Richard López cumplió 94 años el 7 de febrero, el mismo día que le operaron. Su habitación estaba adornada con globos y tarjetas de cumpleaños y él estaba descansando en la cama cuando lo visité una semana después, el jueves 14 por la mañana.

Algunos de sus 13 hijos y un par de sus muchos nietos estaban abarrotados en su habitación, que estaba llena de amor en el Día de San Valentín.

Compartieron historias sobre el patriarca de la familia López, riendo y derramando algunas lágrimas.

López se estaba muriendo en un hospicio, en el Edificio 60 del Hospital de los Veteranos en South Sixth Avenue.

Mientras su mente seguía aguda y sus ojos brillaban, el cuerpo del veterano de la Segunda Guerra Mundial se había rendido. Hablaba en susurros. Su leve risa se escuchaba un poco más fuerte.

“¿Dónde está mi cerveza?”, preguntó con una sonrisa.

Es la misma pregunta que hizo cuando salió de la cirugía, dijeron sus familiares. La cerveza mexicana Dos Equis es su favorita, agregaron.

En su muñeca izquierda, su reloj brillaba con una colorida imagen de la Virgen de Guadalupe. Una segunda imagen más pequeña de la Virgen colgaba de su cuello y yacía sobre su pecho. Dijo que era creyente de la Virgen y la oración.

Recordó una noche horrible en un campo de batalla europeo. Estaba en una trinchera con otros soldados americanos.

Las explosiones y los disparos venían de todas direcciones. Dijo sus oraciones y salió ileso la mañana siguiente. Atribuyó su supervivencia a su fe.

López compartió algunos recuerdos conmigo, y donde quedaban huecos, sus hijos e hijas los llenaban con detalles.

La familia de López había estado atenta desde que ingresó al hospicio el día de su cumpleaños.

López nació en Douglas un par de años antes de la Gran Depresión. Pasó sus primeros años en Bisbee y también al otro lado de la frontera en Agua Prieta, Sonora. En Douglas, su abuelo tenía una tienda en East 3rd Street, a tres cuadras de la frontera. La familia de López vivía al lado de la tiendita, pero cuando se desató una calamidad económica, el padre de López, trabajador en construcción, no pudo encontrar trabajo para alimentar a la familia.

López y su familia, como tantas otras, se dirigió al oeste a California. López, el mayor de nueve hermanos, no pasó del segundo grado, pero aprendió a leer y escribir, dijo su familia. López necesitaba trabajar para ayudar a mantener a la familia.

Cuando cumplió 18 años, López se fue a la guerra. Era 1943. Al año siguiente se encontraba por Europa Occidental como artillero de tanques con el batallón 558 de artillería de campo en el tercer ejército de Estados Unidos bajo el mando del general George S. Patton.

“Old Blood and Guts”, susurró López. Era el apodo en inglés que los propios soldados tenían para Patton.

López, quien también conducía un camión de suministros de guerra, sintetizó su propia experiencia: era un soldado raso que disparaba el arma cuando el cabo en el tanque se lo indicaba.

“Eso era todo”, dijo en voz baja.

El Departamento de Guerra fue tan breve como el resumen del registro militar de López: “Condujo un camión militar de dos toneladas y media (6x6) en el batallón de artillería de campo en el teatro de Europa y transportaron municiones en caminos pavimentados y en terrenos accidentados”.

Después de la guerra, López llegó a Tucsón, donde conoció a Alicia García, la mujer con quien se casaría.

“Mi tata me dijo que un día cuanto él manejaba un auto muy bonito con un amigo vieron a mi nana”, dijo Nichole Saldívar, una de sus nietas.

“Y se detuvieron a platicar con las muchachas”.

López y su amigo las siguieron a una iglesia, donde declaró que algún día se casaría con ella, recordó Saldívar.

Y así sucedió en 1949 y formaron una familia. Encontró trabajo como albañil y vivían en una pequeña casa cerca de South Alvernon Way y 32nd Street. Con el tiempo, la familia crecería a 13 hijos y López encontraría un trabajo estable en construcción de casas en una nueva subdivisión al sur de Tucsón llamada Green Valley.

Varios de los 13 hijos fueron a Tucson High School y otros estudiaron en la preparatoria católica Salpointe, donde López donaba su trabajo. Aunque tenían una prole grande, López y su esposa aún encontraban tiempo para ir a bailar, dijo la familia.

Uno de sus grupos musicales favoritos era el Trío Los Panchos, señal inequívoca de que era un tipo romántico.

López comenzó su propia empresa de construcción en los sesentas, pero abandonó su negocio en 1979, cuando perdió a su amada esposa.

Cuando se jubiló, se mantuvo ocupado como voluntario en un asilo de ancianos al lado oeste y llevaba la santa comunión a personas enfermas.

En sus últimos días en el hospicio, López recibió diariamente la eucaristía y todos los días recibía el amor, el cuidado y sonrisas de sus familiares.

Cuando me levanté de su cama, le dije: “Qué gusto haber platicado con usted”. Él me respondió con una sonrisa: “Fue un placer conocerte”.

Resultó un día memorable para decir adiós.

El sábado 16 de febrero, a las 2 de la tarde, Richard López murió. Fue enterrado el martes 26.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.