Salma Hayek en una escena de “Beatriz at Dinner”. El filme, dirigido por el puerto riqueño Miguel Arteta, fue parte de la selección oficial del Festival de Cine de Sundance 2017.

Habrá quienes digan que Salma Hayek no es buena actriz, que nunca se ha quitado de encima su histrionismo telenovelero (recordemos que saltó a la fama con Teresa, melodrama producido en Televisa) y que su éxito se debe más a la enjundia con la que aborda cualquier actividad que a su propio talento.

Digan lo que digan, la verdad es que la veracruzana ha sabido venderse muy bien en Hollywood, a tal grado que ha levantado proyectos de gran envergadura (ahí está Frida como prueba) y que estuvo por varios años ubicada como un sex symbol latino importante, rivalizando con Jennifer López, Eva Mendes, Penélope Cruz, etc.

Cómo olvidar las curvas que mostró en “From Dusk to Dawn” (Robert Rodríguez, 1996), los suspiros que arrancó con su desnudo en “Desperado” (Robert Rodríguez) o incluso la decidida campaña que realizó para ganarle la batalla a Jennifer López en la carrera por encarnar a la pintora mexicana Frida Khalo, un logro que, sin duda, definió lo que sería el futuro de la popular jarocha.

“Beatriz at Dinner” (Miguel Arteta, 2017), su más reciente trabajo, es una cinta que nos presenta a una Salma todavía muy bien posicionada en Hollywood, con una presencia lo suficientemente importante como para recrear una buena trama y ser, al mismo tiempo, el atractivo para que la gente voltee a ver el producto.

La película cuenta la historia de Beatriz (Hayek), una practicante de medicina holística (sus tratamientos incluyen cuerpo, mente, espíritu y emociones) quien, luego de terminar de dar un masaje a Cathy (Connie Britton), la dueña de una casa elegantísima, se da cuenta de que su auto ya no enciende.

El hecho crea una situación ciertamente embarazosa; por un lado está el que en la susodicha casa se ha organizado, para esa noche, una cena elegante y los invitados están a punto de llegar; por el otro está la pobre de Beatriz, quien no tiene de otra que esperar varias horas para que un conocido suyo pueda pasar por ella.

Es entonces que Cathy, intentando ser atenta, le ofrece amablemente participar en la cena, invitación a la que la pobre de Beatriz, por la situación ya descrita arriba, simplemente no puede negarse.

Este complicado escenario servirá para que se surja, gradualmente, una convivencia que será de difícil digestión para la protagonista (y también para el espectador) debido a los temas que irán aflorando poco a poco: enfrentamiento de clases, discriminación social y racial, snobismo activista y una buena variedad de posturas en todas esas áreas de debate que suelen resultar bastantes sinuosas: política, economía, costumbres, intolerancia, etc.

Es precisamente lo anterior lo que desata lo más sabroso del filme: con todo y que Beatriz es una invitada improvisada, que no ostenta el estatus del resto, que no está vestida para la ocasión y que está en medio de distinguidos miembros de la sociedad, la voluntariosa mujer está lejos de ser de esas que se quedan calladas cuando escuchan algo que les parece indigno.

Muy pronto los ahí presentes (y el espectador, por supuesto) conocerán la fuerte y pintoresca personalidad de la férrea mujer, al mismo tiempo que todos, incluida Beatriz, conocerán un poco más hasta qué punto pueden apasionarse al momento de defender una postura personal.

Completan el elenco John Lithgow, Chloë Sevigny, Amy Landecker y Jay Duplass.

Hasta la próxima.


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