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Síntomas de COVID prolongado afectan a la mayoría de los pacientes: estudio de la UA

Imagen tomada por Claudia Gutiérrez, en compañía de su esposo Jesús, en la Clínica Mayo. Lleva una P100 para evitar oler químicos como el gel antiséptico.

Claudia Gutiérrez se había casado recientemente, había comprado una casa nueva y estaba entusiasmada con la próxima etapa en su vida.

Ahora está en una lucha diaria para volver a ser la persona que era antes de contraer el COVID-19.

Gutiérrez, de 28 años, comenzó a tener síntomas a finales de diciembre de 2020, y dio positivo en la prueba el 1 de enero. Nunca antes se había sentido tan enferma. Esta vez sentía que lo que tenía era algo más que un fuerte resfriado, pero, dice, no era tan malo como los síntomas del COVID prolongado que padece ahora.

Terri Boitano, de 62 años, era nadadora y ciclista. Probablemente contrajo el COVID-19 en marzo de 2020. No tuvo síntomas y solo a principios de mayo de ese año se dio cuenta de que algo andaba mal con su salud.

Por su parte, Tara Elliott, de 46 años, se enfermó al principio de la pandemia y tuvo una tos fuerte y fiebre, pero pensó que eso era todo. Las complicaciones aparecieron tres meses después.

Estas mujeres de Tucsón son un ejemplo de lo que los investigadores de salud de la Universidad de Arizona encontraron en un estudio reciente sobre pacientes con COVID no hospitalizados: la mayoría de las personas que experimentan una infección por COVID-19 leve o moderada también experimentan COVID prolongado o enfermedad persistente durante más de 30 días después de que sus pruebas han resultado positivas.

Terri Boitano era una psicóloga escolar y una persona muy activa antes de contraer COVID. Después de infectarse, tuvo que renunciar a su trabajo y no ha pidido volver a nadar o montar en bicicleta de montaña.

“Un llamado de atención”

Si bien otras investigaciones de COVID de larga duración se han centrado generalmente en pacientes hospitalizados con infecciones graves, este estudio publicado a principios de agosto analizó a aquellos pacientes que no presentaron síntomas graves o incluso ningún síntoma en lo absoluto.

Desde mayo de 2020, los investigadores siguieron a más de 6 mil residentes de Arizona que tenían COVID-19, así como a los que no lo tenían, a través de encuestas en línea que registraron el estado de la infección, los síntomas y alguna prueba positiva.

Los resultados mostraron que aproximadamente el 67% de los encuestados con infecciones leves o moderadas pasaron a tener COVID prolongado, lo que significa que aún 30 días después de contraer el virus tienen problemas de salud, tal como explicó Leslie Farland, profesora asistente del Departamento de Epidemiología y Bioestadística de la UA.

Y en la medida en que aumentó el tiempo a 60 días, dijo, la prevalencia subió al 77%.

Leslie Farland, professora asistente del Departamenteo de Epidemiología y Bioestadísticas de la Universidad de Arizona.

Entre otras cosas, los investigadores encontraron que las personas con COVID prolongado tenían más probabilidades de sufrir de alergias estacionales y afecciones de salud preexistentes que las personas sin COVID prolongado. Los síntomas más comunes incluyeron fatiga crónica, dificultad para respirar, confusión mental y sentido del olfato alterado. Los encuestados también mencionaron síntomas como insomnio, dolor en las articulaciones y dolores musculares.

“Este es un verdadero llamado de atención para cualquier persona que no haya sido vacunada”, escribió sobre los hallazgos Melanie Bell, profesora de Bioestadística del Mel and Enid Zuckerman College of Public Health.

“Si una persona contrae el COVID, las posibilidades de que experimente síntomas a largo plazo son sorprendentemente altas”.

“Me trataron de ayudar”

Terri Boitano cree que contrajo COVID cuando viajó a California para cuidar a su madre que estaba muriendo.

Cuando regresó, estuvo trabajando en casa como psicóloga escolar para el distrito escolar de Flowing Wells y no notó nada extraño sino hasta casi dos meses después, en mayo de 2020, cuando de repente desarrolló vértigo, dolores de cabeza y sinusitis.

