El éxito no se mide en abrazos.

Este es uno de los principios centrales de First Place for Youth, Primer Lugar para los Jóvenes. La organización sin fines de lucro, con sede en Oakland, California, cuenta con programas de vivienda, educación y desarrollo laboral y opera en seis condados, entre ellos San Francisco, Los Ángeles y Santa Clara.

First Place fue fundada hace 20 años por las estudiantes de posgrado de UC-Berkeley Amy Lemley y Deanne Pearn, quienes se habían percatado de que una vez que los jóvenes dentro del sistema de bienestar infantil cumplían los 18 años de edad, se encontraban sin hogar, sin empleo y frecuentemente en crisis.

Eran adultos, pero sólo en papel. No contaban con las habilidades para vivir ni con la educación, experiencia laboral o una vivienda estable para poder sobrevivir solos.

Ayudarles a estos jóvenes sin apoyo social, con pocas herramientas y un sinnúmero de obstáculos se convirtió en la misión de First Place. Y, gracias a los datos que recopilan y la manera en que utilizan esta información, saben que da resultados.

“Todos reciben un puntaje del factor de riesgo”, dijo el ex director ejecutivo, Sam Cobbs, el verano pasado desde su oficina en Oakland. “Lo que nos hace diferentes es que entre más alto es el puntaje del factor de riesgo, mayor prioridad tienen para entrar al programa. Tomamos el enfoque ‘Titanic’ y les decimos: ‘Entren al barco salvavidas’”.

Cuando recién empezaba su carrera, Cobbs trabajaba en un albergue para jóvenes indigentes de entre 18 y 24 años en San Francisco. Y una cifra en particular le sorprendió: de los 400 jóvenes que habían usado el albergue durante su primer año, 370 habían estado en cuidado temporal, o foster care.

Era claro que, si quería ayudar a los jóvenes indigentes, tenía que trabajar primero en el conducto que los llevaba a esa situación.

Esto lo llevó a involucrarse con servicios de cuidado temporal. Cobbs trabajó para First Place Youth por más de 12 años antes de unirse a mediados de febrero al equipo de Tipping Point, una organización sin fines de lucro que lucha en contra de la pobreza en el Área de la Bahía.

La fidelidad al sistema y el uso de datos, aunado a un entendimiento de sus clientes, son esenciales para el éxito de First Place. “No puedes renunciar a ellos”, dijo Cobbs. “Estos son jóvenes de 18 y 19 años. No siempre siguen pensamientos lógicos. Tienes que poder quedarte con ellos”.

En California, como en Arizona, un joven puede quedarse dentro del sistema de bienestar infantil hasta que cumple los 21 años de manera voluntaria. Los usuarios de First Place tienen entre 18 y 24 años, y por lo general duran dos años en el programa.

A diferencia de otros programas, incluyendo a Arizona, un joven puede llegar, irse y después regresar a la organización.

“Ese primer aliento de libertad era emocionante, hasta que estuve sola”, dijo Carmen, quien empezó el programa a los 17 años pero no estaba lista. Terminó yéndose por un año antes de pedir regresar. “Tenía más en claro lo que tenía que hacer y los pasos que debía tomar esa vez. Estaba muy agradecida por esa segunda oportunidad”.

Carmen, quien pidió que no se utilizara su apellido para resguardar su privacidad, egresó de First Place a la edad de 24.

El nombre de la organización en sí describe su núcleo: ayudar a los jóvenes en la transición decuidado temporal a su propio hogar, por lo general un departamento con un compañero de vivienda. La organización firma el contrato, no los jóvenes, para que los caseros estén más dispuestos a aceptar a los inquilinos. Más de mil jóvenes en cuidado temporal o que han pasado por foster care han recibido asistencia de vivienda en la última década.

El costo actual para un departamento de dos habitaciones en Oakland es dos mil 100 dólares al mes; en San Francisco está por encima de los tres mil dólares.

Los jóvenes pagan un porcentaje de esa cantidad, dinero que se ahorra en una cuenta y que reciben al final del programa.

A cada joven se le asigna un defensor y alguien que lo asesore sobre empleo y educación. Trabajan en conjunto, con cada miembro del grupo enfocándose en una pieza de la vida del joven. Cada uno mantiene informes detallados y son responsables de saber qué está pasando con ese joven en todas las áreas.

La información provee el tejido que mantiene la misión unida.

Para First Place, todo se reduce a una pregunta esencial: ¿Cómo sabemos que lo que estamos haciendo funciona?

Como lo dijo un miembro de la mesa directiva, Andy Monarck, First Place Youth tiene el valor de analizar los datos y de cambiar.

LA EVOLUCIÓN DEL PROGRAMA

Hace aproximadamente una década, Cobbs se percató de que First Place estaba perdiendo empleados con una frecuencia alarmante. Es un trabajo duro y agotador. Pero esto, pensó, era algo más.

