“Richard, te veo a ti y veo tu amor por nosotros. Veo tu amor por nuestro pueblo, sus tradiciones, la historia de nuestra gente, nuestra tierra”.
Así es como inicié mi amorosa carta para el supervisor del Condado Pima Richard Elías, cuya repentina muerte el sábado 28 de marzo sacudió a los tucsonenses. Mucha gente hizo público su dolor colectivo en las redes sociales, rindiéndole homenaje y mostrando su respeto. Expresaron sus despedidas, los duros adioses que salieron de sus corazones. Yo fui uno de ellos.
Lo conocí desde siempre. Su familia y la mía crecieron juntas. Nuestros padres se conocían desde antes de que ambos naciéramos. Lo conocí como esposo, como padre, hijo, hermano y como un orgulloso tucsonense profundamente arraigado.
Su imagen inundó mi atormentada mente. Mis lágrimas llevaban mis recuerdos y el dolor.
Richard, te veo y veo a tu familia, orgullosos contribuyentes de la cultura de Tucsón desde la generación de tus bisabuelos, Francisco Santos Moreno y Elías Moreno. Él estableció El Tucsonense, un periódico en español que narraba y defendía a las orgullosas y trabajadoras, pero aun así rechazadas y despreciadas, comunidades de inmigrantes y mexicoamericanos entre 1915 y principios de los años sesenta. Pero fueron tu bisabula llena de ganas, una pionera empresaria mexicana, y el acero de sus hijos quienes mantuvieron vivo el periódico tras la prematura muerte de tu bisabuelo en 1929.
Te veo y veo a tus ya fallecidos padres, Alberto M. Elías y Viola Banes Elías, quienes los permearon a ti y a tus hermanos, Ana y Albert, y a sus nietos con los inquebrantables valores del corazón, de la compasión. Te escucho hablando de la orgullosa membresía de tu padre en el sindicato y de su compromiso con los trabajadores, sus familias y el bienestar de Tucsón. Y se me sale la risa cuando veo a tu madre manteniéndolos a raya a ti y a tu hermano. Tuvieron suerte de que no les aventara la chancla.
Veo tu amor por tu esposa Emily Velde y por tu hija Luz Elías, quien hizo brillar tu entusiasmo por la vida y te dio motivos. Siento el apoyo y sacrificio de ellas durante tus casi dos décadas de vida política, cuando desinteresadamente dedicabas tus noches y fines de semana a tu ciudad y tu gente.
Richard, te escucho hablar con claridad y convicción en mítines y marchas en apoyo a la mucha gente que tiene tan poco. “Sí se puede”, te escucho gritar, palabras de afirmación que hacen eco de nuestros héroes de ayer y de siempre.
Te veo correteando por el asfalto del área de los juegos de la Escuela Católica All Saints-Cathedral en la Sexta Avenida. Te veo en la preparatoria católica Salpointe, donde se refinaron tus valores fundamentales y donde nació tu activismo social a través de los llamados a la justicia y la igualdad de tus inspiradores maestros Jane y Ron Cruz.
Después, te veo en la Universidad de Arizona, donde se abren tus ojos, tus oídos y tu corazón, y luego en Chicanos Por La Causa, con la ya fallecida Lorraine Lee, donde se forjó tu cruzada por la vivienda digna y accesible.
Richard, te escucho constantemente riendo y veo tu despreocupada cara contraerse con los chistes más simples, dándonos algo de humor cuando más lo necesitábamos. Oigo tus recuerdos y tu risa sobre las escapadas que se daban tú y tu hermano mayor -y a las que sobrevivieron- siguiendo de ciudad en ciudad a The Grateful Dead. Tu amor por la música, especialmente por Santana, Los Lobos, el reggae, el soul y R&B, era interminable.
Y más importante, por lo que te admiro inmensamente, te veo utilizar tu plataforma política en pro de la justicia social y ambiental, para acabar con las desigualdades tan generalizadas. Te veo, Richard, humilde guerrero que rechaza la atención para que la luz brille donde debe hacerlo. Te veo, hermano, with much love y respeto. Resist, siempre.