Habiendo crecido cerca del fértil Río Santa Cruz, rodeado de huertos, de hileras de cultivo, ganado, caballos y con la vista de las Montañas Santa Rita como si estuvieran al alcance de la mano, Amanda Salcido Castillo tuvo una juventud idílica.

Vivía en el histórico Rancho Canoa, como a 56 km al sur de Tucsón, un extenso terreno propiedad de Levi Manning, empresario y alcalde de Tucsón al principios del siglo 19, y después de su hijo, Howell Manning Sr. En esos días, Canoa era la joya de la corona del sur de Arizona, con sus múltiples construcciones de adobe y donde los Manning criaban ganado y caballos puros.

Los Mannings y su enorme rancho eran conocidos por todo el suroeste.

Pero era una hacienda construida por vaqueros mexicanos que cruzaron la línea con sus familias y cuya labor mantenía las 40 mil hectáreas de tierra del rancho. Ellos eran los Ahumada, los Gallardo, los Murrieta, los Salcido, los López y los Ortiz.

El papá de Castillo, Jesús Salcido, y sus tíos Juan y Francisco Salcido, eran algunos de esos vaqueros.

“Era el rancho de ellos”, dijo Castillo, “pero era nuestra casa”.

Castillo y otros de los que consideraban al Rancho Canoa como su hogar quieren que la gente sepa más sobre las contribuciones de sus familias, no sólo al rancho sino a la vida y economía del sur de Arizona.

“Vinimos aquí y ayudamos a desarrollar esa tierra”, dijo Castillo, nacida en Sásabe, Sonora, al sur del Refugio de Vida Silvestre Buenos Aires. “Queremos asegurarnos de que las familias sean reconocidas”.

Ese reconocimiento llegará en forma de una exhibición permanente en una de las estructuras del Rancho Canoa –la casa donde el congresista Raúl Grijalva y su familia vivían cuando él era niño. El corazón de la hacienda –que durante el periodo de la colonia española era San Ignacio de la Canoa y antes de eso fue casa de indígenas por varios miles de años- ahora es terreno público propiedad del Condado Pima.

Desde el 2001, cuando el condado adquirió mil 942 hectáreas con 2 millones de dólares en bonos aprobados por los electores, el Departamento de Recursos Naturales, Parques y Recreación ha estado restaurando los edificios y convirtiendo el Parque Raúl M. Grijalva de Conservación del Rancho Canoa en un “museo viviente”.

El parque tiene dos exhibiciones sobre la familia Manning y el explorador español Juan Bautista de Anza, quien llegó a Canoa en su increíble expedición de 1775-1776 a California, la cual llevó a la fundación de varias misiones hasta San Francisco. Pero en octubre, una tercera exhibición permanente mostrará las contribuciones de las familias vaqueras de Canoa.

El rancho está en busca de recuerdos de las familias de Canoa para que formen parte de la exhibición. Fotos familiares. Herramientas del rancho. Objetos de la casa. Artículos que cuenten la historia del trabajo arduo, las celebraciones y la vida en el rancho.

La escritora Patricia Preciado Martin ha entrevistado a varias personas sobre sus memorias y experiencias en el rancho.

“Es difícil reconstruir la historia de Canoa, porque muchos de los recuerdos se han ido”, dijo Castillo.

Por el rancho pasaron familias mexicanas con sus valores universales de educación y trabajo arduo. Esta historia, que no se enseña en escuelas públicas, es esencial para entender el Sur de Arizona –entonces y ahora–, dijo Castillo, una bibliotecaria tucsonense jubilada.

Fuera del rancho, las familias enfrentaban el rechazo y los niños tenían prohibido hablar español en la cercana escuela Continental. Pero en el rancho las familias se reunían, compartían el trabajo y se ayudaban unas a otras. Las familias plantaban sus jardines, cazaban conejos para comer y ratas que eran vendidas a los laboratorios de ciencias de la Universidad de Arizona, atrapaban peces en el pozo (el cual ya no existe) para comerlos y para venderlos a los trabajadores temporales que pizcaban algodón y hacían sus mermeladas, chorizo y empanadas de calabaza.

“Toda era comida casera y sustentable”, dijo Castillo.

La exposición de las familias vaqueras podría ser la primera de su tipo en el sur de Arizona, dotado con numerosas haciendas e incontables manos de rancheros y sus familias que tejían los hilos, arreaban el ganado, labraban la tierra y cultivaban los productos que alimentaban a la región. Castillo dijo que reconocer su historia es una vieja deuda.

“Necesitamos preservar la poca historia que nos queda”.


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Ernesto “Neto” Portillo es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.