Blacklab Entertainment

La película no habla de la creación de la célebre arma de fuego, sino de la excentricidad de una viuda llamada Sarah, la accionista mayoritaria de la empresa Winchester, interpretada por la legendaria Helen Mirren.

Ya tocaba hablar de una de terror, uno de los géneros favoritos de quien aquí escribe. Así que no desaproveché la oportunidad en cuanto supe del estreno de Winchester (Michael Spierig y Peter Spierig, 2018). Protagonizada por la ya legendaria Helen Mirren, la cinta me llamó la atención, sobre todo, porque desde niño (gracias a la revista Selecciones del Readers Digest) supe de la existencia de la misteriosa casa a la que se hace referencia y de la cual se ahondará más adelante.

Si el título le suena familiar es por razones obvias, ya que es el mismo de los famosos rifles que fueron tan populares en el salvaje Oeste. Pero esta película no habla de la creación de la célebre arma de fuego, sino de la excentricidad de una viuda llamada Sarah, la accionista mayoritaria de la empresa Winchester que, efectivamente, vendía millones de piezas al año.

Por lo anterior ya se imaginará usted que la cinta pregona en sus avances estar inspirada en eventos reales, lo cual en parte es cierto, pues la casa existe de verdad; ahora que de eso a que por ella se pasearan espíritus malignos y caprichosos que demandaran habitaciones, pasillos, escaleras, salas, ventanas, etc., hay mucho trecho.

La construcción real (que tuvo una duración de 38 años) es ya de por sí un atractivo para su adaptación a cine: 24 mil metros cuadrados de extensión, 160 cuartos, 7 pisos, 476 puertas, 6 cocinas, 52 tragaluces, 2 vestíbulos, 47 chimeneas, 10 mil ventanas, 2 sótanos y 3 ascensores; eso sí, un sólo baño y 2 espejos, pues según solía contar la viuda: “Los fantasmas le temen a su propio reflejo”.

Se dice que la viuda, luego de la muerte de su marido y de su hija Annie, consultó a una médium, la cual le aseguró que estaba maldita por las almas de todos los muertos a causa de la famosa arma que producía su compañía, y que sólo la dejarían en paz si comenzaba la construcción de una inmensa casa, la cual no debería terminar nunca.

Pero mientras para el exterior la construcción no era otra cosa que una locura típica de una excéntrica millonaria, para la propia Sarah el objetivo era algo mucho más serio: ofrecer una especie de asilo/prisión a cientos de almas vengativas y con ganas de hacer pagar a los Winchester.

Puesto ya el majestuoso y anormal escenario, conformado por ventanas que dan a la pared, pasillos que no llegan a ninguna parte y puertas que abren al vacío, ahora sólo hacía falta una viuda misteriosa (Mirren), un escéptico (Jason Clarke), la atmósfera de misterio y, sobre todo, los infaltables pianazos aturdidores cada vez que una sombra cruce la pantalla o aparezca en close up el rostro deforme de algún fantasma; con eso será suficiente para que tiremos las palomitas al aire al brincar de susto en nuestra butaca.

Eso sí, si el nivel de miedo no garantiza ser el máximo, los de actuación, guion y tensión sí lo están; primero por los actores mencionados antes y, segundo y tercero, por los directores/guionistas que tuvieron a cargo el proyecto: los hermanos Spierig. Y es que este par de gemelos alemanes entregaron una joyita de ciencia ficción en 2014 que me dejó con los ojos cuadrados; la cinta, protagonizada por Ethan Hawke, se llama Predestination y su argumento aún me provoca alucinaciones.

Hasta la próxima.


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