Por Perla Trevizo

La Estrella de Tucsón

La frontera de Arizona con México es desierto, humedales, montañas escarpadas y ciudades que dependen de su vecino del Sur.

Tiene ríos que fluyen al Norte, una reserva indígena del tamaño del estado de Connecticut y algunas de las más grandes y remotas áreas silvestres de la nación.

Aproximadamente el 70 por ciento de la frontera del estado es conocida como el Sector Tucsón, el cual incluye siete montañas que alcanzan miles de metros de altura.

A los ojos del jefe del Sector Tucsón de la Patrulla Fronteriza, Paul Beeson, “Doscientas sesenta y dos millas quizá no parezcan muchas, pero cuando vas ahí y ves la aspereza, las montañas escarpadas, la densidad de la maleza, todo lo que hay en este lugar, no es una zona libre de problemas”.

Las detenciones en el sector ahora son las más bajas que ha habido desde 1991, pero se desconoce cuántas personas cruzan por ahí. La creciente seguridad en las áreas urbanas orilló el tráfico de personas hacia lo más inhóspito del desierto, donde hay menos vallas y el terreno es por sí mismo la barrera internacional.

Conforme el tráfico se dificulta con más valla de metal, más agentes y más tecnología, las líneas que separan el contrabando de humanos del de drogas se difuminan. El Cártel de Sinaloa, una de las células de narcotráfico más notorias del mundo, tomó el control.

La gente que vive en áreas remotas de la frontera ya no ve numerosos grupos de personas atravesando el terreno, tampoco se observan carros repletos de gente. Ahora la gente cruza en grupos pequeños, muchas veces con vestimenta de camuflaje y con unos botines con suela de alfombra para no dejar huellas.

Tráfico diario

Francine Pearl José vive a menos de 8 km de la frontera en la Reserva Tohono O’odham, al suroeste de Tucsón.

Su vecino más cercano está a más de 6 km (4 millas) de distancia. Por lo general están solo ella y su sobrino cuidando el ganado.

Desde que el tráfico empezó a desplazarse hacia el corredor del oeste a mediados de los noventas, dice Francine José, su propiedad ha sido invadida.

Al principio, dice, había “muchos carros. Era terrible, porque a veces iban rapidísimo”. En varias ocasiones estuvieron a punto de sacar del camino a su papá.

Pero eso se acabó cuando se instalaron tres tipos de cercos diseñados para evitar que los vehículos se metieran a la reserva Tohono O’odham, a lo largo de 120 km (75 millas) de la frontera con México.

Ahora, sin embargo, lo que más ve es a gente a pie.

“Cuando llegué esta mañana vi esas botellas, a un tipo por aquí y a la Patrulla Fronteriza llevándoselo en sus bicicletas”, dice, señalando los dos jarros negros de agua.

“Casi a diario viene alguien. Es algo a lo que ya prácticamente estamos acostumbrados”.

En el desierto, los agentes encuentran botes de gasolina, llantas de repuesto y bolsas de cemento que caen desde los carros que van de un lado a otro a través de la frontera, llenos de cientos de kilos de basura en una dirección y después remplazada por personas o drogas en el otro sentido.

Arizona funciona como el centro primario de distribución de drogas hacia Estados Unidos. Aunque la mayoría de la heroína y las metanfetaminas pasan por los puertos de entrada (las garitas), la mariguana generalmente es cruzada por el desierto. El Sector de Tucsón es responsable de la mitad de la mariguana decomisada por la Patrulla Fronteriza en el suroeste del país.

José señala el tanque de agua de 12 metros (40 pies) de altura detrás de su casa como un posible punto de referencia para el tráfico.

“Quizá ellos lo ven y les dicen que sigan hacia él”, dice.

A ella no le gustan las armas de fuego, pero ha tenido que armarse. Su casa constantemente era forzada para meterse en ella hasta que puso rejas en las ventanas y una puerta de fierro.

En un par de ocasiones, grupos de hombres que se veían como drogados se brincaron a la caja de su pick up en busca de un aventón hacia el Sur.

Nunca le ha pasado nada a su familia, pero los incidentes violentos de grupos robando a los cárteles están aumentando. En mayo, en un distrito cercano, un hombre envuelto en un enfrentamiento entre contrabandistas y un grupo que huía recibió dos balazos en la rodilla.

Tendencias cambiantes

No todo el tiempo ha sido así. A mediados de los ochentas y principios de los noventas el tráfico se concentraba El Paso y San Diego, donde era más fácil para la gente cruzar y subirse a la autopista.

