Durante varios meses, desconcertada, con miedo y pensando en la muerte, Agnes Uwamahoro caminó por la dura tierra de El Congo a Uganda. Ella y los demás refugiados que la acompañaban caminaron a ciegas, sin agua y sin comida.

Cuando llovía, levantaba su cara y abría la boca para absorber las preciadas gotas.

“No podía ni moverme”, dijo Uwamahoro.

Había vivido en la República Democrática de El Congo, en África Central, por dos años. Llegó ahí en 1994 con su madre y cuatro hermanos huyendo de Ruanda, donde el genocidio marcó una brutal guerra civil a principios de los noventas.

Pero la violencia los alcanzó en El Congo. Su madre y sus hermanos fueron asesinados, lo que la obligó a huir de nuevo. En los siguientes años, se vio forzada a buscar refugio en otro país y la muerte le arrebató a otro ser querido.

El pasado viernes 11 de septiembre, rodeada por decenas de personas cargando martillos y cascos para la construcción, conocí a Uwamahoro, de 41 años de edad.

Ella también traía uno de esos cascos. Llevaba un cinturón para herramientas de carpintero.

Había tomado un descanso después de estar clavando madera para el marco de una casa de Habitat for Humanity en Tucsón.

Habitat for Humanity empezó la construcción de cuatro casas en el barrio de Sunnyside ese viernes. Era el Día de la Construcción de Libertad anual de Habitat para conmemorar las vidas perdidas en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001.

Desde el año 2002, más de siete mil voluntarios de Tucsón se han reunido en ese día de servicio social.

“Es muy emocionante que podamos sostener esto”, dijo T. VanHook, directora ejecutiva de Habitat, mientras hablaba en medio de los martillazos y serruchazos en la subdivisión Copper Vista II, cerca de East Drexel Road y South Park Avenue.

Habitat, el primer afiliado del grupo nacional localizado al oeste del Río Mississippi, está celebrando 35 años en Tucsón. En este tiempo han construido casi 400 casas, dijo VanHook.

Las familias que son seleccionadas para ser dueñas de una casa deben de contribuir con el “sweat equity” (o “inversión en sudor”), que equivale a 250 horas de servicio para la construcción de una casa. Quienes recibirán una casa también deben pagar un anticipo y tomar clases para propietarios antes de empezar a pagar su hipoteca.

Uwamahoro, quien ha cumplido casi la mitad de su cuota de sudor, tiene la esperanza de que una de las cuatro casas nuevas sea para ella y sus dos hijos pequeños.

“En mis oraciones, le pido a Dios que me dé un lugar estable para vivir”, dijo.

Fue el 4 de septiembre de 2013 cuando Uwamahoro y sus dos hijos llegaron a Tucsón desde Malawi, un pequeño país al sudeste de África. La Comunidad de Servicios Católicos del Sur de Arizona, a través de su programa para el reasentamiento de refugiados, trajo aquí a la familia, poniendo fin a 19 años de huídas.

Ella y sus hijos eran refugiados en Malawi, donde no tenía permiso de trabajo ni derechos legales. En Malawi tampoco tenían esposo ni padre.

Después de que Uwamahoro hizo su desgarradora huída a Uganda, siguió hasta el país vecino de Kenya, en el año 2000. Un año después, se casó con un refugiado de Malawi. Él trabajaba en el programa de refugiados de las Naciones Unidas en Tanzania, a donde se mudaron.

El esposo de Uwamahoro regresó a Malawi para continuar su trabajo con refugiados. Un mes después de que su hijo pequeño nació en enero del 2005, ella y los niños realizaron el viaje de tres días para reunirse con su esposo.

Pero cuando llegó a la capital de Malawi, su esposo estaba muerto. Dijo que su muerte fue sospechosa. Ella no supo la causa de la muerte. No hubo investigación ni autopsia.

Una vez más, Uwamahoro retomó su vida como refugiada. Ella y los niños vivieron una vida incierta en un campamento. Mientras estaban en Malawi, ella solicitó la reubicación a través del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas, cuya oficina ayuda a reubicar a refugiados provenientes de conflictos globales, como la crisis actual europea.

“Yo sé lo duro que es perder tu casa y tu país”, dijo.

Después de ocho años de espera, la agencia de la Naciones Unidas aprobó su reubicación en Estados Unidos. Ella y sus hijos se subieron a un avión y aterrizaron en Tucsón.

Ella ha pasado la mitad de su vida como refugiada.

Uwamahoro y sus hijos viven en la casa transicional de Pío Décimo, atendida por Servicios Sociales Católicos, en el Barrio Santa Rosa, al sur del centro de la ciudad. Los niños, que ya tienen 12 y 10 años de edad, van a las escuelas magnet Safford K-8 y Drachman Montessori K-6. Su madre tiene dos empleos cuidando enfermos y el sueño de convertirse en enfermera.

A pesar de todo, ella tiene fe en Dios después de haber sobrevivido a su largo y duro calvario. Lamenta mucho las muertes de su familia y de su esposo, pero ella y los niños tienen futuro. Tienen algo en qué sostenerse.

“No he perdido la fe”, dijo Uwamahoro.


Become a #ThisIsTucson member! Your contribution helps our team bring you stories that keep you connected to the community. Become a member today.

Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187. En Twitter: @netopjr