Por Cathalena E. Burch

La Estrella de Tucsón

El pasado Día del Padre, algunos papás recibieron una corbata o un kit para fabricar cerveza.

Perfecto León recibió un restaurante.

Durante 23 años, Perfecto León vendió tamales en un carrito del súper afuera de un Safeway.

Ganó el suficiente dinero para apoyar a su esposa y cinco hijos en una casa móvil de tres recámaras y envió a sus cinco hijos a la universidad; la más chica, Judith de la Rosa, de 28 años, planea graduar de la Universidad de Arizona en la primavera de 2018 con una licenciatura en educación.

Esa es la razón por la cual, en 2009, los dos hijos mayores de León pusieron 40 mil dólares para abrir Perfecto’s Mexican Restaurant en el 5404 de S. 12th Ave.

Esa fue su forma de decir gracias.

“Pensaba que sería una buena idea que en lugar de sólo vender los tamales en la calle, los pusiéramos aquí, y yo sé que es un buen cocinero”, dijo José, el hijo mayor de León, con 42 años de edad, en una entrevista en el comedor del restaurante a donde algunos clientes empezaban a llegar por su almuerzo.

“Ese fue siempre uno de sus sueños, tener su propio lugar”, agregó la hermana de José, Angélica Ramseyer, de 38 años.

El otro sueño de Perfecto: dar educación a sus hijos.

Nunca hubo duda de que los hijos de Cruz y Perfecto asistirían a la universidad.

“Es necesario. Cuando graduaban de preparatoria, les decía, ‘tienes que ir’”, dijo Perfecto León, quien tiene 30 años viviendo en Arizona y conserva su acento mexicano.

Perfecto nunca llegó a la preparatoria. Dejó la escuela cuando iba en 5to grado y empezó a trabajar en un restaurante en su natal Nogales, Sonora, para ayudar a la manutención de sus seis hermanos.

Trabajó en restaurantes durante su adolescencia y su década de los 20 años, se casó y formó una familia de dos hijos y tres hijas. En 1990, cuando su hijo de en medio, Abel, entonces de 8 años de edad, se enfermó, la familia entera dejó atrás sus raíces en busca de una mejor atención médica para el niño. Cuando Abel se mejoró, se quedaron aquí, en el sur de la ciudad y forjaron una vida muy sencilla centrada en un solo factor: la familia.

Perfecto y Cruz, quienes se hicieron ciudadanos norteamericanos hace dos años, decidieron vender tamales porque de esa forma podían trabajar desde casa y estar con sus hijos. Perfecto los llevaba a la escuela –hubo una época en la que llevaba y recogía hijos de dos preparatorias y una primaria-, mientras que Cruz era la encargada de la casa, asegurándose de que eso fuera una prioridad por encima de todo.

Toda la familia trabajaba cada semana para hacer los tamales de elote y los de chile colorado; los niños pelaban los elotes y separaban las hojas mientras mamá preparaba la deliciosa carne con chile colorado y el chile verde para los tamales de elote.

“Nosotros casi no comíamos tamales”, recordó Ramseyer. “Nos comíamos la carne que quedaba, pero no los tamales”.

Perfecto se encargaba de la distribución, es decir, de llenar un carrito del súper con cientos de tamales y venderlos en frente del Safeway durante cuatro horas cada día, cuatro veces a la semana. Le decían “El Señor de los Tamales” y generalmente vendía entre 150 y 200 docenas por semana, pero muchas más en época navideña. La mayoría de los días, ya había una fila de clientes esperándolo cuando llegaba.

Al principio vendía la docena de tamales por 6 dólares –después subió hasta 14- y su esposa manejaba las apretadas finanzas familiares. Perfecto dijo que su esposa se aseguraba de que se ajustaran a un presupuesto que dejaba un poco de espacio para imprevistos o incluso para ahorrar.

Cuando José egresó de Sunnyside High School uno años después de mudarse a Tucsón, Perfecto y Cruz hicieron cuentas y decidieron que podían arreglárselas para mandarlo al Colegio Comunitario Pima.

“Nos decía, ‘tú dedícate a estudiar en el colegio, yo voy a pagar”, dijo Ramseyer. “Quería que tuviéramos lo que él no tuvo”.

Las clases en la década de los noventas costaba una fracción de lo que cuesta ahora, dijo Perfecto, y gracias a eso fue posible enviarlos a estudiar.

Cuando Ramseyer graduó de Cholla High School unos años después, ella siguió a su hermano José a Pima con la misma consigna de su padre: La escuela es la prioridad. Más allá de ayudar con el negocio de los tamales, los niños no trabajaron mientras iban a la escuela.

