Mi amor y aprecio por Tucsón viene de mi familia. Tanto mi madre, Julieta Bustamante Portillo, tucsonense de nacimiento, como mi padre, Ernesto Portillo Villalobos, un inmigrante mexicano, me han ayudado a moldear mi aprecio por nuestro pueblo, incluyendo sus errores y sus fallas.

Pero hay otro miembro de mi familia que ha influido en mí de una forma todavía más profunda: mi tía Alva Bustamante Torres. Mi tía, hermana mayor de mi mamá, no sólo ha expresado su amor por nuestro pueblo sino que ha peleado por preservar su valiosa historia.

El domingo 7 de abril, en la Plaza de Honor a las Mujeres dentro del campus de la Universidad de Arizona, Las Doñas de Los Descendientes del Presidio de Tucsón honraron a mi tía, "cuya lucha a favor de la preservación histórica de nuestra comunidad ha sido extensa".

Tía Alva, hoy de 80 años de edad, ayudó a apuntalar la lucha comunitaria para conservar la Plaza de la Mesilla en el centro de la ciudad, conocida como La Placita, la cual se enfrentó a las cuchillas de las máquinas excavadoras, las mismas que arrasaron el barrio del centro a finales de la década de los sesentas.

La Placita fue el centro cívico y social por más de 100 años en el Viejo Pueblo.

También ayudó a liderar el esfuerzo para detener la construcción de la Ruta Butterfield, una carretera propuesta para el centro de la ciudad que habría dividido los barrios Armory Park, Viejo y El Hoyo, llevándose consigo El Tiradito, un sitio histórico y cultural en South Main Avenue, a un lado de la escuela primaria Carrillo.

De su esfuerzo y el de otros surgió la zonificación y regulación histórica del centro, el reconocimiento a las asociaciones de vecinos y el establecimiento de los comités cívicos para asesorar al gobierno local en materia de preservación histórica.

"Ella quería movilizar la resistencia a la modernización urbana en curso y a los extensos proyectos de reurbanización que amenazaban con destruir estructuras vitales para el sentido histórico y la memoria colectiva de los tucsonenses", escribió Lydia R. Otero en su libro "La Calle", publicado en 2010 por UA Press sobre la destrucción sistemática del histórico barrio comercial y residencial de Tucsón.

Tía Alva y mi mamá crecieron en South Scott Avenue, al lado del Templo de Música y Arte (Temple of Music and Art), un par de cuadras al este del antiguo barrio. Ellas y mis abuelos compraban en sus muchas tiendas, olían el envolvente aroma del pan recién horneado en la Panadería Ronquillo, cenaban en El Charro cuando estaba en East Broadway y veían películas en español en El Cine Plaza.

El barrio era un hogar y centro de negocios políglota para las diversas comunidades de Tucsón. Filas de casas de adobe al estilo sonorense se alinearon en sus calles por más de 100 años.

Pero la élite política y empresarial de Tucsón quiso que el barrio desapareciera. Para ellos significaba deterioro urbano. No representaba la blanca y pulcra ciudad que los líderes de Tucsón querían proyectar hacia afuera.

Para mi tía Alva, la destrucción del barrio era una farsa. Arrancó el corazón de la rica historia de Tucsón.

"Esto era como mi familia", dijo mi tía mientras platicábamos en su casa en Armory Park, cerca del centro. "Yo podía ver lo que estaban haciendo".

Aunque ella y el pequeño grupo de tucsonenses afines del Comité La Placita no pudieron evitar la demolición del barrio, se las arreglaron para salvar el kiosco que está en el centro de La Placita Village, en la esquina suroeste de Broadway y Church.

Unos cuantos años después de la remoción del barrio, tía Alva y el Comité se unieron a los residentes para detener la creación de la Ruta Butterfield. Su lucha derivó en la inclusión de El Tiradito en el Registro Nacional de Sitios Históricos (National Register of Historic Places).

Vinieron más cambios.