En retrospectiva, no está segura de si tenía COVID-19 en ese momento o si ese fue el comienzo de sus síntomas de larga duración. Se inclina por lo segundo. Como estaba en las primeras etapas de duelo, la situación era difícil de descifrar.

Lo que vino enseguida fue lo siguiente: su sistema digestivo se descompensó, sintió una fatiga intensa y debilitante y comenzó a sentir un fuerte ardor en la piel de sus brazos, como si se hubiera quemado por el sol. Luego comenzó a sentir un dolor en los pies que le subía hasta las espinillas hasta resultarle difícil caminar.

Eventualmente tuvo una rápida frecuencia cardiaca y se le diagnosticó síndrome de taquicardia ortostática postural (POTS, por sus siglas en inglés). En pocas palabras, POTS tiene que ver con una reducción del volumen de sangre al estar de pie, y se manifiesta en síntomas como aturdimiento, desmayos y taquicardia.

Luego, estas dolencias desaparecieron.

Boitano estima que ha visto a unos 20 médicos, la mayoría de los cuales han sido “súper amables y me trataron de ayudar”.

Aunque estuvo esperando el momento de poder regresar al trabajo, finalmente tuvo que renunciar y poner así fin a una carrera de 13 años con Flowing Wells. Ahora se la considera oficialmente discapacitada después de que el COVID fuera reconocido como una discapacidad según la Ley de Estadounidenses con Discapacidades.

“Yo diría que ya he renunciado a seguir consultando a los médicos”, dijo. Boitano está ahora tratando de aceptar que las cosas se desarrollarán y luego desaparecerán. “Parece que realmente no hay nada que se pueda hacer”, comentó.

En el día a día, Boitano sigue teniendo problemas para concentrarse y hacer cosas tan normales como leer y escribir, ver televisión o escuchar la letra de las canciones. Ya no puede nadar ni montar en bicicleta de montaña.

En cuanto a sus emociones, dice que hace un mes estaba “muy deprimida”, pero que ahora se siente más tolerante.

“Un síndrome post-viral muy complejo”Las tres mujeres de Tucsón con COVID prolongado esperan que en la medida en que más personas presenten síntomas, este sea el catalizador para que se abra en la ciudad una clínica especializada.

Por ahora, dijeron, es un desafío ver a varios médicos en diferentes lugares que luchan por comprender, según sus áreas de especialización, cómo el virus afecta el cuerpo humano con el tiempo.

“Muchas ciudades ya han construido estas grandes clínicas multidisciplinarias”, dijo Elliott. “Eso es lo que necesitamos: un equipo de médicos bien preparados que comprenda la afección y pueda comunicarse entre sí. Este es un síndrome post-viral muy complejo que puede afectar todas las partes del cuerpo”.

Al igual que las otras dos mujeres, Elliott ha tenido que enfrentar diversos desafíos. Después de haberse enfermado al principio de la pandemia, comenzó a tener nuevamente dificultad para respirar en junio de 2020. Ahora usa un inhalador, algo que no había usado previamente en su vida.

Antes solía jugar al póquer varias veces a la semana, le gustaba jugar boliche e ir al cine, pero ahora le resulta muy agotador hacer cualquiera de esas actividades. Además tiene una disfunción de las cuerdas vocales, dijo, lo que hace que su voz a veces le falle.

Sin embargo, una de las situaciones más difíciles ha sido la falta de movilidad: ha estado usando un andador desde julio del año pasado debido a un fuerte dolor en la pierna.

“Es como un calambre muscular en mis piernas que no se detiene”, dijo. Recientemente comenzó a hacer fisioterapia y espera que eso la ayude.

“Nuestro mayor temor, creo, es volver a infectarnos”, dijo, y explicó que es “aterrador pensar que en el largo plazo esto podría empeorar”.

“Todavía hay muchas cosas que no sabemos”, dijo.

