La básica, frecuente y dura premisa de Death Wish (Michael Winner, 1974) fue, seguramente, la que hizo que la cinta tuviera un éxito inmediato, porque materializó uno de los deseos más evocados por el ciudadano común que se la vive quejándose de la inseguridad: dispararle él mismo a los delincuentes y salir impune de su acto.

El filme, por cierto, fue el primero de una saga conformada por cinco capítulos que repitieron, con algunas variantes, la misma trama que le dio al legendario Charles Bronson uno de sus roles más emblemáticos.

La película se unió al grupo de otras que se dieron el gusto de ajusticiar malhechores a diestra y siniestra, como en Dirty Harry (1971), Taxi Driver (1976) entre otras, mismas que no han dejado de estar presentes en la cartelera; ahí están The Brave One (2007), John Wick (2014) Prisoners (2013) y Death Sentence (2007) como ejemplos recientes.

Por cierto que esta última (la excelente y efectiva Death Sentence) fue escrita por el mismo autor de Death Wish (Brian Garfield) quien, preocupado porque la adaptación al cine de su libro parecía promover que el ciudadano común se convirtiera en justiciero, creó otra para parar en seco el impulso con una historia que expuso de manera cruda las terribles consecuencias de buscar justicia por propia mano.

Por lo anterior, resulta incluso extraño que no haya salido a la luz antes el reboot, el cual le pasó la estafeta a Bruce Willis como el vengador anónimo de la época actual y a Eli Roth (Cabin Fever, Hostel…) la responsabilidad de plasmarla detrás de la cámara.

Con guion de Joe Carnahan (a quien habría preferido como director), el remake de Death Wish (2018) nos cuenta la severa transformación que vive el Dr. Paul Kersey (Willis) luego de sufrir en carne propia la criminalidad que vive su ciudad.

El episodio que detona este profundo cambio se da cuando la delincuencia urbana hace acto de presencia en el propio hogar del pacífico cirujano cuando Lucy, su esposa (Elisabeth Shue) y Camila (Jordan) son atacadas de manera extremadamente violenta; lamentablemente Lucy no logra sobrevivir al incidente.

Será a partir de la negligencia y apatía de la policía que Paul decide armarse (ya ven lo fácil que resulta eso en EE. UU.) y vengar la afrenta, cazando uno por uno a los causantes del crimen. Es de esa manera que el personaje cambia de pronto de rol: de víctima pasa a ser el victimario.

Pero eso es sólo el inicio de su aventura justiciera ya que, aprovechando su posición en la sala de emergencia del hospital donde labora, a donde suelen llegar víctimas de crímenes por montones, Paul comienza a tomar nota de otros posibles objetivos.

Sus acciones, como era de esperarse, no pasan desapercibidas en esta era moderna de redes sociales y medios de comunicación que viven de crear tendencias amarillistas, así que el público comienza a hacer lo que mejor sabe: tomar posturas recalcitrantes en donde, mientras unos apoyan los actos del protagonista, otros los condenan.

¿Será que los ciudadanos necesitan armarse para defenderse o sentirse seguros? ¿O será éste sólo un pretexto más que alguien espera para pasarse con justificación al lado violento de la sociedad?

Completan el elenco Vincent D’Onofrio como el hermano de Paul, Dean Norris en el papel del detective Kevin Raines y Ronnie Gene Blevins como Joe.

Hasta la próxima.


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