La ciudad creó el primer Comité Histórico de Tucsón (Tucson Historical Committee), que con el tiempo se convirtió en comisión. Las asociaciones de vecinos se formalizaron para proteger y preservar sus historias. Y algunas barreras que separaban al gobierno de la ciudad y a la comunidad mexicoamericana se derribaron.

En 1975, ella ayudó a coordinar la celebración del bicentenario de la ciudad. Un año después fue galardonada como la Mujer del Año, la primera mujer mexicoamericana, y recibió el Premio por una Vida de Logros (Lifetime Achievement Award) de la YWCA.

En su extenso trabajo cívico, que realizaba por largas horas, incluso arriesgando su salud, había otro elemento además del entusiasmo adquirido en casa por preservar la herencia histórica y cultural de los barrios de Tucsón y meterse a las negociaciones con el poder: la justicia.

"Todo eso fue injusto", dijo.

Ernesto "Neto" Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo al (520) 573-4187 o en netopjr@azstarnet.com.

My love and appreciation for Tucson comes from my family. My Tucson-born mother and Mexican immigrant father each have helped shape my appreciation for nuestro pueblo, including its blemishes and faults.

However, I have another family member who has influenced me more deeply: my aunt Alva Bustamante Torres. My tía, my mother's eldest sister, not only expressed her love for our hometown but she fought to preserve its valuable history.

Sunday, April 7, on the University of Arizona campus, Las Doñas of Los Descendientes del Presidio de Tucsón honored my tía "whose efforts in our community on behalf of historic preservation have been extensive."

Tía Alva, now 80, helped spearhead the community effort to preserve downtown's Plaza de la Mesilla, commonly known as La Placita, which had faced the bulldozers' blades, the ones that razed the downtown barrio in the late 1960s. She also helped lead the effort to halt the construction of the Butterfield Route, a proposed downtown parkway that would have torn through Armory Park, and barrios Viejo and El Hoyo, taking along with them El Tiradito, a culturally historical site on South Main Avenue.

From her efforts and of others, came the creation of historical zoning and regulations, recognition of neighborhood associations and the establishment of civic committees to advise local government on historical preservation.

"She would mobilize resistance to the ongoing urban renewal and to further redevelopment projects that threatened to destroy historical structures vital to Tucsonenses' sense of history and collective memory," wrote Lydia R. Otero in "La Calle," her 2010 book published by the UA Press on the systematic destruction of Tucson's historical commercial and residential barrio.

Tía Alva and my mom grew up on South Scott Avenue, next to the Temple of Music and Art, a couple of blocks east of the barrio, They and my grandparents shopped in its many stores, dined at El Charro when it was on West Broadway and watched Spanish-language movies at El Cine Plaza.

The barrio was a polyglot home and business center for Tucson's diverse communities. Sonoran-row adobe homes for more than 100 years lined its streets.

But Tucson's political and business elite wanted the barrio gone. To them it was a blight. It did not represent the white washed Tucson that city leaders wanted to project to outsiders.

For tía Alva, the barrio's destruction was a travesty. It tore out the heart of Tucson's rich history.

"This was like my family," said my aunt as we talked in her Armory Park home. "I could see what they were doing."

While she and a small band of like-minded Tucsonenses in La Placita Committee could not stop the barrio's demolition, they managed to save the gazebo that sits at the center of La Placita Village, at the southwest corner of Broadway and Church.

A few years after the barrio's removal, tía Alva and the committee joined residents to stop the Butterfield Route. Their efforts resulted in getting El Tiradito placed on the National Register of Historic Places.

Other changes continued.

The city created the first Tucson Historical Committee, which eventually became a commission. Neighborhood associations were formalized to protect and preserve their histories. And some barriers separating city government and the Mexican-American community came down.

In 1975 she helped coordinate the city's bicentennial celebration. A year later, she was honored as Woman of the Year and was recipient of the YWCA Lifetime Achievement Award.

In her long civic work, which she undertook for long hours, risking her health, there was another element in her home-born zeal to preserve Tucson's barrios, history and cultural legacy and to take on the power brokers: fairness.

"It was all unjust," she said.

Ernesto "Neto" Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo al (520) 573-4187 o en netopjr@azstarnet.com


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