El gobierno federal decidió reforzar la seguridad en esas áreas y detener el flujo. Funcionó, pero a costa de Arizona.

Para mediados de los noventas, los agentes de Nogales estaban realizando más de 100 mil detenciones al año.

En el primer mes del año fiscal 1996, los agentes de Douglas realizaron 67 arrestos, más que todas las detenciones del año fiscal anterior en todo el Sector Tucsón.

La respuesta oficial fue instalar altas vallas pedestres cerca de las ciudades, donde los agentes tienen minutos o segundos para detener a los inmigrantes antes de que salten a un carro o corran a una casa y los pierdan de vista.

Como resultado, los contrabandistas huyeron hacia áreas con menos seguridad, y las detenciones y las muertes se incrementaron en lugares desolados como la Nación Tohono O’odham y en terrenos públicos.

Para 1998, el Sector Tucsón era el más activo del país.

Había carros atravesando y dañando el sensible ambiente. Crecieron cerros de basura. Al poco tiempo, miles de agentes perseguían a quienes cruzaban y creaban nuevos caminos.

Diez años después de la Ley de Valla Segura, que obligó al gobierno federal a construir la valla fronteriza en más de 1,100 km, el 80 por ciento de toda la frontera de Arizona tiene algún tipo de barrera.

El cerco de acero cruzado a la altura del pecho se utilizó en áreas rurales donde los carros pesados eran la principal preocupación. Los barrotes de acero estilo Normandía se instalaron cerca de ríos para permitir el flujo del agua.

Pero el mismo terreno que el gobierno pensó que desanimaría a la gente de intentar hacer el viaje también ha hecho la frontera más difícil para instalar la valla y patrullar. Alrededor de 106 km (65 millas) en Arizona –80 (49 millas) de ellos en el Sector Tucsón– no tienen más barrera que un alambre de púas o las montañas.

LA VIDA DE UN RANCHERO

Jim Chilton tiene un rancho de 20,234 hectáreas que incluye un estrecho rincón de la frontera entre México y Arizona en el Valle de Altar.

Cuando él y su esposa, Sue, no están en Washington testificando o reuniéndose con miembros del Congreso, están afuera checando la pastura y el ganado.

Con regularidad les muestran a los medios la porosa frontera cerca de ellos.

Su casa queda a dos horas en carro de la línea internacional –a sólo unos 16 km, pero de un terreno empinado y sinuoso y con caminos en mal estado.

“Lo conozco de pies a cabeza”, dijo el ranchero de quinta generación. “He manejado por este camino miles de veces”.

Maneja hasta el punto donde sus tierras comparten unos 8 km con México. Menos de 1.5 km tienen barrotes Normandía; el resto es una valla de alambre de púas de cuatro hilos.

“¿Te das cuenta qué tan fácil es pasar por la valla? Hasta una persona de 77 años puede hacerlo fácilmente”, dice mientras pasa a gatas por debajo del alambre levantado.

La valla termina al oeste del Puerto de Entrada Mariposa, a medida que va descendiendo hacia un profundo cañón. Se reanuda a unos 40 km al oeste, cerca de Sasabe.

Aquí no hay señal para teléfonos celulares, incluso la radio comunicación es deficiente. Un helicóptero puede sobrevolar el área donde un par de agentes están hablando y es imposible que se escuchen entre ellos. No muy lejos de aquí, el agente de la Patrulla Fronteriza Brian Terry fue asesinado en el 2010 en un cañón remoto por donde su equipo pasó ante un grupo armado.

Chilton siempre lleva consigo un rifle y una escopeta.

“He visto a espías de los cárteles aquí y en aquella montaña de allá viéndonos”, dice, mientras camina el último tramo hacia la frontera con sus botas, su sombrero y su chaleco de cuero negro.

Los ganaderos de este rumbo hablan de robos, de haber hallado paquetes de mariguana en su propiedad, de correr a los drogueros, como los llaman, y de inmigrantes desaparecidos o ya muertos.

Las cámaras de Chilton, que se activan con el movimiento, con frecuencia captan a pequeños grupos de hombres, generalmente avanzando hacia el sur y algunas veces armados.

“Aquí están los binoculares que esos drogueros dejaron”, dice Chilton mientras se baja de su camioneta. “Ellos me estaban viendo a mí con ellos”.

A pesar de todos los encuentros, nunca ha tenido que usar su rifle. Lo último que quiere un traficante es llamar más la atención por matar a un ranchero, como lo ocurrido después de que fuera baleado Robert Krentz, del vecino Condado Cochise, hace seis años. El caso sigue sin ser resuelto.

