La oficina de Rock Martínez es un viejo pero funcional Mazda verde oscuro de finales de los años noventa. Cuando abrió la cajuela, había dentro varias cajas de pintura en aerosol de todos colores.

“Tengo unas 300 latas aquí”, dijo, con una mezcla de orgullo y vergüenza.

Pero no esperes encontrar pintura negra o blanca en su oficina rodante. El yin y yang de la paleta de colores crean una obra de arte pésima, dijo.

A Martínez le encantan los colores. Colores fuertes, llamativos, que capten las miradas y las mantengan.

Estamos parados a unos metros de un gran mural pintado en una casa particular en el barrio del Mercado San Agustín, en el oeste de Tucsón, a los pies del Sentinel Peak. Frida Kahlo y Diego Rivera bailan y el fondo hay elegantes calaveras y La Catrina.

El mural, que fue encargado por Paolo DeLorenzo, dueño de la casa y uno de los dos constructores de viviendas en el Mercado, es una cascada de colores llena de vibras. Es el más reciente mural de Martínez en Tucsón, el cual terminó el pasado mes de noviembre para la Procesión de Todas las Almas que se realiza cada año.

También se puede encontrar murales de Martínez en Minneapolis, Minnesota; divide su tiempo entre esa ciudad y Tucsón.

“Tomo lo mejor de los dos mundos”, dijo Martínez un día antes de que volara de regreso a Minnesota para pasar allá el fin de semana. Después regresaría a Tucsón para seguir pintando.

“Hago lo que hago. Es todo lo que sé”, dijo.

Originario de Tucsón, criado en el sur de la ciudad y convertido en unos de los muralistas más reconocidos de Tucsón, Martínez, de 37 años, trae las pilas bien puestas. Tiene trabajo pendiente aquí y más en Minneapolis, donde pasa gran parte de su tiempo desde hace tres años, cuando hizo su primer trabajo allá.

Pero no tiene planes de dejar su pueblo. Tiene familia aquí, incluido un hijo. Pero en Minneapolis hay más paredes donde pintar murales y más dinero para el arte. Y más importante, dijo, “ya llegué al tope de lo que puedo hacer por ahora en Tucsón”.

Aun así, con los siete trabajos pendientes que tiene en el Viejo Pueblo, Martínez –quien fue alumno de las preparatorias Cholla y Pueblo– seguirá dejando su huella aquí.

Su mural más grande a la fecha es “Goddess of agave (Cactus people)”, el cual creó con Cristina Pérez, en el Benjamin Plumbing Supply en el 440 N. Seventh Ave. El majestuoso mural de 50 por 54 pies ubicado al norte del centro de la ciudad y que forma parte del programa Arts Brigade Mural, se convirtió de inmediato en un ícono de Tucsón. Es uno de los ocho murales que se pintaron en el centro de la ciudad el año pasado.

“El agregar el exquisito mural de Rocky no sólo ha inspirado y sorprendido a la gente, sino que ha servido de marca territorial y destino. La gente se ha mostrado emocionada de ver cómo el centro cobra vida y de ser recibido por imágenes tan bellas”, dijo Michael Schwartz, presidente de la organización sin fines de lucro Tucson Arts Brigade, la cual patrocina el programa que abarca toda la ciudad. Este programa ha costeado 34 murales, muchos de ellos dentro de vecindarios.

Martínez es artista y muralista. También se llama a sí mismo grafitero escritor. De corazón, él es un artista del grafiti. Se siente orgulloso de su pasado en el grafiti. Aunque sigue habiendo mucha gente que se queja de las paredes alteradas y las considera vandalismo, Martínez defiende su obra de arte.

“El grafiti es el arte que está en el primer plano en este momento”, dijo.

Martínez tuvo su comienzo cuando grafiteó una barda cerca de su casa. Y de ahí empezó, pintó con espray contenedores de basura, paredes, vagones del tren. Era algo ilegal y fue sancionado. Pero se dio cuenta de que si realizaba su obra en el contexto adecuado sería productiva, podía ganar dinero pintando murales en las paredes con la autorización de los dueños.

Recuerda que su primer mural fue en una pizzería en South Sixth Avenue, cerca de West Ajo Way. Ya no está ahí, lo mismo que otros de sus primeros murales. Y él está bien con la idea de que algunas obras de arte serán pintadas o la pared derrumbada.

“Nada es para siempre”, dijo.

Irónicamente, el haber sido ubicado y sancionado por grafitear es lo que lo tiene donde se encuentra ahora: como un muralista con una reputación nacional al alza. Su trabajo también lo ha llevado a otros países.

El año pasado estuvo en México con otros artistas, y fue en la Ciudad de México donde vio la obra del muralista Diego Rivera, cuya extensa obra incluye “Sueño de una tarde de dominical en la Alameda Central”, un amplio mural que decenas de personajes paseando por el parque más grande de la ciudad y reflejando siglos de historia mexicana.

Martínez supo que eso era algo que quería traer a Tucsón. En la casa del Mercado, pintó “Sueño de una tarde dominical en Menlo Park”.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.