¿Por qué estamos contratando a la gente que estamos contratando? Se preguntó. Y al indagar entre los detalles más finos, halló una respuesta: First Place había estado contratando basado en habilidades, no en cultura.

Conforme la organización fue cambiando el enfoque a una mayor concentración en el seguimiento de datos, cerca del 70 por ciento de los trabajadores se fueron, comentó Cobbs.

El cambio tenía que pasar, dijo. Las habilidades se pueden aprender, pero si no aceptas la cultura basada en el rendimiento y recaudación de información, First Place no va a ser para ti. Y eso está bien, dijo Cobbs.

“Aquí contratamos a cierto tipo de personalidad,” señaló. “Necesitas ser alguien competitivo, que te gusten los números y querer mejorar”.

Los datos son parte del ADN de First Things, dijo Cobb. Todo se mide.

Los trabajadores de caso llevan un conteo —el número de visitas o interacciones que tienen con cada persona bajo su responsabilidad, el progreso del cliente con sus metas. Y la información es accesible a todos los involucrados en el caso, al igual que los detalles financieros de la organización, incluyendo a los jóvenes dentro del programa.

Un sistema de monitoreo detallado les permite no sólo trazar el progreso de los usuarios, sino también del rendimiento de todos los empleados. Las metas son obligatorias y el monitoreo esencial. Los aumentos de salario están ligados a ello, no al costo de vida, así como el poder seguir trabajando ahí.

A los trabajadores de First Place se les evalúa sobre ciertos progresos de los jóvenes: ¿Ha evitado un embarazo? ¿Tienen un trabajo con sueldo?

“Es el llegar a un lugar en donde podemos proporcionar datos en tiempo real a la gente trabajando con los jóvenes”, dijo Charlie Leer, un analista principal de First Place. “Los números te dicen el ‘qué’ pero la parte cualitativa te dice el ‘porqué’”.

La información tiene dos propósitos: le informa al empleado qué se ha hecho específicamente, qué está funcionando, qué no, y qué se necesita hacer.

También ayuda a construir una imagen de cómo ayudarles a los jóvenes en una escala más amplia. De cierta manera ayuda a predecir.

Por ejemplo, señaló Cobbs, su análisis encontró que el 85 por ciento de sus clientes que reciben un diploma de preparatoria o GED mientras están con First Place iniciaron el programa con un nivel de lectura del octavo grado y un nivel de quinto grado de matemáticas.

Eso reveló el reto que tenían por delante, dijo, pero también los datos demostraron que el 90 por ciento de los jóvenes que llegaban a First Place lo hacían con un nivel de séptimo grado en lectura y un nivel de tercer grado en matemáticas.

Lo cual les indica que es esencial ayudar a un estudiante a mejorar su conocimiento de lectura y matemáticas si va a tener una oportunidad de obtener su GED.

“Medimos todo lo que podemos, pero hay cosas que no podemos medir,” comentó Cobbs.

EL SEGUIMIENTO NO ES TODO

El éxito no se puede medir en abrazos, pero el fracaso se puede medir en anonimato y aislamiento.

“Los datos por sí solos no van a cambiar vidas”, dijo Cobbs.

Por todo su énfasis en monitoreo y evaluación, First Place funciona porque todos entienden que la medición es diferente a la historia.

Tu historia te pertenece a ti. No es la suma de ti ni es tú futuro.

Los jóvenes que han estado en cuidado temporal son conscientes de que traen pegado el signo de dólares. Su dolor y las circunstancias de su vida han sido, en efecto, mercantilizadas.

La falta de confianza es una consecuencia natural: ¿me estás ayudando porque te intereso como persona o porque te están pagando para que hagas de cuenta como si te interesara?

Para una persona que ha vivido dentro del sistema de cuidado temporal, ese sentido de sí mismo toma una importancia mucho más profunda, según un grupo de egresados de First Place.

Sentados alrededor de una mesa en un salón de conferencias, mientras comían pollo, arroz y frijoles, hablaron de pertenencia, independencia, consecuencias y responsabilidad.

“Cuando estás dentro del sistema no tienes la opción de qué decir o de lo que la gente sabe de ti”, dijo Carmen, quien ahora tiene 27 años.

Cada persona involucrada entiende el cuidado temporal desde su propia perspectiva. “Cuando alguien te cuenta su historia no nada más quieren escuchar la tuya”, comentó Carmen.

La conexión entre First Place y los jóvenes comienza en el momento en que entran por la puerta y empiezan a hablar con la especialista en admisiones, dijo Kathie Jacobson, directora de operaciones.

“Estamos escuchando sus historias en sus propias palabras”, dijo. “Estamos obteniendo la historia de su vida, lo cual también es el comienzo de una nueva relación”.

El primer paso es tener donde vivir, dijo. First Place tiene aproximadamente 300 camas disponibles en California, 135 de ellas en Oakland.

Después de haber vivido en un hogar comunitario o con una familia temporal, el estar solos, aunque sea con un compañero de piso, “puede hacerlos enfrentar lo que les falta”, dijo.

