Uno puede excusar a Lorenzo Torres si parece un tanto obsesivo.

Se levanta temprano cada mañana, prepara una taza de café y sale a su patio a decirles hola a sus niñas. Platica con ellas, les da de comer y les cambia el agua. Las deja salir de su gran encierro para que se paseen por su jardín sin siembra.

Torres está loco por sus gallinas.

“Siempre quise gallinas. Cuando crecía en México mi abuela criaba gallinas”, dijo Torres, un hombre de 52 años y jubilado de su carrera de 26 años en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.

Torres obtuvo sus tres primeras gallinas de un vecino en enero. Ahora tiene seis: cinco Rhode Island rojas y una Leghorn blanca. Y si todo sale como espera –lo que es probable que suceda- Torres espera duplicar su amado rebaño.

No puede dejar de hablar de sus niñas y además su familia se entretiene.

Su esposa, Anita Torres, se encoge de hombros. “Son sus bebés. Yo no me ocupo de ellas”. Su hija de 14 años, Lorenna Torres, de nuevo ingreso a la preparatoria, dijo “yo me burlo de él”.

Yo lo entiendo.

Desde febrero, yo también me volví loco por las gallinas. Al igual que Torres y que un creciente escuadrón de dueños de gallinas en la ciudad, me levanto junto con la luz del día y salgo a saludar a nuestras cuatro niñas. Ellas cacarean y graznan en respuesta. Les doy agua limpia, algo de comer y las dejo salir a pasear por nuestro patio. Luego me vuelvo a dormir.

Ya sea por revivir su infancia o para comprometerse con un modo de vida más sustentable, o simplemente para tener una mascota de otro tipo, los tucsonenses han sido salvajemente acaparados por sus gallinas.

Alli Swanson conoce la euforia de tener gallinas.

“Quería un tercer hijo y no creí que podría darse, así es que conseguí gallinas”, me dijo por teléfono.

Eso fue a finales del año pasado, y sí, cuando llegaron las gallinas también lo hizo su tercer hijo. Convirtió su cobertizo del patio en un gallinero donde sus cinco esponjosas Silkies tienen su corte.

Quería gallinas como mascotas y por los huevos, pero se han convertido en parte de la familia. Las gallinas son especialmente ideales para sus dos hijos mayores, quienes han aprendido un poco sobre de dónde viene su comida, agregó Swanson.

Ese es uno de los factores por los que los granjeros citadinos tienen gallinas y otras aves, dijo Megan Kimble, gerente editorial de Edible Baja Arizona, una revista tucsonense dedicada a temas culinarios de la localidad y la frontera, y autora de un libro recién lanzado “Unprocessed: My City-Dwelling Year of Reclaiming Real Food”.

“La gente está haciendo lo de las gallinas por la misma razón por la que están sembrando alimentos. Quieren retomar el cultivo de alimentos”, dijo.

Kimble no ve a las gallinas como una moda pasajera. En todo caso, el movimiento crecerá, dijo. Y es que es relativamente fácil. Aunque algunos gallineros son muy elaborados, un gallinero sencillo hecho con material reciclado es todo lo que se necesita. Así era nuestro primer gallinero.

Kimble dijo que se ha visto un creciente interés en las gallinas urbanas, por ejemplo, en las redes sociales. Los dueños de gallinas y de aves en la ciudad tienen una página de Facebook llamada Tucson CLUCKS.

“Es un cambio permanente”, dijo Kimble.

Con este cambio también llegan cambios en las regulaciones de la ciudad. El ayuntamiento está considerando cambiar las regulaciones por zona en relación a los animales pequeños de granja en áreas residenciales. Actualmente se requiere un espacio de 15 metros para gallineros y jaulas. Y los gallos no están permitidos dentro de la ciudad.

La realidad es que si un vecino se queja de mis gallinas y un inspector del ayuntamiento visita nuestro patio, la ley está del lado de ellos, no del mío. Algunos dueños de gallinas han perdido sus aves de esta forma.

Sin embargo, nosotros no tenemos planes de perder nuestras gallinas. Somos parte de un movimiento de agricultura urbana que está en crecimiento y que asegurará que los habitantes de Tucsón puedan mantener un número razonable de aves en sus patios. Siendo así, mis gallinas, a las que hemos llamado Valentina, América, Daisy y Tropic Thunder, son menos fastidiosas que los ruidosos ladridos de perros y los fieros gatos de mi vecindario Menlo Park, en el oeste de Tucsón.

Más allá de las interrogantes sobre las regulaciones de zona, tener gallinas de patio es simplemente diversión tota.

Los chicas tienen su personalidad. Tienen lindos hábitos. Aleteando, corren a saludarte. Deboran bichos y comen todos los trozos de hojas de la cocina. Son entretenimiento barato. Y ponen huevos suficientes para compartir con la familia y con amigos.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@azstarnet.com o al 573-4187.