Ernesto Portillo Jr./LA Estrella de Tucsón Los santuarios y rituales son una característica de nuestra cultura.
Ernesto Portillo Jr./LA Estrella de Tucsón Tan sólo una pequeña cruz representa un altar para quien vive un duelo.
Ernesto Portillo Jr./LA Estrella de Tucsón Esther G. Castro fue recordada en Pascua por algún ser querido que decoró su altar.
Ernesto Portillo Jr./LA Estrella de Tucsón Uno de los varios altares que se encuentran en los nuevos senderos del Cerro de la “A”
Me pregunto quién fue Esther G. Castro. Y cómo habrá sido Oscar Elías.
Dos personas desconocidas, pero ciertamente no para sus familias o para algún ser cercano que hizo un pequeño pero visible esfuerzo por recordarlos de una forma peculiar: Castro y Elías son conmemorados con dos pequeños altares en las nuevas rutas para caminar en el Parque Sentinel Peak.
Una pequeña cruz de madera café lleva el nombre de Elías y los años en los que vivió, de 1933 al 2012. A unos cuantos metros de distancia, el nombre de Castro y los años 1940-2001 están impresos en un pequeño corazón amarillo ensartado a un ramo de flores de plástico blancas, rosas y amarillas al pie de un saguaro que parece un centinela. Pegada está una gastada canasta de pascua amarilla.
Este tipo de homenajes son hitos culturales visibles en nuestro paisaje del Sur de Arizona. Los monumentos orgánicos se ven en todas las formas, colores y tamaños. Están las “bicicletas fantasma”, las coronas de muertos y las cruces que marcan el lugar exacto donde alguien murió. Algunos de los altares también representan el cumplimiento de una manda, una promesa hecha por el vivo al muerto.
Los santuarios del Cerro de la “A” y todos los demás son parte de nuestros “genes rituales”, dijo Maribel Álvarez, antropóloga, folclorista y profesora asociada del Centro del Suroeste de la Universidad de Arizona.
Desde tiempos antiguos, la gente ha marcado sitios públicos, dejado huellas y contado historias de nuestra humanidad, dijo Álvarez, quien también es directora de programación del festival anual Tucson Meet Yourself.
Desde las pinturas rupestres, los petroglifos hasta los santuarios a la orilla de las carreteras existe un hilo conductor universal. “Es algo innato… muy común en la naturaleza humana”, dijo.
No pasó mucho tiempo antes de que estos discretos altares aparecieran en la nueva adición al Cerro de la A. Los senderos, dos ramadas y carteles explicativos de la historia del Sentinel Peak se instalaron el verano pasado como parte de las mejoras al parque en el lado sur del cerro, las cuales costaron 320 mil dólares.
Además de los altares a Castro y a Elías hay un tercero, pero no está dedicado a alguien en particular. Es un barril de metal verde, parecido a los botes de basura que hay en los parques públicos. El santuario dentro del barril está parcialmente incrustado en la tierra y cubierto por rocas volcánicas negras. Flores de plástico y un rosario negro lo adornan. Una veladora parcialmente consumida con la imagen de Cristo se apoya en un rincón rocoso.
Desconozco si el Cerro de la “A”, considerado el lugar donde nació Tucsón, era un sitio especial para Elías y Castro. Quizá sus casas se podían ver desde ese punto del territorio tucsonense, que el ayuntamiento adquirió en 1928.
Álvarez dijo que levantar altares es una función práctica de la gente que los crea, especialmente cuando están afligidos. Es una manera de exteriorizar el dolor interno ante una pérdida. También es una expresión pública del gozo por la vida que vivió la persona fallecida, agregó.
“Es algo único aquí. Lo hacemos con estilo, con gusto, con ganas”, dijo Álvarez.
Y aunque los altares están impregnados de nuestra cultura e historia regional, algunos reflejan un aspecto religioso que en ciertos casos crea fricción.
En junio del año pasado, una organización de Wisconsin le pidió al ayuntamiento que retirara un altar de la Virgen de Guadalupe que está en un nicho en la ladera sureste del Cerro de la “A”.
La Fundación por la Libertad Religiosa argumentaba que permitir la estancia de ese santuario, que ya lleva ahí dos décadas y que fue instalado por un tucsonense, constituía un aval religioso por parte del ayuntamiento, puesto que el cerro es propiedad de la Ciudad. La presencia de ese altar abriría la puerta a otros símbolos religiosos en espacios públicos, afirmaba la Fundación.
El ayuntamiento respondió que el altar a la Virgen de Guadalupe no sería removido porque no representaba ninguna amenaza a la seguridad o a la salud pública.
La concejal Regina Romero, cuyo Distrito 1 incluye al Cerro de la “A”, dijo que el ayuntamiento respeta estos símbolos de nuestra cultura e historia. Los santuarios reflejan algo más que creencias religiosas. Nos reflejan a nosotros mismos.
Los altares son un maridaje de tradiciones transmitidas a lo largo de la historia y traídas de todos los rincones del mundo.
“Son parte del lugar donde vivimos”, dijo Romero.