María Cruz Gallego Badilla nació en Tucsón pero creció en un rancho que sus padres ocuparon al sur de la ciudad en el mismo año en que ella nació. Ella fue la segunda de 14 hijos que tuvieron sus papás, Florencio Gallego, originario de Tucsón, y Mercedes Villa Gallego, nacida en Ures, Sonora.

En el rancho El Ocotillo, de 259 hectáreas, cerca de West Twin Buttes y Mission roads, al oeste de Sahuarita, Badilla conoció la vida de rancho. Cuidaba a sus hermanos menores y aprendió a marcar terneros y a hacer queso. Viajaba a Tucsón en una carreta jalada por caballos e iba junto con otros niños de ranchos de la zona a una pequeña escuela en una casa llamada Zinc.

Badilla, quien el mes pasado celebró 100 años de vida, está llena de recuerdos. Pero esos recuerdos están bien guardados, porque padece la enfermedad del Alzheimer.

“Todo”, respondió en español cuando le pregunté qué fue lo que más le gustaba de haber crecido en un rancho. Pero cuando le pedí que me contara en qué otros ranchos había vivido, respondió en inglés “no me acuerdo”.

El pasado 4 de febrero visité a Badilla, quien vive con su hija de 76 años de edad, Mary Quihuis, en su casa cerca de West Ajo Way y South Mission Road. También estaban ahí de visita la hermana de Badilla, Delia G. Barredo, de 85 años, su sobrina Cecelia Rivera y su nieto Ernesto Montaño.

Hablaron sobre la vida de Badilla y la historia de la familia, y también sobre los retos que representa cuidarla.

Badilla puede recordar algunas cosas de su niñez y de sus años casada con Jesús Badilla, pero no puede recordar qué hizo ayer, dijo su familia.

“No se acordará de que estuvimos aquí sentados”, dijo su nieto.

Si Badilla pudiera recordar toda su vida, oh, ¡qué historias podría contar!

Nació en South Meyer Avenue, en la casa de sus abuelos, Casimiro y Antonia Gallego, en el Barrio Viejo. La casa sigue ahí, frente al viejo mercado Jerry Lee Ho. Eso fue en 1916. La Primera Guerra Mundial había envuelto a Europa y la Revolución Mexicana estaba enviando a miles de refugiados al Norte.

En sus primeros 18 años, la vida de Badilla transcurrió en el rancho. Cocinar, coser y atender a los hermanos menores y a los animales ocupaba su tiempo. Eso también la preparó para su segunda vida, cuando se casó con Badilla, un vaquero que trabajó para Howell Manning Jr., cuya familia era propietaria del Rancho Canoa, unos 40 km al sur de Tucsón.

Durante su matrimonio, ella y sus cuatro hijos siguieron a su esposo a otros ranchos del área de Tucsón, donde él amansaba caballos. Ella cocinaba para los rodeos. Hacía jardinería. Cosía y tejía.

“Y hacía las mejores tortillas”, dijo su hermana, Delia. “Era una mujer muy ocupada”.

Los Badilla también construyeron una casa en Sur Tucsón, a donde se fue a vivir en 1977, dos años después de que murió su esposo. Ahí siguió manteniéndose ocupada, cocinando para 10 nietos y atendiendo su jardín en el patio, donde también crió un becerro.

Tuchi, como la llamaban en su familia, andaba por la ciudad en su pickup Ford F-150 del 73, color azul cielo, dijo Montaño.

Siempre tenía algo que hacer, dijo la sobrina de Badilla, y agregó que su tía Tuchi era atlética, creativa, talentosa y “siempre se ocupaba de que todo mundo estuviera bien cuidado”.

El papel de cuidadora empezó a revertirse hace siete años, cuando Badilla se mudó con su hija. Tuchi estaba saludable, pero su familia ya no quería que en sus noventas viviera sola.

Badilla empezaba a mostrar signos del deterioro mental. Repetía las preguntas. Su memoria fallaba. Y hubo otras señales.

Hace dos años, Badilla, quien tiene 16 bisnietos y siete tataranietos, fue diagnosticada con demencia. En octubre el diagnóstico fue Alzheimer.

“Todo pasó de repente”, dijo Quihuis, quien es la principal cuidadora de su mamá.

Ella y el resto de la familia están aprendiendo cómo cuidar a Tuchi, quien sonreía y cuyo cuerpo temblaba mientras platicábamos. Tiene una andadera, pero algunas veces insiste en no usarla. Hace poco se cayó y se lastimó la cabeza. Tampoco fue su primera caída.

La condición de reto es un desafío que entristece a la familia, que incluye a dos hermanos, Armando y Mike Gallego.

Los ojos de su nieto se llenaron de lágrimas cuando le pregunté cómo enfrenta la enfermedad de su abuela. Su hermana, Delia, dijo que es duro a ver así a su hermana, que era tan fuerte y que fue como una segunda madre para ella. Quihuis dijo que su mamá es terca, pero sabe que debe tener paciencia.

Claramente, la familia entiende su función.

“Ahora nos toca a nosotros ayudarla”, dijo Rivera.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187. En Twitter: @netopjr.