El miedo y la incertidumbre que siente son la razón por la que a Boitano le gustaría tener atención no solo médica sino también mental, para lidiar con la ansiedad y la depresión que a menudo acompañan una crisis de salud.

La vocera de Banner Health, Rebecca Ruiz, dijo que este hospital está trabajando en planes para crear en la ciudad una clínica para casos de COVID persistente.

“A medida que se aprende más sobre los efectos residuales del COVID-19, Banner se compromete a garantizar que las comunidades tengan acceso a la atención en todos los momentos de su paso por el COVID”, dijo Ruiz Hudman. Agregó que Banner “tiene planes de abrir formalmente un programa de tratamiento de COVID prolongado que estará disponible para los pacientes de Phoenix y Tucsón en un futuro próximo”.

“Muy difícil psicológicamente”Por ahora, Gutiérrez viaja a Phoenix con regularidad para ver a los médicos de la Clínica Mayo, así como a la Dra. Thea Davis, que trabaja para Arizona Arthritis and Rheumatology Associates, en Gilbert.

“Hemos estado viendo más y más pacientes con COVID prolongado”, dijo Davis, cuya clínica hace unos dos años comenzó a ayudar a personas con uno de los diagnósticos de Gutiérrez: el síndrome de activación de mastocitos, que provoca que los mastocitos del cuerpo liberen una cantidad inapropiada de sustancias químicas en el cuerpo, causando síntomas de alergia y un amplio rango de otras dolencias.

Es un diagnóstico común para los pacientes con COVID prolongado, dijo.

“Estar previamente muy, muy saludable y luego estar de repente debilitado es muy difícil psicológicamente”, dijo Davis sobre Gutiérrez, cuyo COVID prolongado es el más crítico que Davis ha visto.

A menudo, dijo, ya existe algún tipo de sensibilidad química subyacente de la que la persona podría no haber sido consciente todavía. Luego, con el “ataque viral” del COVID-19, el síndrome se activa.

Al igual que Boitano, a Gutiérrez también se le ha diagnosticado POTS, pero hasta ahora no está desapareciendo.

“Creo que hay mucha desinformación y miedo en torno a estos casos”, dijo Davis. “El virus en sí no es inofensivo, pero ¿todos van a tener síntomas realmente graves? No”.

Sin embargo, para personas como Gutiérrez, dijo, las secuelas del COVID-19 son “muy reales y muy debilitantes”.

Lo que Davis quiere que la gente evite es descartar las experiencias de otras personas porque la suya no haya sido la misma.

“Psicológicamente es muy dañino que no se crea lo grave que es”, dijo.

Claudia y Jesús Gutiérrez en su casa la noche de Navidad, días antes de que su prueba de COVID-19 resultara positiva.

Trevor Jones es enfermera de familia en el Immediate Care Arizona en Tucsón, uno de los primeros lugares a los que Gutiérrez fue a finales de enero porque no se sentía bien y quería ayuda con sus síntomas.

Le proporcionaron una terapia de infusión para ayudarla a restaurar los micronutrientes que había perdido debido a que su apetito estaba muy debilitado.

“Eso me ayudaba por un tiempo y luego tenía que volver”, dijo Gutiérrez.

Después de haber visto unos 10 casos de COVID prolongado, dijo, el de ella era uno de los más difíciles.

“Tenía muchos problemas con las medicinas. Era tan sensible que la verdad no había muchas cosas que se pudieran hacer para ayudarla sin tener una reacción”, dijo Jones. “Con el tiempo, ni siquiera pudo tolerar los líquidos intravenosos”.

Claudia Gutiérrez en el centro de infusión de líquidos del Tucson Medical Center, antes de dejar de tolerarlos.

Gutiérrez dijo que ahora puede oler el detergente para ropa a 15 pies de distancia, pero no puede tolerar muchos de los productos farmacéuticos que la ayudarían.

Dijo que está dispuesta a compartir su historia porque quiere que la gente sepa los riesgos que conlleva contraer el COVID-19.

“Ha sido horrible”, dijo. “Tengo uno de los casos de COVID prolongado más graves en el estado de Arizona. No le deseo esto a mi peor enemigo”.


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