Neto's paternal grandparents

Mis abuelos paternos, Josefa Villalobos Portillo, nacida en 1896 y fallecida en 1986, y Erasmo Portillo Jurado, nacido en 1893 y fallecido en 1964. Inmigraron de Chihuahua, México, a Tucsón en 1956.

La semana pasada visité a mi abuela paterna. Me senté en la sala de su departamento de dos recámaras, en el lado oeste de la ciudad. La vi cocinando, atendiendo su jardín, rezando en su recámara. Escuché sus carcajadas.

Fue una linda visita, hacía mucho tiempo que no entraba a su departamento en Menlo Park. Mi abuelita Pepa murió en 1986. Tenía 90 años.

Fue un par de días antes del Día de los Muertos cuando mi esposa Linda y yo fuimos al departamento al que Josefa Villalobos Portillo y mi abuelo, Erasmo Portillo Jurado, se mudaron a principios de los sesentas, unos años después de que inmigraron desde Ciudad Juárez, Chihuahua.

Llegaron a Tucsón en 1956 -el año en que yo nací-, dos años después de que mi papá, el menor de ocho hermanos, había salido de Juárez para venir a Tucsón.

Mis abuelos estaban en sus sesentas cuando dejaron la única vida que conocían para empezar de nuevo. No sabían inglés. Mi abuelo no tenía trabajo. Todo lo que tenían aquí era a mi papá con su joven familia, fe en Dios y un carácter fuerte.

Luego mi abuelo consiguió trabajo, pero murió a tan sólo ocho años de haber llegado a Tucsón.

Su primer departamento estaba en South Herbert Avenue, entre las calles East 17th y 18th, en Armory Park.

Unos 20 años antes de eso, mis abuelos maternos de origen mexicano también habían vivido en esa cuadra. Y como así es Tucsón, décadas después mi sobrino también vivió ahí.

Pero eso no es todo. Porque, una vez más, así es Tucsón, una amiga vive ahora en el mismo departamento de ladrillo rojo donde los hermanitos Portillo y numerosos primos -los Wilson, García, Terrazas, Meza y Muñoz- íbamos de visita.

La historia de mis abuelos, por supuesto, es una historia de inmigrantes. Es una historia americana, de las que se oyen una y otra vez. Y de las que se seguirán repitiendo sin importar quién haya llegado a la Presidencia en las elecciones de este martes o si en el futuro se nos aparece otro Donald Trump.

Me pregunto qué habría dicho mi abuelita -quien vio a sus nietos graduarse de la universidad y convertirse en enfermeras, policías, administradores, maestros, un abogado y periodistas- sobre la retórica divisiva y antiinmigrante de Donald Trump.

Tengo la sospecha de que mi abuelita habría rezado por él. Tenía mucha fe en su oración.

“Mi abuelita rezaba el rosario de rodillas en su habitación dos veces al día, después de la comida y después de la cena”, escribió Carlos, mi hermano menor. Él pasaba mucho tiempo con nuestra abuela después de la escuela y muchas veces durante las noches los fines de semana. Él era el consentido.

“Me daba la bendición todas las noches antes de acostarme, y luego volvía a bendecirme antes de irse ella a la cama”, recordó Carlos.

Para Mario, mi otro hermano, su recuerdo favorito sobre abuelita Pepa es cuando él salió del servicio militar y cuando, años después, se graduó de la academia local de policía.

“En ambas ocasiones me dio su bendición. Me sentí especial. Me sentía como si hubiera estado en el Vaticano”, dijo Mario.

Mi hermana mayor, Carmen, recuerda el jardín de mi abuelita lleno de chiles, girasoles, coloridas plantas y chícharos “que crecían pegados a la pared y escalaron hasta convertirse en esa hermosa pared de color”.

Carmen, quien también solía pasar noches en el departamento de Alameda Street, también recuerda a nuestra abuelita con su cigarrito entre el pulgar y el índice -se fumaba uno después de cada comida- sentada en la sala viendo “Bonanza”, “Gunsmoke”, “F Troop” y otros programas en su televisión a blanco y negro. Aunque no entendía el inglés, intuitivamente, supongo, comprendía lo que estaba viendo.

“Ay Dios mío, se carcajeaba hasta que se le salían las lágrimas. Se las limpiaba con su delantal, el cual casi nunca se quitaba”, escribió mi hermana.

Tenemos recuerdos: Nos mandaban a Jeff’s Market, el mercado chino en la esquina de West Congress Street y North Melwood Avenue, muchas veces con el libro de estampillas S&H Green; Duque, su fiel perro que nos ladraba si abrazábamos a mi abuelita por mucho tiempo; la botella de vino Mogen David sobre la pequeña mesa de formica en la cocina; sus frijolitos, tortillas de maíz recién hechas, los caldos y todo lo que cocinaba; estar sentados en el sillón tejiendo mantelitos.

El pasado domingo, día en que se realizó la icónica Procesión de Todas las Almas por el centro de Tucsón hasta el Mercado San Agustín, a un par de cuadras donde mi abuelita vivía en paz, contenta y a gusto, ella fue recordada con amor y devoción.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.