Ernesto Portillo Jr. / La Estrella de Tucsón

Cecilia Amado en el cementerio de Oquitoa, Sonora.

Un día antes del Día de Muertos, Cecilia Cáñez Amado limpiaba la ligera suciedad y las pequeñas hojas acumuladas sobre la tumba de su medio hermano.

Al día siguiente, el pequeño cementerio recobraría vida con las frescas caléndulas, crisantemos y gladiolas. Su familia, igual que otras familias, se reunirían en una festiva celebración alrededor de las lápidas, de diferentes formas y tamaños, que descansan a la sombra de la blanqueada iglesia de Oquitoa, Sonora.

Amado nació en ese pequeño pueblo junto al Río Altar, a unas tres horas en auto desde Nogales, pero ha vivido en Tucsón por 45 años. A pesar del tiempo y la distancia, Amado regresa a este tranquilo pueblo rural para ver a su madre y volver a sus raíces.

Conocí a Amado esa mañana mientras ella lavaba la tumba con una manguera, en una corta visita realizada con mi esposa y un camión lleno de turistas, la mayoría de Tucsón, pero también algunos de Phoenix, de California y dos de Holanda. Habíamos visitado los pueblos sonorenses de Tubutama, Átil, Pitiquito, la Heroica Caborca, San Ignacio y Magdalena de Kino, donde el colonial misionero y explorador Eusebio Francisco Kino estableció misiones a finales de los años 1600 entre los O’odham y Ópata.

Algunas tumbas en Oquitoa datan de 300 años, pero la gente ha vivido en el desierto de Sonora por miles de años. Y a pesar de la creación de una frontera en 1854 que separa al sur de Arizona del norte de Sonora y del incremento de la militarización en ambos lados, las familias siguen llendo y viniendo, manteniendo sus vínculos y tradiciones.

“En Oquitoa”, dijo Amado, “no hay una sola familia que no tenga a un pariente en Tucsón”.

Como Jorge Almazán, oriundo de Tucsón, cuya familia se remonta a mediados de los 1800, al menos en el papel.

Su abuelo Luz Almazán nació en Oquitoa y su abuela María Jesús Federico de Almazán nació cerca de ahí.

Y quién sabe, quizá los padres y abuelos de ellos también nacieron en el pueblo o muy cerca. Pero los documentos no existen.

Lo que sí existe son años y años de lazos forjados en las pequeñas y tranquilas comunidades conocidas por sus productos agrícolas, su ganado y la apreciación del pasado.

Los padres de Almazán, Tomás y Teresa Almazán, nacieron en Oquitoa pero se vinieron al norte de Tucsón, donde tuvieron a sus cinco hijos. Pero Jorge Almazán y sus hermanos visitaban Oquitoa cada año y se quedaban ahí durante semanas.

Se bañaban en las acequias, trabajaban en el campo y atendían a los animales, “tradiciones que no podíamos encontrar en Tucsón”, dijo Almazán.

“Fue una tremenda educación vivir con nuestros abuelos”, dijo.

“El encanto de Oquitoa era tanto que Almazán y su esposa, Irma Cruz Almazán, cuyos padres nacieron en la región, compraron una pequeña casa en Oquitoa, donde seguido pasan tiempo.

“No es una casa, es un hogar”, me dijo Almazán.

Amado no tiene casa en Oquitoa, pero ella considera al pueblo como su hogar, porque sus abuelos nacieron ahí, igual que los abuelos de su mamá.

A pesar del amor que la gente tiene por sus pueblos, a través de los años los cambios han forzado a muchos a irse. El Valle del Río Altar era un área rica en el cultivo de trigo, pero los altos costos de producción, la disminución del agua y los grandes productores de México y de Estados Unidos hicieron imposible el cultivo de trigo.

El papá de Amado trabajaba en el molino de harina en Oquitoa, cuyo cascarón puede verse en la colina desde la iglesia.

En los años recientes, la violencia relacionada con el narcotráfico hizo que más gente se fuera. Pero la violencia ha menguado, haciéndolo un lugar más seguro para sus habitantes y los visitantes. Y aquellos que se han ido, no han olvidado.

“La mayoría de la gente que se ha ido sigue ayudando a su familia que se ha quedado”, dijo Amado.

Almazán dijo que él nunca se preocupó por la violencia. Había algo más fuerte que la amenaza: la herencia de la región y la historia de su familia.

“Yo habría estado perdido sin eso. Amo a mis antepasados, mi herencia”, dijo. “Soy norteamericano, pero de corazón mexicano”.




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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La

Estrella de Tucsón. Contáctalo al 573-4187

o en netopjr@tucson.com.