Después del Pima, José fue a la Universidad de Arizona, de donde graduó como ingeniero. Después Ramseyer terminó la carrera de justicia criminal. Le gustaba la idea de seguir en la escuela de abogacía –de la cual Perfecto decía que él encontraría la forma de pagarla- pero se sentía feliz trabajando como paralegal.

Todos los demás hermanos fueron también a Pima por dos años y después a la UA, y Perfecto los llevaba a cada uno, todos los días.

“Nos llevaba en su carrito chiquito y hacía un escándalo cuando nos recogía”, dijo Ramseyer, provocando la carcajada de José y de la Rosa. “Nos pitaba desde media milla de distancia. Lo hacía muy divertido. Todo mundo sabía que nuestro papá había llegado por nosotros”.

De la Rosa (la hija menor) obtuvo tres diplomas asociados en el Colegio Pima antes de transferir sus estudios a la UA. Cuando se inscribió en el colegio después de la preparatoria, no tenía idea de qué quería estudiar. Terminó en educación, siguiendo los pasos de su hermana Ana Midgette, de 35 años de edad, quien es maestra en Oklahoma. Abel se graduó como licenciado en administración y después obtuvo un diploma en entrenamiento ministerial por el Colegio Bíblico Rhema de Oklahoma. De la Rosa dijo que además su profesión de tiempo completo en la administración de empresas, su hermano planea abrir una iglesia en este año.

Fue Abel quien fundó el restaurante en South 12thAvenue, en el 2009. Él y su hermano José habían soñada con compensar a su padre con un lugar propio y Abel decidió buscar restaurantes de venta en Craiglist. Ahí fue donde lo encontró.

Todos los hermanos se comprometieron a ayudar.

“Al principio fue mucho trabajo”, dijo José.

De la Rosa trabaja de tiempo completo durante el verano; Ramseyer trabaja los domingos, que es el día más concurrido de la semana gracias a un buffet para después de la iglesia que incluye los populares tamales de Perfecto. Abel maneja la contabilidad mientras que José lleva la administración.

Perfecto pasa unas cuantas horas diarias en la cocina, haciendo la birria, la carne con chile colorado y otras especialidades de la familia. Cuando termina, se convierte en el embajador del restaurante, recorriendo el área de las mesas y platicando con los comensales, muchos de los cuales siguieron al “Señor de los tamales” hasta el local de la Avenida 12.

“Ahora trabajo menos”, dijo Perfecto, cruzando los brazos sobre su pecho y con una sonrisa tan grande que le abarcaba toda la cara.

Toda la familia se sigue reuniendo a hacer los tamales, ahora con un poco de ayuda de los siete nietos de Perfecto y Cruz, quienes van desde los 8 meses que tiene el bebé de Judith a los 17 años del hijo de José.

Hace poco, Joann y Juan Gutiérrez, quienes han comprado tamales por 12 años llegaron al restaurante poquito antes de las 11 a.m. Pidieron menudo rojo, al tiempo en que mucha gente empezaba a llegar.

Joann Gutiérrez dijo que les encanta todo lo que hay en el menú, pero siguen siendo los tamalitos lo que los traen al restaurante.

“Mi hermana fue la que nos presentó al “Señor de los tamales”, dijo Joann Gutiérrez. “Cada Navidad compramos los tamales. Le marcábamos a mi hermana para cerciorarnos de que él estaba ahí y entonces manejábamos desde la Irvington y Campbell hasta la Valencia y Cardinal. Los tamales de elote son los mejores”.

Pero en julio, los Gutiérrez ya no van a tener que manejar tanto. José, quien en un tiempo trabajó para Texas Instruments y ayudó a diseñar componentes para la primera generación del iPhone, abrirá la segunda ubicación del restaurante familiar, Perfecto’s Express, en el viejo Sonic Drive-In del 155 E. Irvington Road. Tendrán una versión más sencilla del menú, sin que falten los tamalitos.

Cuando habla de la segunda sucursal, Perfecto no puede dejar de recordar los días en que vendía tamales en la calle, en un carrito del súper. José dijo que su papá a veces quisiera volver a vender tamales a la calle, aunque sea de vez en cuando.

Hasta la fecha, no sabe cómo se las arregló para ganar el suficiente dinero para mandar a sus hijos a la universidad vendiendo tamales. Lo largaron, es todo lo que puede decir al respecto.

Y aunque de la Rosa dijo que tampoco ella ni sus hermanos pueden responder a esa pregunta, ella cree que hubo intervención divina.

“Mis padres tienen una gran fe en Dios”, dijo. “Ellos creen que su uno tiene fe, Dios multiplicará tus riquezas”.


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