Desde la perspectiva de Chilton, los agentes deberían estar más cerca de la frontera. Deberiá de haber un camino hacia el Este y el Oeste a lo largo de la línea internacional, en el cual la Patrulla Fronteriza está trabajando, dice Beeson, de la misma agencia. Beeson resaltó que el 75 por ciento de los arrestos en el Sector Tucsón se realizan a 32 km de la frontera. Se necesitaría 22 mil agentes sólo para el Sector Tucsón si todos estuvieran estacionados junto a la línea, dice.

A Chilton le gustaría ver un muro para que fuese más difícil para los contrabandistas de drogas el pasar sus cargas, pero sabe que eso por sí solo no resolvería el problema.

Su vecino, Lyle Robinson, ganadero y veterinario local, dice que él quiere por lo menos la barrera vehicular que tiene la reserva de los Tohono O’odham.

“Cuando ellos van de la frontera a mi propiedad, cortan cuatro cercos míos”, dice. “Quiero un buen cerco que mantenga dentro a nuestro ganado”.

Ambos ganaderos quieren una base de operaciones avanzadas pegada a la frontera en la que los agentes duerman y trabajen por varios días. Chilton incluso propuso rentarle a la Patrulla Fronteriza 10 acres de su terreno por 1 dólar al año.

El sector tiene cuatro bases, y eso es todo lo que necesita por ahora, dice Beeson. Además, la falta de caminos e infraestructura en el área no se presta para una base.

Los ganaderos también quieren más tecnología en la frontera. Hay varias cámaras fijas en el área, entre ellas una en Ruby Road, no muy lejos de la casa de Chilton, pero en todo el rededor hay colinas y arroyos con densa vegetación.

“Mira a tu alrededor”, dice Chilton. “¿Pueden decir que hay alguien moviéndose por ese camino? Los cárteles saben exactamente por dónde caminar para que las cámaras no los vean”.

Y más allá de todo eso, los rancheros del área dicen que quieren un programa de trabajadores temporales que les permita a los inmigrantes cruzar la línea para venir a trabajar y después regresarse a su casa.

UNA VISTA DESDE ARRIBA

Sobre las montañas y vastas extensiones planas, los helicópteros y aeronaves no tripuladas funcionan mejor.

“Desde aquí puedo verlo todo”, dice Michael Montgomery, supervisor de operaciones en el área de Tucsón de Operaciones Aéreas y Marinas de Aduanas y Protección Fronteriza, mientras vuela sobre la reserva.

A principios del verano de este 2016, un helicóptero ubicó a 10 hombres presumiblemente narcotraficantes escondidos a un lado de la montaña en la parte occidental del Monumento Nacional Organ Pipe Cactus. Sin el helicóptero, les habría tomado horas a los agentes llegar hasta ahí.

Organ Pipe tiene torres, decenas de camiones de la Patrulla Fronteriza y una base de operaciones avanzadas cerca de la frontera, pero el trecho entre él y el Refugio Silvestre Cabeza Prieta (Cabeza Prieta Wildlife Refuge) es uno de los más brutales y desolados del país.

No muy lejos de aquí, 14 inmigrantes fueron hallados en mayo de 2001 un día en el que las arenas del desierto llegaron a 130 grados Fahrenheit. Estaban a 40 km de la frontera; la carretera más cercana estaba a 80 km de donde el coyote los dejó.

El año pasado, 15 cuerpos fueron recuperados de Cabeza, también cubierto por el Sector Yuma, dice Sid Slone, gerente del refugio.

En algunas áreas la frontera está a menos de 2 km, pero apenas sales del carro y empiezas a caminar todo se ve igual. No hay manera de hacer una caminata rápida, pues a cada tantos pasos la pierna se hunde hasta la rodilla.

El clima también es engañosamente despiadado. Una brisa fresca y alguna nube rápidamente se alejan dejando un calor sofocante.

Un día en junio, cuando la temperatura de tres dígitos rompió récord, todas las ramas de Aduanas y Protección Fronteriza –la Patrulla Fronteriza, la Oficina de Operaciones de Campo y Operaciones Aéreas y Marinas– trabajaron juntas para atender casi una docena de llamadas al 911 de gente que quería entregarse y pedir ayuda. La mayoría fueron desde Cabeza y Organ Pipe.

Para ese momento, los inmigrantes ya habían caminado unos 100 km tan sólo del lado estadounidenses. Mucas veces se quedan sin comida ni agua, ante la imposibilidad de llevar suficiente para un viaje de narios días.

Desde 2001 se han encontrado casi 2,500 restos en el sur de Arizona.


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