Una vez que tienen la vivienda, los jóvenes son evaluados para determinar sus necesidades educativas y de empleo y asignados a empleados de First Place.

Los jóvenes que asisten a First Place necesitan ayuda para pasar de la sobrevivencia a la prosperidad. El cuidado temporal demanda habilidades para poder sobrevivir día a día. El quedarse callado, o calmado, no haciendo escándalo ni preguntas o no ser visto como una persona problemática es una habilidad de sobrevivencia.

Cuando la vida te ha enseñado que todo puede cambiar repentinamente y no tienes control sobre lo que te pasa —en dónde duermes esa noche, la escuela a la que vas— la necesidad por algo seguro es abrumadora, y elusiva.

Crear confianza entre los jóvenes y First Place es esencial. Y difícil, porque en el cuidado temporal las apuestas son altas. Estropeas una oportunidad y terminas teniendo que mudarte a otra parte. Y a otra. Y a otra.

“Pueden pasar hasta dos meses antes de que realmente crean que no les vamos a quitar ese departamento sin razón alguna”, dijo Jacobson. “Los menores vienen de lugares en donde tienen muchas reglas y restricciones. No saben cómo tener su propio día”.

Jerah, de 20 años de edad, dijo estar nerviosa la primera noche que pasó en su departamento. “En cuidado temporal vivía con siete chicas. Nunca había estado sola en una casa”.

Cuando Carmen se mudó a su departamento, tenía emoción, pero también miedo. Durante la noche dejaba la luz del horno encendida.

“Era surreal”, dijo. “Me gustaba invitar a mis amigos —y decirles cuándo se tenían que ir”.

LA VIDA EN UN DORMITORIO

A mediados de junio, Will Smith está a punto de graduarse de First Place for Youth. Un martes por la mañana se reúne con su defensora de First Place, Kate Rose, en su departamento ya casi vacío. Su compañero de cuarto se había mudado ya y él estaba en el proceso de llevar sus pertenencias a un dormitorio en la Universidad Estatal de San Francisco.

Llegó a First Place luego de que un maestro en el Colegio Comunitario de Merritt se ganara su confianza lo suficiente para que le compartiera su secreto: después de clases se iba a dormir a su carro o a un albergue para indigentes.

Will entró al sistema de cuidado temporal cuando tenía 4 años. Había estado viviendo con sus abuelos cuando, un día, lo llevaron a la estación de policía y le dijeron que esperara sentado en una banca.

Espero sentado casi tres horas antes de que alguien se diera cuenta de que estaba ahí y que le preguntara dónde estaba su familia. En el baño, contestó.

Así fue como Will entró al sistema de cuidado temporal, o foster care, y fue colocado en un hogar donde dijo ser abusado y haber pasado hambre. Cuando estaba cursando el décimo grado de preparatoria dejó la escuela.

Ahora, a la edad de 23 años, dos años después de haber ingresado a First Place, tiene un grado de asociado y está a punto de empezar la universidad en San Francisco, donde va a estudiar comunicación.

Su defensora de First Place, Kate, le pregunta si conoce a alguien que ha vivido en un dormitorio. No, contesta. Nadie de su familia o círculo más cercano ha terminado la preparatoria.

Una visita a Will en su departamento en junio deja en claro que ha estado sufriendo con la idea de que su tiempo en First Place, con la seguridad y protección de su defensora, estaba a punto de terminar.

A Will le gusta saber cuál es el plan, qué esperar, qué va a pasar —una consecuencia de haber crecido sin ningún control sobre su vida.

Es un joven a quien le gusta pensar no sólo en el Plan A, sino el Plan B y el Plan C. Le gusta estar listo para lo que viene; le es difícil enfrentar la incertidumbre. Esto no es inusual para alguien quien ha sobrevivido lo que Will. Cuando Kate le pregunta si tiene cosas que quiere llevarse al dormitorio, mueve la cabeza y apunta hacia sus trenzas largas. “Mi cabello. Eso es todo lo que he tenido conmigo todo el tiempo”.

Le ilusiona ir al colegio y vivir en un dormitorio, gratis durante el primer año gracias a un programa en California que se llama Guardian Scholars. Pero se reduce a un hecho crudo: “Es todo lo que tengo. Es lo que tengo que hacer. No tengo un respaldo”.

“No me gusta el cambio, pero tampoco lo evito”, dice.

“Me enferma tan solo el hecho de pensar en el cambio”, comenta Will. “Construimos relaciones y luego tenemos que partir”.

Kate asienta con la cabeza sin decir nada, viéndolo y absorbiendo todo lo dicho y lo que se dejó sin decir.

Will baja la mirada, se ve las manos antes de levantarla nuevamente y comenta: “He pasado por cosas peores”.

Traducido por Perla Trevizo.


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Sarah Garrecht Gassen escribe para el Arizona Daily Star. Su columna de opinión aparece los jueves. Contáctala en sgassen@tucson.com y síguela en Facebook. En Twitter:@sarahgassen