mexican-Americans in government and business, many of whom would later become the new Chicano middle class. Principally the newsletters championed the Alianza.

The Alianza was similar to other ethnic mutual-aid organizations that flourished in other parts of the country, especially in the East Coast where the cities were swelling with large numbers of European immigrants charting new lives.

But in the Southwest the border crossed over. The residents of what was once Mexico were now part of the United States. Tucson folded into the U.S. in 1854 after the ratification of the Gadsden Purchase. The once-dominant Mexican-American communities succumbed to the economic and political power of Eastern newcomers. However, beyond losing dominance, Mexican-Americans were targets of groups promoting American-Anglo-Protestant purity.

The Alianza stood against the hate.

By the late 1950s other Mexican-American civil rights groups, with wider reach and fresh energy, eclipsed the Alianza. And in November 1963 the president of the Alianza, J. Carlos McCormick, resigned under accusations of embezzlement. The organization limped along and fizzled away about 10 years later.

The Alianza is long gone but its legacy is more than its two reminders in the courtyard.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón.